Por José Ygnacio Ochoa
En Éxodo de Alberto Hernández (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada. 2023) la palabra se mueve, se traslada y se reinventa a cada instante. Cada paso es un alejarse de la sustancia que aflige, aun así, es el intervalo de la metáfora como la ilusión. Importa poco si es Cúcuta, una isla del Caribe, Brasil o Estocolmo lo que sí es cierto es que siempre estamos pensando que nos buscan o nos persiguen por algo que no hemos hecho. Pareciera que la tranquilidad —lo más cercano a la felicidad— está fuera del país. Gran contradicción, pero es la verdad. Cruzar un puente, la selva, enfrentarse a largas colas con el temor de ser requisado y vejado, con todo, el ave en su vuelo sigue. Esto no es un sueño, es la absoluta realidad al punto de una pesadilla. El caminar, la oscuridad, el territorio de lo desconocido es la imagen que se delimita en los poemas de Éxodo. Desolación y penumbra en el tránsito con protagonistas de una historia de imprecisiones. Aclaramos que este no es el segundo libro de la Biblia, ni la salida de los israelitas, ni cómo Dios lanza las diez plagas. Esta partida se refiere a los venezolanos que viven un tiempo que parece irreal.
Decir éxodo es decir: desplazamiento, destierro, ida sin vuelta, partida, un ir para nunca más volver, abandono, no retorno, trocha, desalojo, luego la voz del poeta dice en HUSO HORARIO:
[…]
Hemos perdido la noción de la vida.
Somos un invento
Que rebota de tierra en tierra
De ciudad en ciudad
De silencio en silencio.
Cabe preguntarnos, ¿Qué nos queda después de todo?, pasa que el concepto original del vocablo va por la vía del sentir fuera de lo religioso o filosófico, quizás lo que afirmo es un improperio. Los preceptos ontológicos se fueron al traste. Aquí acontece el dolor del desarraigo, tanto por lo que se deja y por la incertidumbre de lo que sobreviene. El paisaje que se deja atrás se reinventa en la otra orilla con la espuma de lo absurdo que se desvanece en el andar zanjado por el sentimiento de masticar y tragar lo que no se ve, eso duele y mucho. Existen situaciones y momentos que han de ser como la primera vez, de eso estamos claros, el asunto es volver con la luz que se atisba en el espacio que guía en surtir como el fluido en el muelle de la brevedad: libertad, otra definición movediza. Volteamos hacia los lados y vemos la desolación en los ojos de la familia, los amigos y en los transeúntes. No sólo es la camisa desteñida y corroída, es el paso desgastado del docente en las escuelas y en las universidades tomadas y abandonadas.
Éxodo es el canto. Éxodo es un grito. Éxodo es el poema. Éxodo somos todos.
Dieciséis poemas contundentes e irreductibles para no perder la memoria de un país, para recordarnos qué somos y de qué estamos hechos, este gesto se lo agradecemos a la voz poética de Alberto Hernández:
AEROPUERTO 1
El equipaje es ultrajado por dos hombres.
Extraen medias, pantalones, camisas, un perfume.
Un teléfono de última generación.
Todo lo reparten entre ellos.
También había un libro.
“Eso se queda en la maleta”
Eso somos, somos el libro. Siempre lo tendremos es como el alma para derivar en la palabra. En él la memoria en espiral, el bucle que no termina nunca. Gaston Bachelard en el capítulo «La dialéctica de lo de dentro y de lo de fuera» del libro La poética del espacio (1986) menciona la presencia de los opuestos: sí/no, lo positivo/lo negativo, lo abierto/lo cerrado como términos cercados en una sintaxis artificial por cuanto el interés es delimitar o encuadrar las nociones. El discurso debe ir más allá de lo meramente geométrico. Luego, el arrojo de la voz poética, en este caso, es hacernos ver que en el libro Éxodo, leemos, sentimos y cavilamos sobre lo vivido y lo que proyectamos. Se afianza el dolor porque no se vacila en hallarse en él. Dolor que se trasmuta en la imagen y, desde luego, en reinventarse un espacio y un tiempo en un adentro. El afuera pernoctará allí, en su acecho para torturar al otro.
Después de todo, discurrimos en ese andar insondable, el poema, el que usted escoja de este libro, será el que manifieste la otra sintaxis: palabras, frases y oraciones se acoplarán al paso de la otra realidad, la que buscamos, la que no se ve porque como lo afirma Bachelard: el ser debe ser el ser de la otra expresión, agregamos a esto, el ser de la imaginación para llegar a los matices asimétricos de la vida. La vida como verdad y acción ante lo desconocido y lo conocido en lo profundo del ritmo y cadencia poética. Poemas para acompañarnos con esta cotidianidad arrasadora. El aliento va en la mano con el alfabeto agudo con aroma de despedida consciente de las distancias y los desalojos físicos. Poemas para no perderse en la revelación de las voces de una multitud.
UN MUERTO
En la trocha hay un muerto.
Es un muerto con un ojo abierto.
Es un muerto que ya cruzó la frontera.
Para él ya no hay país alguno.
Con la muerte se pierde la simetría de la vida. Todo es uno. No hay país, ni divisiones. El sentido de la frontera caduca en esto caso. El allí se disuelve y el afuera también. La imagen flora en el poema, en el poema-éxodo, igual a: éxodo-poema. Es como abrir lo deseado hacia adentro. Lo que se busca está en el movimiento del vocablo elegido, el verbo toma su fuerza y su carácter se funda ante la imagen deseada. Y, si cada país o ciudad tiene su tono, cada poeta expresa su confesión. Inflexión que traduce la frontera como un espejismo porque el poeta alborota su pensamiento y lo deja volar como cuando la muchedumbre avanza porque, pese a ello, sí existe la rendija de una voz que canta y dice, la voz de un país como la voz del poema. El parloteo se difumina ante la presencia de una señal que muestra el otro sentido, la señal que se busca en el poema. Los habitantes de un país como el poema: No son invisibles. No sobran porque siempre van a estar en el tiempo justo. En el tiempo necesario para redescubrir la vida que se merecen por derecho y por lo hecho a puro sudor.
Luego de esto, el lenguaje nos salva, el poema nos dice y comprende. Me comprendo. Todo apunta hacia la comprensión de lo que somos. El enunciado aglutina una verdad, la de una nación que se estima desde sus ancestros, desde la originalidad del ser espontáneo, ocurrente, alegre, emprendedores, estudiosos e inteligentes, son más con estos rasgos, son los que salvan a un país, cómo caminar sin volver atrás, entonces las dudas están a flor de piel, aun así, el paisaje está en el eco que se despliega en la experiencia de lo amado, un país, el país que anhelamos, volvamos a Éxodo de Hernández, el poema logra que pisemos tierra para alborotar el polvo. La pluma del poeta se debate entre lo imaginario y la realidad en donde la relación va con la palabra que dice de una mirada plena con una voluntad prolija de belleza y dolor. Eso somos.