Labios como el olvido

Destacado

por juan martins

Yo creo que si hay un lugar en el cual se puede ver cómo funciona la libertad es en la literatura.

Victoria De Stefano

Las historias son importantes para las abuelas. Yo no quiero contarle historias a nadie. Es el libro quien manda. Intentas ahondar, bajar al fondo del alma, decir lo que no se ha dicho antes. Escribo porque, si no, me siento muy culpable.

António Lobo Antunes

A Eugénia Boino por su solidaridad

Fuente: Foto de Rene Asmussen en Pexels: Carro de metal blanco dentro de la habitación.

23.

Conferencia de J.. a las 9 horas en la ciudad de Guanare. Duración: 2 horas. Curioso día nublado en una ciudad de sol y lejos de la Plaza O’Leary. La distancia en línea recta entre Caracas y Guanare es de 351,54 km, pero la distancia en trayecto es de 420 kilómetros. Lo que requiere un consumo de 25 litros de combustible. En un país donde no hay gasolina.

«Voy a hablarles a propósito de mi concepto de la Nada y, en consecuencia, del extraño amigo, quien para ustedes será K., señor K..

»¿Existiría el tiempo para K.? En ese caso no.

»Se vería en la obligación de ordenar aquel aparente «caos» que se estaba exhibiendo en el momento de su desvanecimiento. De seguir así, ¿yo también sería parte de aquel desvanecimiento? Si el silencio tuviera alguna forma tangible, ésta, que estaba viviendo, sería la más probable entre todas: su intangible espera de la nada. Viviría su propio silencio. K. devenido en espacio y quizás en tiempo porque en él su cuerpo representaba su propia poiesis. ¿Y acaso el mundo sería interpretado en ese tiempo de K. mientras sigue mis intenciones en la Plaza O’Leary y olisqueando mi culo? ¿Mi culo virgen? Lo material, su cuerpo intangible, cada vez más cerca de mí, buscando la nada. A fin de cuentas, no sería superficial debido a que él, por paradójico que fuere, existía. Los hechos serían impasibles. Los cuales se mueven en función de aquella cosificación. No sabría si él se estaba conformándose en «cosa», en aquella nada, en la duda, en lo ontológico, en lo abstracto, en lo ininteligible, en el deseo, en el desasosiego o en la sombra. De ser así él debería saber desde cuándo aquello estaba abordando su conciencia transparente y aburrida. Y por ello él se estaba aglutinándose en una ficha de cambio y sin pensamiento por la pérdida de su yo, a pesar de la presencia de Clarice, quien estaría a tono con la situación, pero no al modo abstracto de K., Clarice, por su lado, asistía desde otro nivel de la conciencia, puesto que ella es la autoridad de ese segundo de la nada que luego sería un minuto. Ella permanece allí, midiendo la sorpresa de su abstracción. K., por su parte, asociando una mejor acepción de su palabra (como les decía es tan inútil como olisquear el trasero ajeno). Y sobre ésta la extensión del significado de un significante: la poesía no estaría ocupando el vacío de la página, sino el de sus cuerpos. Unos cuerpos que aún no se abrazaban como deben hacerlo los enamorados. Para Clarice la conciencia, al menos como ella la entiende, ocuparía sus sensaciones. En cambio, para K. él mismo representaría esa sensación. Él es Fernando Pessoa y su heterónimo Ricardo Reis, Rocamadour el bebé de Cortázar, Laura Jáuregui, la antigua novia de Arturo Belano, es decir, de Roberto Bolaño, Mr. Vértigo de Paul Auster, Bartleby y compañía de Vila-Matas, Emma Zunz de Borges o la voz que le susurra al pensamiento tan fragmentado como su duda. Si por ordenarlo K. adquiriría otro nivel de esa conciencia, entonces sabrá que él no está incursionando sobre su estado onírico, sino sobre algo real (por ejemplo, expulsar pedos de un culo virgen). El subconsciente es parte de lo real y un estado puro para él. Y representará la saturación de lo real, porque no reside en la frontera del subconsciente, más bien, tales límites serán la realidad misma como en el surrealismo: la realidad se potencia porque se subvierte desde el poder de la imagen o es la instauración de otros materiales: el arte, el pensamiento, el manifiesto y el discurso. K. será su propia enajenación por el tiempo invariable del segundo que luego será un minuto olisqueando mi culo en una plaza vulgar. El segundo no se detiene. El minuto será inexorable a un tiempo diferente de la conciencia. Así que el desvanecimiento representa su propia transición. Y serán las cosas intangibles por imposibles de cambiar. Aunque tengas diez Plazas O’Leary frente a ti.

»Tiempos reales sin que por ello se incorpore una noción lógica. La lógica a esa altura de los segundos es trasgredida, nada es lógico. Nadie existe. Quizás sí la poesía. No existe la normativa que lo regule. Si se quiere se presenta la voz de la alocución: poesía. Ese tiempo que trataba de medir es posible para el lado racional del pensamiento, hay claro, un lado racional que se resiste ante el instante de lo que estaba viviendo. No sabría si era exactamente así, sin embargo, lo vivirá en la pasión de su éxtasis. Trataría, como dice Roberto Bolaño, que ese furor no lo quemara, huelga decir, que su pasión del dolor se transfiriera en escritura. Ahora más que nunca necesitaba de una respuesta la cual lo introdujera dentro de una toma de conciencia de ese lugar de la representación, pues, después de todo, se trataba de una representación. Él era el «espectador» indeseado que trataría a su vez de ser representado. Espectador y director al mismo tiempo que es signo transferido al segundo que le sigue al minuto. Él mismo, K., se representa en la síntesis de ese minuto. Aparte de eso se preguntaría qué tanto viviría su relación con el dolor y, más adelante, configurando su poética. ¿Sería ésta la manera en que la poesía adquiere su corporeidad? El dolor se haría sustancia en K.. Hasta entonces ya sabría que ese dolor le vendría por el desvanecimiento, por la duda de su propia existencia y por aquel furor que le estaba produciendo el representarse en su propia duda al mismo tiempo. La duda inconmensurable del silencio. Él lo sabría puesto que nada habría de desmesurado en el gesto de representarse a sí mismo. El tiempo de esa representación, como él lo sabía, se limita a aquel segundo que luego sería el minuto. El tiempo, la sustancia de aquella catarsis. Entendía que lo hacía por su inferencia personal, donde —ya lo había cavilado K.— lo subjetivo toma el lugar de las cosas. No le importaría el segundo ni el minuto que acontecería. Toda racionalidad salida de aquí quedaría para después del minuto. Estaría consciente de ser el único hombre en ese momento que podía, si se le antojase, hacer cualquier cosa: él era la sustancia de sí mismo. Y qué más da si se convirtiera en una mosca. Razón por la cual pensaría en ese insecto, dado a lo efímero de su existencia, sólo que lo efímero de esa representación se le hace instante inmanente a la velocidad de su frágil memoria. Al cabo, el que se convirtiera K. en una mosca había sido lo más refrescante para él. De una vez por todas, entendería, entre otras cosas, qué estaba sucediendo cuando se convirtiera en mosca. Y por otra parte, comprendería por qué, por su cabeza, habían pasado nombres como Pessoa, Tavares, Beckett, Vila-Matas y Duchamp. La máquina de Duchamp. Él es entonces esa máquina, su instalación, sin embargo, la galería de esa instalación, sería aquella plaza O’Leary y la cotidianidad de la ciudad…».

Una vez más la ciudad y Clarice. También sería la de J. en cuyo apéndice estaría la sombra de K..

