‘Cabrujerías’. Un estudio sobre la dramática de José Ignacio Cabrujas de Francisco Rojas Pozo

Por José Ygnacio Ochoa

Fuente: ivenezuela

Cuando se nos induce a creer en esta verdad,entonces el teatro y la vida son uno. Se trata de un objetivo, que parece requerir duro trabajo. Interpretar requiere esfuerzo. Pero en cuanto lo consideramos como juego, deja de ser trabajo. Una obra de teatro es juego.
 
Peter Brook

Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo* es un estudio-ensayo, como él lo denomina.  Ciertamente es eso. Pero antes de esbozar algunas consideraciones en torno al libro debo comentarles que a Rojas Pozo, «Franco» —como le llamábamos—, lo conocimos en los pasillos del Departamento de Castellano y Literatura del Pedagógico de Maracay, iba yo con un buen amigo de estudios de pre-gado queriendo entrar a un Seminario de Teatro dictado por el propio Franco. En ese momento, él hablando de teatro y pasados muchos años después en sus últimas conversaciones fueron en torno al teatro, con esto quiero expresar que no había ocasión ni excusas para dejar de conversar sobre y para el teatro. Fue su pasión. Así lo recordamos, no puede ser de otra manera. Vivió para las artes escénicas, la literatura y un aula de clases: su eterno juego. Veamos, Cabrujerías es una amplia indagación sobre el teatro venezolano. Fundamentalmente el escrito por José Ignacio Cabrujas que en definitiva es igual porque decir teatro en Venezuela es mencionar a Cabrujas.

I
El prólogo de Verdial

     El Prólogo del libro titulado «Confesiones de un actor» de Fausto Verdial demarca el sentido de un eco que contiene la dramaturgia de Cabrujas. Verdial afirma que estar en el elenco de las piezas del dramaturgo implica una responsabilidad ante ese texto, no solo por su fidelidad al guion —letra— sino la exigencia que implica asumir cada personaje por el rigor de preparación para cada puesta en escena y por consiguiente que aflore la verdad del drama, luego el espectador disfruta de una actuación creíble. Cada palabra, cada oración tendrá la contundencia de «su sintaxis» ordenada en el texto con una significación adecuada al contenido-tema del montaje. Hagamos un paréntesis, pues lo amerita, por cuanto la experiencia actoral de Verdial tiene su sello muy característico. Un actor que le daba un ritmo, casi que musical con las cadencias precisas, cada intervención era una clase magistral de cómo debe el actor dejarse arropar por el templo de las emociones. Es la interpretación el acto genuino de corporeizar al personaje, como bien lo sugiere el término interpretar, hacer suyo el personaje, emociones, gesto, movimiento, silencios y hasta el hecho de no movilizar su cuerpo, en el teatro, eso es vivir al personaje. Como también es importante aclarar que no solo la emoción es lo valorado, esa emoción está trabajada, controlada y ajustada a un tempo que solo el actor podrá dosificar. Volvemos con Verdial, el actor, la forma de decir —su elocución— del texto no era común, insisto el ritmo era avasallante. Evidente que la preparación contaba con su arsenal de técnicas. Disfrutaba cada texto. Entonces, Verdial, un actor inteligente, se muestra con la pluma de Cabrujas, un creador de historias y luego cómo las transformaba en  la escena. Verdial entendía a Cabrujas, mejor dicho, él aprehendía las historias y su atmósfera para hacerlas suyas, luego llegarle al espectador. Por eso afirma que Cabrujas tenía toda la libertad, no solo de crear/inventar un mundo sino de crear la manera de sentirlo. Este prólogo es certero. Funciona para el que se está formando como actor y para aquel que se inicia en la escritura dramatúrgica.

