Por José Ygnacio Ochoa
[…] ¿Quizá yo un sueño amaba?
Stephane Mallarmé, LA SIESTA DE UN FAUNO. Égloga, EL FAUNO
Mi duda, en oprimida noche remota, acaba
en más de una sutil rama que bien sería
los bosques mismos, al probar que me ofrecía como
triunfo la falta ideal de las rosas. […]

El viaje contiene en sí mismo un desprendimiento como la respiración de cada día. Es como cuando me baño en el río, no con la misma gota de agua, ya lo dijo Heráclito alguna vez. Esta condición me atrevo a compararla con mi respiración y en consecuencia con los viajes, pues a cada inhalación va mi viaje, quizás no a donde yo quiera, pero sí acontece ese transitar, ese apartarnos del ahora. Eso significa que a cada momento estamos en un cambio de paisaje. Ahora bien, veremos qué paisaje recorreremos. Pasa con cada lectura, pasa con el poema leído, pasa con las historias de las novelas y pasa con las crónicas, nos embarcamos en ese viaje que se queda en el recuerdo; en el mejor de los casos, en otros casos, pasa al olvido. Será un encuentro entre mi soledad y con el viaje de mi lectura. Con el libro de Gustavo Valle La paradoja de Ítaca (Ministerio de Cultura, Consejo Nacional de Cultura, 2005) me sucede algo muy parecido. Wikipedia me cuenta que Ítaca es una pequeña isla del mar Jónico con una superficie de 117,8 Km2. que para el 2011 contaba con 3.599 habitantes y funciona como una unidad periférica —cuando entienda lo de periférico, algún día se los contaré—. Lo cierto del caso es que siempre como que andamos en ese otro costado, no del sentido geográfico, sino del tiempo y la de nuestra memoria con los recuerdos. Caracas, Madrid y la Patagonia un recorrido de muchos kilómetros, muchas distancias unidas por la memoria.
Quizás Valle no ha pasado —aun— por el monte de Nérito o el de Merovilli pero sí por la naturaleza del silencio para asirse de una parada de sutiles movimientos con el único sentido de asumir lo vivido para luego llevarlo al mundo de lo escrito. Como por ejemplo cómo traducir a su Caracas: alveolar y neumática. Como el espejo que me reproduce lo no visto a simple vista. Aquello que se ve en las aceras y las esquinas de la ciudad y en el recodo de los diversos espejos de la inmensidad de mi espacio recreado por lo sensible del sol y la sombra. No nos referimos a lo conceptual, vamos por lo sentido en la piel, la que se curte con el pequeño gesto del quiosquero o del vagabundo arrellenado en los pasillos de los edificios vetustos. Vamos por lo vertiginoso de la lluvia y la sed en la memoria. Sed que se manifiesta en un camino de alfabetos hechos por esa Caracas que atesora Valle: Yo pensaba que su ritmo era veloz, trepidante, frenético. Yo creía que no había otra ciudad abismada en su loco andar atolondrado, pero me equivoqué. Su velocidad es solo aparente, su vertiginosa marcha es apenas un simulacro. No se mueve, se menea, se contonea. Hija del Caribe. […] Esa es Caracas. Por eso su fragilidad, la de los arquetipos de Ítaca. Valle se redescubre en su viaje, se afianza en sus dudas por las escritura por lo que le despierta porque sabe que debe seguir en el camino que apenas comienza —su paradoja—. Hoy la Caracas con más bodegones que gente, más hambre que contrasta con un restaurante en el aire y más desolación como en el resto de las ciudades del país. El sol pega más fuerte, como lo decía un tío: «este sol está macho», la metamorfosis en ciernes, pues. Si Ítaca nos da su viaje de hace muchos siglos y más allá, tanto en lo contemplado como en lo imaginado, en el libro de Valle nos topamos con el otro viaje, el del inmigrante venezolano que huele a destierro, voluntario o no, pero recorrido al fin. Otro paisaje, otro encuentro en las pupilas, sin ánimos de convertirse en un paradigma se nos cuenta una crónica que es de verdad.