En ese caso K. no tenía galería, no tenía la mesa de ajedrez ni, cómo Marcel Duchamp, tendría a la modelo para fotografiarse con ella mientras jugaba al ajedrez: Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonía? Venía a su memoria entonces el poema de Borges «Ajedrez». Aquello, a pesar de todo, era más real. Su pensamiento era real ya que la imaginación es poderosa por lo racional. No se trataba en cambio de una oniromancia. Una contradicción: K. estaba sentado en la última fila escuchando, algo ausente como el último enamorado de su ciudad. Y la ciudad sin Clarice se parece más a un desierto en cuyas arenas se siembra el último domicilio del lugar y su único paseante que iría y vendría sería K..

«Si algo le interesaba de Duchamp era la figura que de éste se representaba para las artes: escritor, escultor y performance. Todos los hombres. Un hombre solitario. Así, en ese instante, quería ser K. un objeto artístico que estaría para su propio segundo. Tenía la duda, pero vivía su propia performance con la diferencia que era a su vez el espectador único y éste, su cuerpo: la línea que iba de su pensamiento hasta su ordenador por medio del cual representaría para él su «espacio escénico» como solía oír de sus amigos del teatro. Era necesario saber el terreno que pisaba para no perder su noción de esa performance. De esta suerte asociaría su noción del cuerpo con el propósito también de que el concepto de poema, para su definición, cambiaría, no tanto porque hallara una definición que se le ajustara, sino porque la poesía establece su apelmazada indeterminación. En el que se hallaría en medio de ese proceso de creación. No obstante, su interés estaría en el plano de lo verbal. Se resistiría al axioma o se daría a la tarea de redefinir, acoplar, cambiar, trasferir, asir y transmutar este sentido de la palabra «instante». Por un momento, sería lo más fácil, pensaría, por ejemplo, en una explicación de tipo psicológico, si acaso la psicología aclarara el asunto, más cuando, como lo sabemos, se trataría de un tema más literario, incluso, más relacionado con la alteridad del signo literario. Y si bien es emocional se relacionará con la escritura y su sistema de ideas. Pensaba K. por su parte que la situación era también lúdica, pero en rigor se asocia al signo de la escritura, sobre el espacio abstracto de la palabra. Allí, en ese lugar recóndito de la palabra, el ritmo, la alteridad y el significado polisémico del lenguaje poético que le pertenece. ¿Cuál es la diferencia con otras formas discursivas de la escritura? ¿Acaso el sólo pensar en la palabra poema despertaría esta reacción en su cuerpo? La diferencia estaría en que tal abstracción le devolviera tantas preguntas en tan poco tiempo. Y como lo estaba entendiendo, el tiempo aquí no es convencional. Si se trataba de una conjetura poética, entonces, ¿dónde estaban los espectadores de aquella puesta en escena? ¿Se estaría equivocando y estaba viendo cómo era el personaje de su propio cortometraje en cuya película se desarrolla aquel segundo? ¿El minuto? No habría otro personaje, sólo él. Eso parece estar claro. De aquí en adelante el tiempo no se detendría por su inevitable éxtasis de lo ajeno. Es cuando este fenómeno de lo real estaría esta vez constreñido a la voz de su poiesis. El mundo hecho de su poiesis.

»¿Hasta dónde llevaría esa relación del tiempo con su vida? No lo sabría. Ahora era él el tema de sí mismo. Le gustaba recordar y sus estímulos sucedían uno tras el otro. Desde esa perspectiva volvería a pensar en la novela Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas y, también, ¿por qué sus personajes irrumpen con la lógica de su propia realidad?: todo lo que allí aparece estará para ordenarse en otra realidad, aquella que saliera de los cánones de la narración: hacer del arte inflexión del narrador, la biografía del autor, mediante el narrador se configura sobre el personaje y aquello que sucede en la narración se convierte en una suerte de ensayo en torno a la vanguardia del arte contemporáneo. Aquel paseo que recorre el narrador por la Documenta de Kassel de 2013 se convierte para su autor, Enrique Vila-Matas, en un fragmento del tiempo, sólo que, a diferencia de lo que le acontecía a K., aquel tiempo del personaje de Kassel no invita a la lógica, se extiende sobre el tiempo narrativo, si acaso fragmentado, dispuesto sobre la narración. En cambio, en K., él sería su propio tiempo. Y si había algo de ilógico en esa naturaleza sería su propio mediador, ya que, esta vez el «paseo» recorrería a su pensamiento abstracto. En el caso contrario de K. la abstracción es modulación de lo real y no un recorrido narrativo como en aquél, vale decir, se corporeizaba en su propio personaje. Viviría sin cortapisas la definición de poema. Quería pensar entonces K. que la vanguardia la tenía reservada para esta ocasión. Y si el instante poético se le definiera de este modo, llegaría a la conclusión de que tendría que vivirlo con esa misma pasión que estaba llevando a cabo. Él no era el narrador de Enrique Vila-Matas ni correría con la misma suerte, sabía que, al comparar un escrito con otro, no lo estaría acercando a ese desenlace del personaje de Kassel no invita a la lógica, pero sí a la transparencia de la duda, por un lado, la diferencias entre poema y poesía. Y por el otro, describir en sosiego aquello que albergaría con tanta importancia la palabra ‘poema’.

»Su mano no logra atrapar su ordenador. El desvanecimiento continuaba en marcha con el pensamiento que ahora, para variar, sostenía las diferencia entre un escritor como J. M. Coetzee y Paul Auster. También cabría preguntar qué hay de común entre éstos. Nuestro autor, señores, divaga. Entonces pensaría por un instante en el realismo psicológico: la subjetividad de estos personajes y en ellos sus emociones, sólo que la emoción que él estaba viviendo no sería ficcional, en tanto que la realidad es alterada y vertida en lo ficcional previo a lo real: ficción dentro de ficción. Lo vivía en existencia pura con la literatura: vida y forma serían una mima. Transparentarse para el lector era una necesidad. Realidad dura y desasosegada, puesto que tales diferencias no las vería, una estaba dentro de la otra para él. Se hace confuso como lo que lees en este momento. Mientas que aquello de la ficción era un asunto de la narración que aquí a su vez se intenta. ‘¡Y qué importaba después de todo!’, se diría para sí. Así que K. no estaba en medio de una composición narrativa, sino de su vida. Sería suficiente para él entender qué es poema, al tiempo que se le aclara al lector. Acto seguido trata de seguir narrando lo hilvanado desde lo anterior, o sea, se ‘textualiza’».

—K… —dijo Clarice, apenas con un murmullo débil e indistinto o lo que él lograba leer de sus labios, dada la distancia en la que se encontraba, o era el deseo de oírle decir o divagaba en medio de un sueño prohibido.

     Como fuese, apenas oye la voz de Clarice que se encuentra apartada, como lo es aquella vieja idea del realismo psicológico. Para Paul Auster, lo psicológico sólo es, una distancia con la realidad, no su separación del todo. En este caso, el lector se interna en las emociones de los personajes. Cada movimiento del relato se da por causa de esas emociones. Y es un movimiento hacia la razón. Los personajes viven de acuerdo con su estado emocional. ¿Estaría viviendo K. el suyo como suele suceder con el pensamiento de los poetas? La emoción para el poema no es igual para lo narrado. Y él, se descubría como poeta antes que nada.