                                                                   II
                                              Desacralización de las posturas

Cabrujas fue un provocador. Iba en contra de los dogmas y lo establecido o en todo caso sentía la necesidad de contar de otra manera. Conjuntamente con Román Chalbaud e Isaac Chocrón fueron, en su momento, —a partir de 1967 con la creación de «El Nuevo Grupo»— los artífices de una nueva forma de decir en el teatro venezolano. Cada uno con su estilo, pero el dramaturgo en cuestión se arraigó en los escenarios por la manera de contarlo, por el sentir un espacio en su conjunto. Pues, Rojas Pozo desglosa en Cabrujerías un primer capítulo «Caminos expresivos y escritura escénica» en donde se plantea cómo el autor estructura a sus personajes al punto que cada uno se convierte en la estampa que identifica su obra. Decir de sus personajes, es decir «los personajes cabrujianos». Personajes con sus contradicciones sociales, políticas y hasta religiosas. Leer una obra teatral del dramaturgo Cabrujas es abordar a un personaje diferente a lo que se venía escribiendo en el teatro venezolano. Se da un giro a un tratamiento casi que pictórico. No es negar lo que se hacía hasta el momento pero se encauza en otra dirección con personajes más dialécticos en su pensamiento y por consiguiente en sus accionar en la escena. Verlos en escena es otra cosa. Desglosa Rojas Pozo que desde sus inicios Cabrujas marca cuatro momentos (o etapas como las denomina Rojas Pozo) creativos en su escritura y comienza con Los insurgentes (1956) con un teatro histórico-social con mucha influencia de Bertolt Brecht (1889-1956) y su teatro épico, allí se agrupan tres piezas más —sugiero revisen el libro en cuestión—. Luego se viene una transición que la inicia con Fiésole (1967) para llegar a un tercer momento con Profundo (1971) al que Rojas Pozo en su estudio contenido en este libro, lo denomina teatro de identificación o idiosincrático, allí también se unen dos de sus piezas emblemáticas, hablamos de Acto Cultural (1976) y El Día que Me Quieras (1979) y cuarto y último momento escritural, al que Rojas Pozo llama un nuevo camino con la pieza  Autorretrato de Artista con Barba y Pumpá (1990).

Rojas Pozo profundiza en su estudio-ensayo hacia una tipología cabrujiana que está concentrada en la «multiplicidad actancial» del personaje. Éste cobra fuerza con la vigorización de: conducta, hechos y particularidades en la acción. Debemos acotar que Cabrujas escribía y generalmente montaba sus propias piezas lo que lo convierte en una fortaleza a la hora de desarrollar un espacio escénico, expresa Rojas Pozo lo siguiente: Estas elaboraciones dramáticas poseen correspondencias con la manera cómo Cabrujas sitúa su visión del personaje: como un índice de actitudes psicológicas, sociales, políticas y culturales. No puede confundirse esta concepción con la idea de una caracterización porque los personajes son ideados para contradecirse y degradarse por razones humanas. (p. 25). Es descubrir a los personajes con sus virtudes y sus debilidades. Es mostrar lo que se es en la esencia de una personalidad. Sin artificios que cubran los apetitos de los personajes, en otras palabras personajes hechos personas, seres capaces de vislumbrarse en carne y hueso pero en las tablas entre dispositivos escenográficos, música, luces y silencios actorales. De hecho Rojas Pozo menciona una expresión que creemos es significativa, habla de una dimensión fónica de los parlamentos. Y, es que, las piezas de Cabrujas contienen ese especial ingrediente que lo hacen único en su estructura. Es un componente que se une a otros, propios de una obra teatral pero sucede que le confiere a la escritura escénica (como totalidad) una combinación estrecha con los parlamentos, es la forma de decir de los personajes.

III
Antecedentes y configuración de su signo

Lo anteriormente expuesto en relación con los personajes y el parlamento permite ahondar en el signo preponderante en las obras de Cabrujas y tiene que ver con la tonalidad de los personajes en la escena: la voz como recurso, el sonido de lo profundamente humano. Es lo único. Lo que queda: la palabra sonora, la dicha, la que transmite un sentir —dolor o alegría— en un momento determinado. Por eso podríamos comprender  a los directores de actores. Rojas Pozo prosigue en su estudio-ensayo con el análisis del «Teatro, historia e ideología (a la sombra de Bertolt Brecht)» (pp. 45-65) un largo recorrido por los antecedentes del teatro venezolano desde César Rengifo, Alberto de Paz y Mateos, Juana Sujo, la creación de agrupaciones profesionales como «Rajatabla», «Grupo Theja», «Sociedad Dramática de Maracaibo»,  entre otros. Rojas Pozo da cuenta de una profunda investigación producto de una pasión, en principio, que se traduce posteriormente, en una respuesta y en un conocimiento por las artes escénicas de su país, Latinoamérica y el mundo que le motivan a viajar a otras latitudes para ampliar su bagaje intelectual.