Valle nos traslada con su verbo a Europa, concretamente París. Pero acá me detengo yo. Debo confesarles que en capítulo titulado «Sala de especies en peligro o ya desaparecidas» —primera postal— nos comenta en primera persona, quizás eso me lo hace más cercano y confidencial, sin embargo se me olvida que me está contando algo real para imbuirme en una especie de cuento creado por una voz narrativa, con esto quiero decir que, por momentos caigo en el hechizo de la narración ficcional, es la sensación que me transmite. Reacciono avanzada la lectura. No les contaré; léanse ese primer párrafo, lo disfrutarán. Sigo con el «Museo Stephane Mallarmé»— segunda postal— es un canto a la figura y memoria del poeta francés. Para que tengan una idea, Valle y su amigo Pierre Souchar van hacia el Musée Départamental Stephane Mallarmé, como dije un encanto la manera cómo Valle nos describe un lugar casi que sagrado y el contraste con lo que significa la obra del poeta: Una cosa no deja de sorprenderme: la casa de uno de los poetas más importantes de la modernidad es, en extremo, sencilla. Pese a las reformas, remodelaciones y mejoras hechas en 1992, todo luce austero y se respira una cierta atmósfera de abstinencia, algo parecido al desánimo. Lo que quiero significar acá, es el contraste de la obra de Mallarmé y la realidad en que vivió. No creo saber lo que sintió Valle en esa experiencia. Sí le agradezco esta crónica, esta vivencia por demás única y deseo compartirla con todos ustedes. Más adelante nos comenta Valle de la orden que Mallarmé les da a su esposa y su hija para que destruya sus documentos, además descubrimos a un Mallarmé que le gusta la jardinería, detalle no menor: […] Estas ninfas quisiera perpetuarlas […]. La palabra en un poblado de flores.
Regresamos a Madrid con el episodio «Jazz subterráneo de Madrid» acá Valle nos deleita con dibujarnos a una Madrid en su esencia: alegrías y tristezas unidas al asombro e incertidumbre de una sociedad vertiginosa, todo para reinventarse en una «oración secreta», la de su paradoja mediterránea con Miles Davis en la calle, con todo lo comentado es para decirles que me siento como si estuviera viajando con Valle, luego viajamos a Washington con la canción Abre de Fito Páez, colocamos solo los primeros versos:
Abre el mundo ante tus pies
Abre todo sin querer
Abre el zen, la vanidad
Abre la profundidad
Abren sexos en tu piel
Abren cofres si querés
Abre el fuego si cantás
Abre el mundo una vez más
[…]
Y es eso; un abrirse a lo que viene, con el debido sobresalto, pero sin retroceder. Valle va directo al otro paisaje, intuyo que es el figurado de la National Galery of Arts al encuentro de Jean Dubuffet con el aliento y contemplación del momento con la profundidad del pasado. Luego, de lo mucho de la galería nombrada a lo austero del Museo Edgar Allan Poe, pero necesario para prolongar de la leyenda de Poe que, en definitiva, es lo más importante. Lo recorrido va en ascenso, sin desperdicio.
Sigamos en este viaje para llegar a Buenos Aires, Argentina. Lo que se corrobora en estas crónicas es la manera de cómo las descubre para compartirla con los lectores. Los detalles están en su verdadera dimensión y espacio. El detenerse en los pormenores que supuestamente son insignificantes, allí radica lo intenso e inmenso del asunto. Un ejemplo es: Hablo de los paseadores de perros de las calles de Buenos Aires. Por recoleta se ven montones. Alguien me dice que existen circuitos tácitos y predeterminados que sirven de can-senda segura, ajena a los gatos indiscretos…Pero yo los veo en todas partes… pues, solo con el manifiesto de la palabra se logra aquello que comúnmente no protagoniza; acá, insisto, en estas historias sí. Agrego yo, el futbol con Maradona y Messi incluidos —ellos merecen un capítulo aparte—, el asado, Gardel —y en consecuencia el tango—, Sandro, Carlos Monzón; el mismo de Susana Giménez, Fangio y muchos otros ídolos son temarios recurrentes. Me atrevo a sumar en este conglomerado a las mascotas como contenido registrado en la memoria de esta cultura, ahora, en donde me detengo es en cómo me lo ordena Valle para luego ser contado.
También, durante el viaje, se juntan —por vía de la lectura— César Aira, Roberto Art, Omar Kayyam, Neruda, Saussure, Chomsky y Roa Bastos. Después de todo este peregrinar, Valle llega a la Patagonia: Pero acá en la Patagonia, en las extensiones infinitas de su territorio, mis preguntas naufragan, se confunden con el viento huracanado y sólo los espejismos responden, así describe Valle su Patagonia, la otra, la que se trasluce por el tamiz de lo mágico como la incertidumbre de un sueño profundo, aun sabiendo a dónde se dirige. La existencia de un espacio real y concreto se diluye en el paisaje de temblores imaginados junto al mate y un «viento congelado», pero que no detiene la expresión del poeta. Valle finaliza su bitácora de vuelo en Uruguay, Montevideo, en «La otra orilla del río», así lo titula. Es otra sensación, es otro encuentro, otra despedida. Un tanto más calmada: Casi todo en ella es cauto y comedido. Como un murmullo en el aire.
Con todo este comentario los invito a que se hagan de La paradoja de Ítaca, disfruten de este viaje, que no es huida, sino búsqueda del vocablo memorable por lo acontecido.