     Clarice, Clarice, Clarice. Cuánto te amo, pensó K. al momento que J. terminaba su conferencia. J., sosegado, con su corbata intachable en su lugar. Sus manos limpias, de a poco se retiraban de la mesa utilizada de proscenio. Retira el micrófono, con lentitud también, colocándolo al otro extremo de la mesa. Sus manos blancas, abrazaban ese micrófono como si aquello fuera una rutina de la mañana. Se levanta. Se detiene, mira el entorno como buscando un documento, pero sobre la mesa sólo libros y su estilográfica devolviendo su brillo a los espectadores de la primera fila del auditórium. La sujeta y se la lleva al bolsillo de su camisa ahora cubierta por la americana negra. Su corbata azul, de pronto, abriga el resto de aquella estilográfica. El público fascinado por los gestos del escritor en esa mañana de escritores invisibles y de otros menos invisibles que hablan de escritores invisibles. Entre ellos, K., confundido ente su amor a Clarice y las ideas de J.. ¿Son ideas o distancias de la realidad? ¿Tal vez sea el amor parecido a su pasión literaria?, es decir, no real, ¿un no que le sellaba el cuerpo? Estaría ausente para ambos porque tiene su responsabilidad con la discreción o deseaba permanecer de bajo perfil ante la presencia del maestro cuando hubo terminado. Y el amor, como él lo sabe, era una distracción. No importa, especulaba, Clarice, Clarice cuánto te amo. Clarice tu movimiento amatorio y ausente, Clarice, tu cabellera y cómo arropa mi deseo, Clarice, tus labios hundidos en lo lejano de mis dedos y yo aquí en el deleite de una voluptuosidad almendrada por mi destierro. Seguía pensando K. mientras, J. caminaba ante el tope del proscenio para bajar hasta el público. Y lo hacía sin faltarle una sonrisa. K. sabía cuándo era su momento de retirarse. Sin embargo, lo detenía la presencia de Clarice quien se acercaba a J. para felicitarlo, le estrecha su mano, un tanto hace J. y, en seguida, Clarice le abraza. K. ¿Sabrían Coetzee y Auster de la distancia en el amor?, caviló K. de nuevo por un pequeño instante. En ese gesto contradictorio de la duda siguió mirando como quien mira una ilusión hundirse en el mar. Aquel trecho con la voluptuosidad de Clarice se le hacía ahora más angular.

     K. un hombre solo.

 Podrás leer los facsímiles anteriores en mi blog Juan Martins ↩︎

Suele vestir de sombra

Destacado

Hago extenso mi agradecimiento a El Taller Blanco Ediciones, Néstor Mendoza y a Geraudí González Olivares por hacer realidad mi libro «Suele vestir de sombra». Bello proyecto editorial desde Colombia. También puede descargarse gratuitamente en formato PDF: https://el-taller-blanco-ediciones0.webnode.com.co/ Gracias.
#poesía#Ediciones#literatura

‘El simio albino’ de Edilio Peña

Teatrología Hambre en el trópico, Ocaso, Las manos del escritor y con esta El simio albino.

juan martins

El tiempo en la pieza El simio albino[1] de Edilio Peña es una noción de la realidad, de su percepción que quiere cambiar. El mundo que se oculta en el instante. Entonces, si el tiempo se desvanece, las palabras que lo definen también lo harían. Nada de acuerdo con la verdad, tal como la entendemos, se desvanece por el sólo hecho de nombrarlo. La realidad alterada mediante el mismo lenguaje que la recrea. Este tiempo, en esta abstracción estaría para crear otra alteridad del signo. Lo que sucede, es el instante que perdemos por reconocernos en él. Al segundo las palabras reproducirán el significado y allí es cuando el significante de la palabra se alterna. En caso de que se relacionen todo empezaría de nuevo. La zona cero vendría sobre la mente del público. Todo se recrea en la significación. El discurso parece fragmentado, pero funciona con otra lógica del lenguaje: lo extraño ordenándose en un nuevo precepto de su sintaxis, lo que se oculta no está del mismo modo, sino que evade la realidad o a lo que entendemos de ella. Es también una arquitectura verbal (permítanme la metáfora) que tendría lugar en su «caja china» del texto dramático de Peña. La caja china llena de signos cuyo dueño único es quien interpreta, el público y por supuesto la noción del actor para representar esta nueva lógica que quiere aparecer, pero una vez abierto a los sentidos aquella realidad cambiará para este espectador: volvería a la zona de interpretación, despierta a lo que se cubre. Lo que está detrás es lo real, no lo aparente. De lo que se habla es de nuestro país. No es ambiguo, es el nuestro porque la crueldad, como sabemos, es ejercida desde el poder con el propósito de enajenarnos. Esta caja china de significados, como connotación, desea darle vuelta a los signos para esta comprensión histórica:

El Brigadier.— […] Increíble, todo está igual. Aquí no hay rastro del tiempo. El orden no ha sido alterado por el caos. Hasta el polvo que lo ensucia todo está ausente. Los instantes fueron abolidos. (Desliza la mano por encima de una cama y encuentra una fotografía. La observa y se dice para sí.) No sé por qué creen los ingenuos poder escapar de la muerte tomándose una fotografía. Dejar estampada el alma hace más fácil el fin del último acto. (Guarda la fotografía en un bolsillo de su pantalón, mirando hacia la espalda del Raro. De repente, se lleva dos dedos al borde de la boca, y emite un silbido agudo, espeluznante.) ¡Raro!… (Edilio Peña, p. 6).

La forma se transparenta. Todo al mismo tiempo dispuesto, como decía, para el lector, el actor. Luego el público recepta esa noción del mundo en el que estamos enfrentados en el país. Determinar las condiciones del totalitarismo. Lo explícito aun dicho con la suficiente valentía. Todo, (en la primera estructura del texto) suele parecer extraño, sin embargo se confirma el lado oculto, el mundo que se tergiversa y que quiere ocultarse como ejercicio del poder. Por el contrario, la mirada del autor nos desengaña. Es decir, lo extraño, en su giro fantástico se posesiona para conferirle el tono de imaginación al drama. Peña es fiel en esta teatrología Hambre en el trópico, Ocaso, Las manos del escritor y con esta El simio albino: el país, nuestro dolor. Denuncia como pocos autores: desenmascara, revela al país en su contexto poético. Fiel a su discurso. Hay dos zonas de esa revelación, tanto en lo sugerido como lo explícito. No quiere desilusionar, lo muestra bajo la evidencia de ese carácter político del drama.

Como cuando leo a Franz Kafka para sentir su extraño desvanecimiento. Éste se adelantó a la representación devastadora del totalitarismo en su literatura, mucho antes de que éste último se hiciera presente en el siglo XX. Lo hizo construyendo, para aquél entonces, una obra que no podía ser totalmente comprendida. Es el caso, de su novela El Proceso.   Ahora, en el caso de la dramaturgia de Peña, este revela el horror del totalitarismo en una representación simbólica y arquetipal, que es como la metáfora de una pesadilla de cualquier venezolano inmerso en el horror cotidiano del poder que lo sojuzga. Ahora que pensaba en Kafka, pensaba en esta pieza y la huida de mi propio cuerpo. El cuerpo, la pérdida de la conciencia por el sujeto sometido por aquella alienación. Sólo que el signo no sólo es verbal, sino que todavía es orgánico, como lo pienso. Y, por tal razón, el actor y la actriz (tanto uno como otro) deben representar este sentido de lo extraño y lo inverosímil en el espacio escénico. Además de representar lo real debe quedar el espacio para lo extraño, lo inidentificable y, por qué no, el personaje albino como exhibición de lo monstruoso y del poder. Así «El simio albino» representa a la estructura simbólica del totalitarismo, «El Raro» quien lo contradice en oposición es la otra mirada del espectador, es la víctima con la que nos equilibramos:

El Raro.— No. Fingía ser. Me odiaba tanto que veía en mi rostro la cara de la bestia que concibió junto con aquella mujer que sería mi madre, el ser que ahora soy. No soportaba mi mirada. Me llamó aborto de la naturaleza. En un ataque de ira me sacó el ojo izquierdo con una cucharilla de plata que había puesto a calentar hasta alcanzar el rojo vivo, entre las llamas de la cocina. (Ídem),

Por su puesto el poder ejerce su modelo de violencia por más que se oculte de su naturaleza: El Raro.— Quizá el filo del hacha lo asustó. Siempre emite el silbido de una serpiente cuando cae sobre su presa como una guillotina. No se preocupe, la guardaré de su vista.[…] (p.15). Desde esta perspectiva, insisto, hablo de lo extraño y lo inverosímil. Incluso esta violencia como expresión de lo terrible. El terror dispuesto en la mesa. Y si se funda el terror se descubre el miedo. Este es el lugar de la emoción aquí. Ya lo decía Fernando Pessoa: todo buen drama racionaliza la emoción, es intelectualiza para dar lugar a la palabra.