La conformación de un signo característico de la obra de Cabrujas se dibuja en este estudio-ensayo. Así lo demuestra Rojas Pozo: Los signos dramáticos en Cabrujas […] tienen la virtud de reactualizarse en el tiempo de la representación… (p. 47). Creemos que más claro no puede ser. Allí se concentra la importancia de la escritura de José Ignacio Cabrujas. Luego, más adelante Rojas Pozo perfila y resalta la presencia de personajes como Pío Miranda —Fausto Verdial— de «El Día Que Me Quieras» donde Cabrujas la dirige y en ocasiones actúa sustituyendo al propio Verdial. Personaje que se mantiene en el tiempo. Personaje  utópico por su tratamiento. Cabrujas logra ese salto en la historia, pues le confiere su carácter de contemporaneidad. Así sucede con los personajes y las historias de las obras teatrales del dramaturgo. Cada una va en ascenso con la visión del contexto histórico que adquiere su mixtura con el carácter de los personajes.

Rojas Pozo avanza en su estudio-ensayo y plantea en el capítulo «Cambio, transición y camino» (pp. 69-78) el análisis de «Fiésole»,  pieza que se descubre como: El drama de la incomunicación se coloca en el lugar del discurso político. La situación carcelaria es el motivo para organizar el caos de la existencia. Es otra visión, otro giro en el tratamiento de la temática abordada por Cabrujas. La influencia de Samuel Beckett con «Esperando a Godot» es determinante. Un capítulo dedicado totalmente a «Fiésole» que amerita su lectura detenida por  cuanto Rojas Pozo detalla su estructura significativa: parlamentos en tanto palabra, frase u oración como sonoridad en la escena. Es una nueva posición estética como lo plantea Rojas Pozo: un nuevo signo. Con el lenguaje como prioridad, siempre el lenguaje puesto en boca y transparentarlo en alma del personaje. En el capítulo denominado «Teatro idiosincrásico» (pp. 79-116) vuelve la mirada a un núcleo temático y reúne las obras: Profundo, Acto Cultural, El Día Que me quieras, Una Noche Oriental y El Americano Ilustrado, alude Rojas Pozo al componente expresivo y el carácter significativo de las piezas. No es menester detallar cada obra porque abortaríamos las Cabrujerías de Franco. Allí están los signos, abordémoslos. Boguemos en ellos. La última parada o capítulo «El camino de Reverón» (pp. 117-126). Lo visual y lo espectacular está contenido en esta puesta Autorretrato de Artista con Barba y Pumpá  ejecutada por el «Grupos Theja» bajo la dirección de José Simón Escalona y protagonizada por Fernando Gómez (Armando Reverón) y Juan Carlos Gardié (Psiquiatra). Aquí no concluye el camino, apenas comienza.

  IV
Una suerte de epílogo

Todo lo dicho es producto de la lectura del libro Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo, lo que nos motiva a invitarlos a que lean este estudio-ensayo. Manifiesto con esto que: da para indagar, da para investigar, da para pasearse por el teatro venezolano y proyectarse en otras ideas. Da para reflexionar sobre el teatro venezolano, insisto en ello,  y por consiguiente da para pensar sobre la literatura en general, pues creemos que teatro y literatura confluyen en algún espacio de las letras y la obra de José Ignacio Cabrujas —actor, escritor y director— es producto de interminables lecturas como de preocupaciones por lo social, por lo cultural e intelectual (hablamos de la inteligencia de un ser común). Lo comentado se traduce en la preocupación por su país. Son 137 páginas de Cabrujerías, todo un documento para disfrutarlo porque contiene el tono ensayístico que permite la conciliación entre un país y su literatura creativa: el sello cabrujiano es el lenguaje.    

*Cabrujerías. Un estudio sobre la dramática de José Ignacio Cabrujas de Francisco Rojas Pozo. Universidad Pedagógica Experimental Libertador/Maracay, Centro de Investigaciones Lingüística y Literarias «Hugo Obregón Muñoz», 1995.

