‘José Gregorio Hernández, pasión por la vida’.

juan martins

El actor Luis Enrique Torres, en la personificación de «José Gregorio Hernández», nos muestra esta nueva fase en José Gregorio Hernández, pasión por la vida escrita por Rodolfo Porras, bajo la dirección de Edgar Padrón/Carlos Arroyo me sugiere, por antonomasia, hablar del actor Luis Enrique Torres, venido del teatro, de un teatro heterodoxo y ahora nos muestra en este unitario su capacidad de inducir la dicción como principal signo de su expresión, cuando ésta es llevada bajo la cadencia, el ritmo, el tono y la proyección. Todo, cualidad del teatro, de su impronta en trato con su producción, diríamos, de su poética. Estaría presente porque nos dice de este actor y de cómo conducir esa relación semántica en la que pertenece el público. Quiero decir que su cuerpo nos induce también el propósito de las escenas: candor, ascenso espiritual en orden con lo conceptual, cuando es la voz quien conduce la proporción audiencia-actor-personaje, sin que por ello se pierda la noción de conciencia que exige el personaje por todos conocidos. Es decir, sin ir más allá de una postura ideológica o religiosa es la dicción quien determina el discurso. Desde allí el cuerpo nos signa, su significado trasciende de lo icónico. Como se entiende, el público identifica el mismo, lo tiene asimilado en ese nivel del discurso teológico. La propuesta se cierne en la calidad, además de religiosa, conceptual y científica. De este modo la cadencia, sobre la determinación de la voz, quiere subrayar las ideas de éste y, desde esas ideas, registrar la conexión emocional: elaborar la memoria, el sentimiento, el sosiego y, al cabo, la naturaleza de aquel personaje. Todo en catorce minutos, Todo desde la emoción o en su figuración histórica, puesto que representa la modernidad del país. Y tal compromiso social no reduce, como decía,  su postura a lo estrictamente religioso en menoscabo de lo intelectual. En ello, insisto, la dicción, el decir, lo narrativo o la elocución determinan el signo, su significación y, en consecuencia, la corporeidad que le confiere el actor. Aquí mi propósito, desde mi humilde postura de espectador, y a veces limitada, desea acentuar el plano actoral en tanto a la instrumentación teatral que ejerce y, por otra parte, he conocido en sus trabajos. Contundente, afirma y sostiene lo aprendido en la envoltura de lo teatral. Si entendemos que esta aprehensión de lo teatral ha comprometido su instrumentación de la voz. Su dirección artística no se ha equivocado en tomar de aquél una de sus fortalezas. No obstante la enunciación del actor se comporta como signo que desarrolla la representación. Me basta con sólo utilizar un poco la imaginación y pensar que estoy en una sala de teatro de cámara. Allí estaría resuelto sobre esa dinámica de significación. Su director (léase Arroyo-Padrón) no tiene mayor pretensión, se concentran, y hacen bien, en el potencial de ese recurso hacia la dimensión de las imágenes edificadas. Y a partir de allí determina su poética. Sigue leyendo