Se dispone en el lenguaje la relación siempre subjetiva, entre sensación y palabra como expresión de la irracionalidad hasta que lo terrible asimila nuestra conciencia. La acción devenida tiene que ver con este lugar de lo subjetivo, de lo simbólico, lo inédito y las sombras. En el drama, la interioridad de su escritura posee la acción implícita por su propia condición de este relato: el actor/lector halla en su interior los códigos de ese lenguaje corporal por tener la diferencia con lo que le es real. El miedo se sustenta todavía a partir de esta subjetividad Y en consecuencia la tensión dramática queda definida: temor, miedo, duda, desasosiego, angustia en el estadio emocional con el cual se nos encarna porque lo sentimos, La sensación es real.

La palabra, sintaxis del cuerpo. Y la emoción tanto del actor como del público deviene en la estructura de la pieza. Ya que la emoción se alimenta de esta primera sensación del pensamiento (el espectador se asocia al relato, a su sintaxis y la gramática fluye en sus ideas). Lo racional será la consecuencia posterior del público cuando se detiene a reflexionar el sentido de lo real. Por lo cual los referentes, apenas detallados son una claridad, la plaza Venezuela anunciada es el espacio del terror, donde el poder ejerce su represión, sólo por citar un ejemplo de lo directo y denotativo. La obra (vista desde la representación) nos conduce por este camino de lo subjetivo, lo que, vuelvo a decirlo, está por identificarse:

EL BRIGADIER.— Me desconciertas. Hace rato cuando estábamos en el bar, contabas chistes que me privaban de la risa… pero ahora la moneda muestra otra cara. Si padeces el calvario del encierro, ¿cómo haces para salir y entrar de tu prisión? ¿Descubriste un pasadizo secreto en alguno de tus sueños más persistentes? ¿Cómo hiciste para que tu padre resucitará y te internara de nuevo en la escuela militar? ¿Por qué sigues siendo un muchacho sin arrugas en la piel? Dime, escurridizo fantasma pecoso. (p,11).

Cada uno de nosotros le confiere su interpretación claro está, la diferencia está con la emoción que nos acercamos. Ya que después de la emoción racionalizamos el discurso y la palabra. Siempre anunciando el terror como relevancia del miedo: El Brigadier.—[…] (Mirando hacia el interior del pozo.) Yo descendía como un gusano por la escalera colgante, la que está debajo de mi espalda. Dentro del pozo. Con la pala y las uñas, socavaba la preñez de la tierra… pero luego, más allá del fango, me esperaba el corazón de lo impensable. (pp. 11-12). En la instancia del poder se muestra la esperanza de liberación. El cuerpo se libera del daño y el lector (espectador) se recoge de la experiencia:

(El Brigadier vuelve a sentarse al borde del pozo. De pronto, la garra de un simio albino sujeta su hombro fuertemente. El Brigadier empalidece y comienza a temblar. El Raro mira la situación inesperada en tensa expectativa, a la espera de un desenlace. La garra del simio hala hacia el fondo del pozo al Brigadier Mayor. Este cae emitiendo un grito desgarrador que retumba con un eco.) (p.16)

Esta acotación final es evidente en esa intención. La estructura del miedo para delimitar la realidad, la pieza es simbólica por una parte, aún así, denoto aquí un trazado con lo expresionista como para definir el carácter del hombre, su posicionamiento ante el hecho histórico. El poder como ejercicio alienante no tanto psicológica como sí real.

Juan Martins
05.04.24


[1] Edilio Peña. El simio albino (1ª ed.) [PDF, archivo del autor. Mérida: 2024]

‘La puerta condenada’ -después de leer a ‘Montevideo’ de Enrique Vila-Matas-

por Juan Martins1

Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana. […]

Julio Cortázar (La puerta condenada, 1992: 58)

El sendero por descubrirse. Y lo que puede estar detrás de esta puerta será lo insospechado por lo vedado como inidentificable. Dentro de la imperfección del sentido. Lo que se halla (encubierto) es además el rumor de la duda. Si logro abrir el vértice de alguna de sus puertas sería la sombra de mi forma (mi ser sobre el abismo) por pertenecer a otro mundo que nos engaña para liberarse de su entorno. La puerta es la misma sensación emocional que nos produce: A Petrone le sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto. (1992: 55). Se oculta allí la ausencia de lo desconocido cuando se nos hace claro la figura de un paisaje narrativo que se asienta en la tensión de lo furtivo, mediante lo cual se nos ofrece un lado fantástico para interpretarlo. La figura de la realidad cambia nuestro estado emocional y el ánimo de la voluntad del protagonista cambiará de acuerdo con ese encuentro de lo que está dentro de la puerta como reflejo de la pérdida. Petrone lo resuelve con más facilidad al final. Acepta el carácter de esa realidad. Pero esta no es extraña del todo: la mujer que se oculta con su bebé detrás de la puerta en la habitación del hotel Cervantes de la ciudad de Montevideo siente la necesidad de «rescatarnos» tras el hallazgo de lo que está dentro, más allá de su habitación, detrás de lo desconocido, detrás de los temores y de lo incierto como lo sabremos al final. Iremos tras el asombro.

    Desde esta demanda se muestra la sensualidad de aquella «forma» de lo oculto tras el hallazgo de aquel asombro y, por qué no, el respiro del rumor, la tensión y la incertidumbre que vive Petrone por saber qué está a la zaga de la puerta, saber de aquel niño el cual

[…] lloraba tan débilmente que por momentos no se lo escuchaba, aunque Petrone sentía que el llanto estaba ahí, continuo, y que no tardaría en crecer otra vez. Pasaban diez o veinte lentísimos segundos; entonces llegaba un hipo breve, un quejido apenas perceptible que se prolongaba dulcemente hasta quebrarse en el verdadero llanto. […] (p.58).

    El asombro aparece transformado en seducción y curiosidad, otras veces, tras la irritación de Petrone por terminar de saber quién es el niño que llora detrás de la puerta. Saber que al abrir la puerta se descubre también otro vértice de la vida. Nuevas formas de la vida incipiente sobre la búsqueda de otro significado. Ni siquiera la duda resuelve el asunto para Petrone, porque para él la realidad no es sino el llanto del niño quien interrumpe su descanso desde su lado de la puerta. Al otro, el niño que llora en horas de la madrugada y todos lo niegan. Dicha puerta condenada requiere entender lo fantástico como muestra del escenario insólito. No importa qué está allí de ese lado, como sí la disformidad de esa apariencia. Quiere decir que la vida por lo extraño nos desvela. La confusión reitera la tensión narrativa para el lector de no ser por lo fantástico. Lo curioso e indiscreto conformando el relato. En tal caso lo vedado se sostiene cuando de pronto aparece revelado este temor que nos produce el niño llorando al lado de la puerta como tergiversación de la realidad. Mirar «qué hay detrás» del costado alimentando la curiosidad del lector.  El temor asomando su alternativa. Y mirar es librarse del desasosiego tras la búsqueda de transparentar los hechos hasta aclarar lo que le sucede a Petrone: la angustia, esta tensión narrativa. Por ejemplo lo desconocido adquiere prioridad, todo lo demás se arregla en función de «mirar» como si la puerta fuera el portal eterno de lo insólito.
    Querer descubrir qué hay al abrir la puerta será la esperanza para nuestro protagonista y el enganche del lector. El narrador desea mantenernos en la duda. Es el punto álgido del narrador cuando se sostiene la ambigüedad de lo inverosímil. Quiere reconocerse el carácter de esa soledad de estar vacío en la habitación porque nadie del hotel reconoce el niño que llora. También es una resonancia del temor por no saber, en cambio, qué está allí detrás del vértice o de cómo los hechos nos colocan en ese vacío. La nada de otro mundo no menos real, pero sí de otro significado. Otra variante de la vida. Lo desconocido nos modela otra condición de la vida, tanto real como extraña. No digamos más, detrás de la puerta, otra habitación, el vacío y la otra ciudad que nos descubre. Y si por diferencia queremos regresar donde estábamos. Será pues muy tarde cuando habitamos el atasco como ruina de la realidad. La ciudad aún tiene su rostro.

    No haremos más que ocultarnos otra vez: se abrirá otra puerta y detrás de esta otra en donde nace un pasillo hacia nueva puerta y desde ésta otro cruce hacia el mismo recorrido, en cuyo sendero no termina el laberinto. Todo lo contrario, hay otros portales sobre el recorrido. La nada que se parece aquí al vacío. La nada similar a la duda en el recinto del hotel Cervantes. Como veremos Petrone teme a ello por no encontrarse con lo normal. Lo incauto, aquel abismo de la duda. De modo que la habitación no cambia. La puerta condenada, el niño que «llora» y su madre del otro lado de la puerta. Nada se parece más a su propio laberinto cuyos extremos se bifurcan para otro recorrido afín, pero diferente por los hallazgos. Ninguna ruta se parece a la otra. Hay que recorrer el camino con la duda. Petrone insiste de lo que hay en el otro lado. Todos lo niegan. Él insiste a modo de descubrir cómo el niño llora valorando lo infrecuente […] Petrone se preguntó qué iba a hacer […] todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. […] (p. 59). Y la sorpresa es que, en pos de la puerta, pensó Petrone, hay un niño imaginario que llora y acentúa su desasosiego. Tal connotación es implícita para Cortázar. Esto sucede como un hecho regular en la vida del narrador, mostrando la gramática de ese mundo detrás de este diálogo con la otredad. El mediador, insisto, quiere posesionar al lector, lograr de éste su movimiento activo mientras sea un lector comprometido con esa noción de alteridad. Lo que está dentro y fuera se mueve a nuestra voluntad en tanto somos ese tipo de lectores de lo fantástico.

    La puerta condenada será su realidad. Detrás de la puerta otra vida. De manera tal que lo real cambia ante lo extraño. Al revés de la puerta otra naturaleza. Sin embargo la subjetividad del protagonista acepta esas condiciones de esta puerta. ¿Condenada a qué? A nuestra perplejidad por lo otro. El lector decide cuál marco de la puerta selecciona para su alteridad de lo cotidiano. Esa incomodidad es uno de los atractivos del autor. Estar dentro o fuera o en la ilógica de los hechos. Allí estaría la bifurcación de ese sendero: nuestro temor. Desde luego que la maestría de Cortázar vuelve lo insólito normal. Lo extraño como ordinario y lo sorpresivo cotidiano como para introducirnos a la función de lo fantástico. A ver si me hago entender, lo que es aparentemente normal surge de ese mismo giro de lo extraño. Por ejemplo el bebé del otro lado ya es tan natural que se conforma en el lector como un estado natural de las cosas. Es decir, que él encuentre su propia realidad del relato. Verosímil lo inverosímil, lógico, lo absurdo y real lo irreal. El narrador nos ofrece esa opción. A fin de cuentas lo «extraño» se ambienta en las sensaciones de sus lectores.

    Hay un recorrido en una frontera muy débil entre lo de adentro y lo de afuera. Vida y muerte, lo maravilloso y lo cotidiano, la sobriedad y el desasosiego en ese límite. La puerta no está condenada como sí abierta, como dije, es asidero de puertas interconectadas. La duda es la conexión con lo extraño. Como se sabe lo descubrimos al final del relato. Y por lo expuesto esa ruta es también desconocida para su lector. Hay un recorrido sin destino, pero que reside en el cambio emocional de Petrone para seducirnos cuando

[…] Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil, pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse. (P. 61).

    Lo extraño tergiversa la realidad. Poco importa que sea real. El niño llora y se alude no sólo al imaginario, como también a lo fantástico. El niño, en su noción para el lector, dobla el sentido, la alteridad no es sorpresa, ya que funciona como algo que debe suceder. El territorio de lo fantástico funcionado como un hecho natural. Es cuando cierra aquí el relato.

    Dudar de la realidad como así sucede en la narrativa de Enrique Vila-Matas, es decir, que la novela puede serlo todo y que su forma evoluciona. Escribir novelas como cambiar el mundo, pero sin tocarlo, agitarlo en la sensación, en ese fragmento de la emoción como hasta lo estamos indicando en la formación de la narrativa, tanto en Cortázar como en este último por su puesto desde sus diferencias discursivas. Leer a los autores por lo novedoso o por otras ideas de entender a la narración en este contexto de lo contemporáneo.

    Regresando a La puerta condenada, vida y muerte separados por un límite muy breve, casi transparente a lo que está más cercano o lejano de la vida. El lector no decide, sino que recorre esta voluntad con el relato. La puerta no está condenada como sí abierta a la incógnita, como dije, existe esta puerta donde los secretos residen en la memoria, ahora sí, tanto para el narrador como para el lector lo extraño es permeable ante el encuentro de un relato sorprendente en su estilo. Se siente la tensión narrativa. Hay un recuerdo, un viaje sin destino que no fuera sino aquella duda, lo extraño, el vacío y lo inverosímil porque estaremos detrás de la puerta buscando otros significados. La suerte será otra habitación con otra puerta condenada. Con esto Cortázar consolida la vida en tanto es aquella visión fantástica de lo narrado: no es que la realidad sea diferente, sino que esta diferencia es propia de la realidad. Y la vida se tergiversa y se complementa en la narración. Todo es posible y natural. Lo extraño formará parte de esta naturaleza. No hay sorpresas para descubrirnos en otros significados de la vida. El instante fluye en nuestras sensaciones. Revelar que lo inverosímil es todavía parte de lo real.

    Decía que el viaje es parte de ese registro porque Petrone nos conduce a través de un viaje de lo extraño donde descubrimos, por paradójico que parezca, el giro fantástico del relato. Debo decir de nuevo que todo se conforma dentro de su aparente cotidianidad porque para nuestro autor así es la realidad como para el narrador de Montevideo cuando desvela cómo las ciudades París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá son parte de puertas para el héroe, puertas que se «abren» con historias en espera del autor por la perspectiva de narrar bajo la novedad. El escritor que no escribe, el héroe en Montevideo, ahora tiene historias reservadas de esas ciudades. Cada ciudad la historia por contarse. A la vez que el narrador nos recorre sobre un sendero también abierto a pesar de que este protagonista haya abandonado la escritura. Este escritor que no tenía historias para hacerlo ahora lo sorprenden esas historias veladas en estas ciudades. Las puertas que se abren en un autor-personaje que se asocian en el atrevimiento de Vila-Matas con esta novela.

    Petrone, por su parte en La puerta…, se extiende en la otra voz narradora de Montevideo y esta regresa a una teoría literaria para el barcelonés Vila-Matas. Cortázar aventurado en el relato, intertextualidad de Cortázar a Vila-Matas y de éste a la narrativa del viaje, del traslado de la literatura latinoamericana a Vila-Matas. Y luego regresemos a Cortázar por supuesto como herencia de aquel. Allá en Montevideo son notas de vida que se articulan al propósito de la novela, por eso, «viaje» a la memoria. En la habitación 205 del Hotel Cervantes de Montevideo que existe y ahora es la motivación de narrar lo inconmensurable lo cual se construye en ese relato de la Nada y del Vacío. Honor a un estilo que también lo es para el barcelonés, puesto que […] la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo» […]. (Vladimir Nabokov, citado por Vila-Matas, 2022: 56). El estilo de otra aventura, de la novedad de escribir con el propósito de tener un narrador tan poderoso que sea capaz de negar la escritura, negar al lector y colocarlo a este frente a otra ciudad desde la puerta insondable. En la Novela el itinerario de su narración se bifurca con otra ciudad y de esta a otra sobre la búsqueda un mundo tal vez maravilloso para esa escritura de la nada. Ya que lo irreal y lo cotidiano se cruzan con la firmeza de lo fantástico. En este caso de Vila-Matas es la sorpresa, lo ilógico y las bromas de la intuición. Por su puesto los autores son diferentes, pero se reúnen aquí. Sucede en Montevideo como en La puerta… . Novela y relato separados hasta unirse en su intención con el estilo. Como lector me es inevitable compararlos. La vida y lo literario captando su propia tarjeta de presentación, aprender de las historias su animación literaria en cada autor.

    Habrá que decir que lo sorprendente funciona en la estructura del relato como en la vida. No se separa. Lo real e irreal en el mismo lugar y el discurso sostenido se nos hace relato, como divertimento. Más bien lo sorprendente se vierte a la vida. Por último lo fantástico estaría de ambos lados, en la vida como en la narración. Las puertas contiguas tienen algo que contarnos, siempre detrás de lo otro, nada aflora mientras cerremos esas puertas. Este impulso orgánico con la escritura es necesario para entender a Cortázar, su estilo como su herencia. Y nosotros los lectores ambiciosos de tener estas voces de la narrativa para lo cual nos aventuramos detrás de lo cotidiano. La aventura del riesgo siendo parte de nosotros. Véase como al cabo del relato La puerta… todo se cubre de otro semblante porque Petrone […] lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido […] (1992: 61). Éste quiere aceptar ese lugar de lo ajeno. El niño estuvo allí llorando cuando ya la mujer no estaba en la habitación próxima del 205 del Hotel. Sin embargo el niño se oía. Dos realidades, primera, que el niño siempre estuvo allí y la otra que el suceso es parte de su propia imaginación y es fantástica todavía en ese orden de lo real. Esto quiere decir que lo imposible sostiene al lector quien no se extravía en la tensión narrativa, tal como lo aceptará al final del relato. El lector se posesiona del lugar de Petrone, acepta para envolverse de esta otra realidad. Ritmo y estructura hasta conseguir la irreverencia del relato. Seremos entonces parte de lo irreal donde lo último de la historia queda abierto a interpretaciones.

    Por lo mencionado habrá que recordar que lo extraño no es sobrenatural en el giro de lo que llamamos fantástico cuando los límites entre lo real e irreal no están dados. Ya decía que lo ambiguo los ocupa. La alteridad es parte misma de la realidad. Una habitación, un bebé que llora que nadie ve y nadie oye, pero es parte de la realidad. Lo vemos a partir de nuestras sensaciones.

    Detrás de la puerta el inconsciente de nuestros sueños.

    En Montevideo las puertas se abren al escritor que quiere escribir de lo «que no puede escribir». El personaje-escritor deja de ser escritor hasta introducirse en otras realidades: —¿Y no será que usted escribe sobre aquello que le impide escribir? ¿Y no será que si yo toco piezas de jazz es porque éstas hablan de lo que me impide tocar? (Vila-Matas, 2022: 30). Mallarmé aquí responde a Davis Miles en este juego literario que nos ofrece el narrador para provocar la duda, el abandono del escritor por sí mismo cuando está detrás de lo que no puede escribir. Revela cómo aquellas ciudades París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá son las puertas que se abren a lo contiguo en donde aparece lo que debe escribir «sin escribir». Acaso el sueño de lo desconocido. Es cuando el personaje se arrepiente de abandonar la escritura cuando de pronto encuentra, en el medio de ese viaje, otras posibilidades de hacerlo. Continúa su aventura detrás de cada ciudad para el recorrido. No tan sólo por vivir la experiencia (del héroe) como sí el pensamiento que deviene de la nada a la escritura o del vacío a la plenitud. Entendamos, sugiero, que en esta novela de Montevideo lo singular se da en la aparente esfera de lo normal. Lo normal no funcionará sino en el pensamiento del protagonista. Claro, las cosas cambiarán al ritmo de la experiencia intelectual. Deja de ser intelectual cuando dichos sucesos lo sorprenden en tanto es el escritor de lo que no puede escribir. Y el ejercicio de la escritura se reduce a lo ilógico de su propia idea de escribir. Lo sabrá al descubrir cada ciudad. Aquí la trama no es más importante que el acontecimiento, el tejido narrativo o esa estructura de la sorpresa.

   Y ahora, regresando a La puerta condenada, el personaje queda descubierto por lo extraño. Lo extraño funciona como natural frente a los hechos, mientras que en esta novela la sorpresa del pensamiento está sublevada el héroe, a una segunda intención de lo que descubre, es decir, de cómo la escritura se elabora en el narrador que pretende doblarse en su héroe. Redactar pues lo imposible de sí mismo en primera persona (el yo literario de Vila-Matas, descubierto en la ficción). Una vez más la ilógica fraguada en el estilo de narrar. Y desde estilo a la estructura de su obra.

    Aunque los narradores de Cortázar y Vila-Matas diferentes dentro de cada estilo por temporada y formalidad aún estarían unidos por la autenticidad de lo sorprendente. Lo contiguo a las puertas serán parte de la misma ambigüedad. La puerta condenada en uno y las ciudades en el otro. Desde luego sabremos que detrás de lo contiguo abrimos nuestras duda ante lo inesperado de los protagonistas. Si revisamos bien queremos estar en el interior de esas puertas y de lo nuevo que será incertidumbre porque no sabemos qué surge de allí. Como si la literatura fuera la vida por sus hechos ilógicos. El Juego de lo irreal siendo en su turno parte de lo real. Tal es la fortuna de los relatos, ya que la vida es la representación de lo imaginado, lo curioso y lo surreal. La sorpresa, como sabemos, estará en este narrador de Montevideo y lo surreal en lo lúdico de Cortázar, más allá de cualquier hecho teórico por lo literario. Todavía Cortázar en Vila-Matas.

    Salir de los límites de la novela conocida, desarrollar el modelo que su visión le exige. Este narrador de Vila-Matas incluso es disuelto no tanto en lo experimental como sí en la búsqueda de esos límites cuando la novela puede serlo todo. Dije más arriba que la historia de esa novela (lo narrado) evoluciona detrás de la trama que poco importa ante esa tendencia de lo sorprendente y de cómo coinciden en nuestros dos autores ese gusto por lo literario. Incluso sin importar si se fracasa. Reitero cómo el héroe del escritor barcelonés (véase en el vídeo: Cortázar, 2023) descubre mucho que contar, puesto que le ocurren los hechos tras su asombro de conocerse en estas ciudades como escritor. La ambigüedad en el ejercicio de la escritura. Tal vez una compresión de lo fantástico para su novela sin comprometer su modo (estilo) de escribir. De allí el carácter ensayístico de esta novela. Descubrir la sorpresa por un lado y ese potencial de la novela hasta perdurar en su obra. En ser historia de otra historia. El relato dentro de otro. El narrador metido en su laberinto cercano en esas coincidencias de Vila-Matas, tal como lo muestra con claridad en su capítulo Montevideo. Y del pensamiento literario de su novelística.

    Los dos autores para el lector. La puerta condenada sigue al narrador de Montevideo. El personaje-escritor viaja para el recorrido de la otredad por el hallazgo de otros umbrales.

    El narrador los atraviesa y se descubre a sí mismo quizás para desdoblarse en aquel. El autor unifica el ensayo y la narración hasta consolidar su estilo. La novela del viaje. El tratamiento del doble, del otro que le permita esta osadía de narrar, dejarse inducir por esa influencia de Cortázar con todo el riesgo de la derrota. Vila-Matas lo disfruta como también nosotros. Ricardo Baixeras nos afirma

[…] la búsqueda de una narrativa utópica, la preeminencia de un estilo ganando la partida a la trama y la voluntad inquebrantable de construir un paisaje literario después de la batalla moral que ya se sabe perdida de antemano […] (Ricardo Baixeras, 2022).

    Y es trazada su búsqueda en Montevideo. Donde el mundo hecho de fisuras abiertas a la noción del lector que quiere conciliar con el Vila-Matas que conoce. Novela para los lectores vila-matasianos, si se me permite el término. De alguna manera el autor y el lector se reconocen en esa escritura a propósito de su estilo, su atmósfera, el ritmo y la prosa que nos permite huir con el autor desde aquel recorrido donde los paisajes nos descubren. No quiere el autor repetirse ni defenderse en la novela. La novela insisto puede permitírselo, por lo menos esta novela de la ambigüedad y en la que todo es posible hasta desdoblarse en el narrador. Quiere decir que está presente un yo quien es nosotros, somos los otros que también buscamos, por fortuna sin el éxito que esperamos. En ese momento esta novela se acerca a esa puerta incógnita de La puerta condenada. El lector conoce ese riesgo y es lo que disfruta de este estilo del narrador o de sus narradores de toda su obra como lo demuestra en su ensayo Perder Teorías (Vila-Matas, 2012). El autor doblado en el narrador para asignar su noción de la novela. Vila-Matas ofrece este placer de la metáfora en el hecho de la construcción del texto para la narración. El narrador busca. Busca y se detiene en la duda de cómo escribir esta experiencia. Recuerden, vida y novela en el mismo lugar. Por eso es vida su gramática. Tan pronto como la escritura trascienda a este lector. De hallazgo y pérdida al punto de la lectura. La vida de los otros, la vida otra vez de un viaje. No tolerar lo monótono de las ciudades por descubrirse. El riesgo es necesario ante lo nuevo. En ese caso estarían bajo la construcción del personaje y a la mirada del narrador que pronuncia en tercera persona los rodeos de las ciudades, del paisaje literario al pensar en términos de la escritura. Abrir las puertas de estas ciudades y entrar en sus ambigüedades para vivir lo que el héroe no esperaba, porque aparece el recóndito espacio de su vida que le aguarda por los hechos descubiertos. Le son literarios en esa medida de lo insólito al que hacemos referencia. Descubre con retardo y el narrador lo quiere mostrar así como para exhibir su teoría literaria de la novela: cada ciudad la puerta por abrir y su secreto oculto. Y el autor enfatiza esta herencia cortazariana hasta admitir la habilidad de lo que se escribe «sin poder escribir», la nada detrás del personaje. No es en ese caso un héroe ortodoxo porque fracasa. Sin embargo disfruta de su caída tanto como duda de lo real. Y hacerse en lo literario al descubrir la duda dentro del mismo viaje. Vila-Matas nos coloca en ese lugar en el capítulo Montevideo. Habitamos la habitación por igual donde el tiempo será simultáneo.

    Para Cortázar sus imágenes devienen de los recuerdos de la infancia y se colocan en ese mundo de lo extraño, de los retratos lejanos y los paisajes que se ocultan en el recuerdo y se vuelven en este juego literario cuando tiene claro su origen de lo fantástico. Sólo que se unen vida y literatura. Por eso siempre ha querido que el lector participe. La puerta condenada, Casa tomada y La autopista del sur, entre otros relatos, son ejemplos de esa cercanía. En todo caso, Vila-Matas lo aproxima en Montevideo por estar próximo a ese estilo. Después de todo de cómo entenderse con lo auténtico de dicha búsqueda.

Bibliografía

Baixeras, R. (2022). ‹Montevideo›, de Enrique Vila-Matas: la llave maestra de la puerta condenada. Recuperado de: https://n9.cl/xvocg (01 Septiembre de 2022. 6:50).
Cortázar, J. (1992). Los relatos. Juegos. Madrid: El libro de bolsillo. Alianza Editorial. S. A. Nº 2.
Vila-Matas, E. (2012). Perder Teorías. Barcelona: Editorial Seix Barral, S. A. Primera edición en libro   electrónico (epub): septiembre 2012 Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.
 _____________. (2022). Montevideo. Barcelona: Seix Barral. Biblioteca Breve, un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.. Edición en libro electrónico noviembre. 2022 (ePub base r2.1).

  1. Del libro El exilio de los nombres/ {Be Bop para Cortázar}/Juan Martins/1ª edición: © Ediciones Estival 2023/Colección: El vitral de Duchamp N.º 8. Edición digital. ↩︎

La uruguaya de Pedro Mairal, a propósito de una conversación

Por José Ygnacio Ochoa

Emecé Editores. Novela literaria. Argentina

Les confieso que este texto lo escribo, luego de una breve y oportuna conversación con Maikel Ramírez, un buen amigo, profesor universitario dedicado a la investigación literaria y la crítica cinematográfica. Intercambiamos múltiples apreciaciones en torno al séptimo arte mientras esperábamos la presentación del poemario Algo le pasa al tiempo del poeta Rubén Darío Carrero en la ciudad de Maracay. Conversamos sobre temas de ciencia ficción, cine de autor, independiente y de terror, además de un tanto del cine que se realiza fuera del ámbito de la élite cinematográfica. Por supuesto, tomé nota de las recomendaciones de algunos títulos que Maikel me facilitó.

Le comenté que había visto el film La uruguaya, estrenada en la Competencia Internacional en el 37° Festival de Cine de Mar del Plata, dirigida por Ana García Blaya, quien fue galardonada por este film(*). Protagonizada por Sebastián Arzeno (Lucas Pereyra) y Fiorella Bottaioli (Magalí Guerra) con la participación especial del actor Gustavo Garzón como Enzo, el amigo de Lucas. Dos personajes que se  descubren ante el público en un intento de una aventura entrañable y conmovedora. Lo que les quiero contar es que a partir de este encuentro busqué la novela para leerla y surgió la idea de comentarles algunos detalles, veamos.

    Siempre hay una historia que contar, luego el asunto está en el cómo se cuenta. Como les dije, esta crónica que les cuento me permite hablarles de la novela La uruguaya de Pedro Mairal. Las conversaciones con uno mismo a veces suelen ser extrañas porque, con todo y que es una suerte de monólogo interior, no nos decimos las verdades, son a medias todas ellas. Sucede, entonces que la mirada se esconde con la palabra. La grieta se profundiza en buscar explicaciones donde sabemos que no las encontraremos. Sucede también que lo no dicho al otro va lacerando el cuerpo, la mente y las ganas. En la novela La uruguaya la vida es simple en apariencia. El personaje Lucas cuenta en primera persona lo que le acontece, corrijo, lo que quisiera que pasara y de tanto desearlo, pasa. Lo que acontece en ochenta páginas está marcado por el visor del protagonista. Él va hacia sí, va por dentro y se carcome en su artilugio, en su mundo. Todo está en su interior, el pensamiento crea otra realidad que choca con lo que tiene al frente. El espejo no refracta lo que piensa. El pensamiento va por un riel y su cuerpo va en sentido contrario. Leamos sólo el comienzo:

    Me dijiste que hablé dormido. Es lo primero que me acuerdo de esa mañana. Sonó el despertador a las seis. Maiko se había pasado a nuestra cama. Me abrazaste y el diálogo fue al oído, susurrado, para no despertarlo, pero también creo para evitar hablarnos a la cara con el aliento de la noche.

—¿Querés que te haga un café?
—No, amor. Sigan durmiendo. —Hablaste dormido. Me asustaste.
—¿Qué dije?
—Lo mismo que la otra vez: «guerra».
—Qué raro.

    Como raro es él. Así comienza esta encrucijada que está en la mente de Lucas, un tipo común como todos, con el detalle que escribe, sí es escritor. Eso no lo hace ni más inteligente ni más torpe, es. Luego, dos viajes simultáneos.

    Lucas en su viaje: El buque lo ubica en un espacio determinado y tangible, el otro no. El otro lo conecta con el espacio de su conciencia-pensamiento-ilusión. Es su piel al reverso. Palpita, se descompone en ese viaje. Lo golpea hasta más no poder o Solos y juntos. Esa es la vida de Lucas y su esposa Catalina, o mejor dicho, de él, ella estaba clara en lo que aspira de la vida: Muchas noches pasaba eso. Me quedaba despierto boca arriba, sintiéndote respirar y escuchando la gota que empezaba a sonar como a las dos de la mañana y que nunca supimos dónde caía, parecía el ruido exacto del insomnio, la gota del inconsciente.

    Qué gota la que tenía Lucas en su haber. La gota que lo aturde o que lo hace escribir. Como decíamos al comienzo, raro él. Y, más que un viaje hacia el futuro, es un viaje del pasado asociado con temores, dudas, angustias y hasta fantasías eróticas.

    Un ir y venir en 11 capítulos con un poco más de 80 páginas. Lucas se crea su propia montaña rusa.
    Divago, generalmente le atribuimos la semblanza de lo filosófico a lo está fuera, cuando lo real es todo lo contrario. Ese asunto de lo metafísico está en nosotros mismos desde el momento que nos cuestionamos o dudamos de la existencia. Lucas es la fiel representación de ese hombre que, atribulado, busca una respuesta que jamás conseguirá: ya lejos de la jodida pampa metafísica… Miremos su comportamiento. Qué culpa tiene la naturaleza de la otra, la nuestra, la que va por dentro. ¿Por qué atribuirle las debilidades o las incomprensiones a lo otro?, a lo que está en el afuera. Lo que acontece está dentro de la complejidad del ser. Hablo de lo que no se dice, del cuestionamiento religioso, político y hasta de las costumbres, eso que no se explica en los centros comerciales, ni en una entidad bancaria. Lucas es eso. Lo no dicho. Lo angustiante ante la incertidumbre de su vida. Su estuario está en la anchura del ser. La influencia es debatirse entre el mar del afueras contra el río que lleva por dentro. El hundimiento está en él, el Lucas que quiere escribir y no lo logra porque la cotidianidad lo agobia. El depósito de incertidumbres, miedos e inseguridades. Lucas es la marea. Depositario de su fango. Lucas se sumerge en su propio río del pretérito: Me quedaban unos pesos uruguayos del viaje anterior, y una tarjeta de Antel. Me comí el sándwich y desde un teléfono público de la terminal lo llamé a Enzo. Fue como entrar al pasado… Un pretérito que recorre su estado de ánimo. Aquí está un tipo que se engancha con su pasado.

   Hablemos de Lucas, el escritor. Él juega con el lector, lo convierte en un cómplice de su historia o más bien de sus vacilaciones. El lector podría ser el coautor de la historia que se teje entre dos países y entre dos aguas: Cuando se escribe, creo, es difícil convencer al lector de que una persona es atractiva. Uno puede decir que una mujer es hermosa, que un hombre es guapo, ¿pero dónde está la chispa deslumbrante, en la mirada del narrador, en la obsesión?…, luego nos percatamos que el narrador y Lucas van con el lector en esa suerte de flashback.

    Debo traer a colación dos poemarios que leí recién, uno es Lo oculto (Pre-textos, 2023) del poeta Miguel Marcotrigiano donde menciona en uno de sus poemas que: Entre una palabra y otra // puede transcurrir una vida // y quizás hasta dos […] con Lucas sucede esto y en el libro de Rubén Darío Carrero Algo le pasa al tiempo (Ediciones Estival, 2023) escribe: el pasado ha pasado tres veces esta tarde […] quiero significar con estas dos imágenes de los poetas venezolanos la manera de cómo se logra una impronta en diferentes contextos. Lo que deseo resaltar es que la palabra contiene su estructura para resaltar un algo, como me indica el título del poemario de Carrero, es como aquello que me dispone en su significado. En La uruguaya se refleja esa oquedad del hombre: Como en los sueños, en Montevideo las cosas me resultaban parecidas pero diferentes. Eran pero no eran… Cada movimiento tanto físico como mental al punto del desasosiego espiritual es sutil en su ejecución. Vale prestarle atención al Lucas Pereyra para percatarse de su dibujo imaginario que se descubre en el transcurso de la novela y que se logra también en el film. Un tipo en su contrariedad y en ella misma se niega a aceptar su realidad. El tiempo como categoría del ser.

    La manera como está contada la historia conecta al lector-espectador con lo que está y lo que se viene en la trama. Existe una suerte de invención en el mundo de Lucas. Su realidad choca con la otra, la de afuera, la ciudad. Igual el personaje habla de su vida familiar, el no saber cómo afrontar el hecho de ser padre y hasta de futbol cuando aparecen Luis Suárez, David Luiz y el propio Messi. Compara la destreza de los grandes jugadores y la de él: El truco en los talleres era no intervenir demasiado, contagiar entusiasmo literario, dejar que la gente se equivoque y se dé cuenta sola, alentar, guiar, dejar que el grupo se mueva por su cuenta, que cada uno encuentre eso que está buscando y se conozca mejor. Algo así. La historia, su historia, va tomando cuerpo a medida que se detiene en el tiempo de su memoria: Me miré al espejo. Me peiné un poco el pelo aplastado por las horas de ómnibus. Ahí estaba mi cara; como siempre me sentí medio irreal. Ese es Lucas, un hombre queriendo ser un personaje real.

    Sin ánimos de comparar la novela con la adaptación del film, nos percatamos de algunas sutilezas, una de ellas tiene que ver con algunos giros con las palabras en la novela que deben ser trasladados o significados con imagen en el la película. Detalles que se permiten desarrollar en la historia de la novela son relegados en la adaptación. El escritor juega a ciertas construcciones poéticas que dan con la atmósfera de la trama: Le miré la boca. La cantidad de cosas que pensó esa boca en dos segundos…Me esperó con los ojos. Un beso largo, de desmayo. (Subrayado nuestro). Otras insinuaciones en la novela como el homenaje a La Maga de Rayuela de Julio Cortázar, además de las menciones a Borges, Girondo, la mitología griega, Rimbaud y a Juan Luis Guerra. Estos pasajes narrativos le dan permanencia a la novela.

    El amor me hace llorar, el cariño… ese es Lucas en su larga confesión con Catalina. Les propongo algo, lean primero la novela, luego disfruten la película.

(*)Ficha Técnica del film La uruguaya:

Dirección: Ana García Blaya× Ayudante de dirección: Ana Laura Gussoni . Dirección Artística: Marlene Lievendag. Producción: Joaquín Marqués, Gabriel Grosvald, Javier Beltramino, Francisco Alcaro, Amparo Aguilar, Vanesa Pagani & otros. Guion: Christian Basilis, Alejo Barmashm, Melania Stucchi, Sofía Badia, Marcos Krivocapich y Juan Games. Música: Mocchi. Maquillaje: Eugenia Sangalli. Fotografía: Florencia Mamberti. Vestuario: Flavia Gaitán Sauvage. Países: Argentina, Uruguay.