‘Simulacro’ de Néstor Mendoza

Por José Ygnacio Ochoa

Simulacro* —Antología personal 2007-2020— de Néstor Mendoza, quien se declara ante el lector, es un recorrido por un paisaje configurado por territorios íntimos sin tragedias, ni comedias y, además, sin imitaciones. Es una manifestación de colores, figuras y ritmos para alcanzar una armonía en el decir subjetivo de una memoria poética, «su» poética. Explico: Frío/sol, cuerpo/dolor-crisis, clima-ropa/tristeza-esperanza, así comienza Simulacro con «T40 (Del sur al norte de Bogotá)» (p.15). Vocablos enunciados. Quizás cambia el escenario que está ante sus ojos, quizás se anticipan otras voces (las de afuera) con cadencias diferentes a lo acostumbrado, pero el sentido de la palabra persiste en su resonancia de sentimientos en la otra voz (la de adentro), «su» voz. Cuerpo/alma —en su sentido orgánico, unido a su respiración y sujeción— se manifiestan en la quietud de los cruces de su calado íntimo. «En ombligo para esta noche» (pp. 16-18) reconstruye su mirada hacia la niñez de lo fue y es: tierra-barro-arena/árbol-madera-tronco-raíces-naranja. Enumeración de fondos amorosos. Principio y continuidad de un propósito con las imágenes que están en la voz poética. Rupturas de espacios geográficos pero se mantiene el otro espacio, lo poético en su cubierta de mapas incrustados en la piel en consonancia con la escritura. Su memoria. Continúa la maniobra hacia «Primitivo» (p. 19) la cueva que abre la boca con espacios perdurables e invenciones de colores para llegar a una concreción de lo filial, amoroso y sutil. Se exalta la soledad y se mantiene el eterno desorden de sudores.

    La mirada de la voz poética prolonga el recorrido por espacios definidos con los títulos de sus libros: Ombligo para esta noche (2007), Andamios (2012), Pasajero (2015), Ojiva (2019) y Dípticos (2020). Al comienzo afirmamos que la voz poética va sin tragedia, ni comedia y sin imitaciones, pues, consumada, la lectura nos apegamos a su trasmutación con las imágenes dispuestas en la totalidad de la antología. La presencia de la fragilidad convertida en cuerpo, órganos, mujer y sueños:

 […]

Qué fácil se le hace al cuerpo
trabajar en silencio, sostener
todos los órganos.

El cuerpo está hecho
para no durar,
para tocar y ser tocado. (p.23)

     Los afectos de los seres amados; madre: Estoy tan a gusto nadando en este líquido prestado por mi madre, padre: […] he inventariado tus ojos, / el brillo que tiembla en ellos; hermana: […] Mi acompañante posee ojos diferentes a los míos; abuela: Me aferro a esta creencia; y su compañera de viaje íntimo: Pierdo en tu cama mi cuerpo de tela;/ es un pulso que permite doblar/ mis piernas y tus piernas sin piedad./ Tanta soltura, ofrenda y mucho vino. Afectos que están identificados entre las huellas de su palabra. Entonces, el cuerpo como materia se revela en otro instinto, es la otra figura poética. Esta experiencia adquiere resonancia desde la unidad proveniente de un universo sustancial e inventariado por la conexión atribuida al orden de las devociones unido al valor estético. Dicho de otro modo, afectos y estética se edifican en una entidad. Que no es la realidad porque ella ya lo fue, sobreviene otra extensión melódica en la lectura del poema. El alfabeto que conduce a la voz. Es una historia que deviene y camina sola en su poética. La inmanencia de los recuerdos y del sentir de una señal que va con los sentidos y el deseo de expresarse. No más que eso. Sin artificios. La imagen se consolida en la soledad contenida en la exploración amorosa. La contemplación forjada en representaciones amparadas en otros hallazgos de transpiraciones reveladores. Existe una cristalización ascendente con su respiración propia, luego el poema en su esencia. 

    Otro recorrido que distingue al poeta es el de la sextina, un mundo de indagación, composición y juego con la palabra-vocablos para alcanzar una cadencia por su repetición en el transcurso de los poemas. Los años y siglos están configurados como una suerte de conversión ante los dioses que se reflejan en el esplendor del transitar poético de Mendoza. Después de todo para llegar al diálogo entre Cérese y Primión. Un encuentro mitológico pero en este presente. La existencia revela una representación de personajes universales. Dioses terrenales compuestos por un eco requerido de réplicas. Expreso con todo esto que la tradición no desvanece, se erige en la disposición sagrada de sus encuentros. En definitiva, es el viaje del poeta con su verbo. En ese ámbito están concentrados los poemas de Néstor Mendoza, reunidos en su antología personal de Simulacro.

 *Simulacro/Néstor Mendoza—Antología personal 2007-2020—Libro n° 15. Bogotá: SESHAT Editorial, 2021 (Colección Obra Abierta 2).

‘El  ojo de Consuelo’, Novela de Alberto Hernández

Por José Ygnacio Ochoa

Todavía siento la mirada de esa mujer en mis ojos. Siento que la muerte le encargó que me viera directamente por el único ojo que le quedó visible, dijo Ricardo Lorca —nuestro interlocutor—. La novela El ojo de Consuelo* de Alberto Hernández es una suerte de torrente de informaciones, nombres, imágenes y giros poéticos que requieren de silencios recreados por la memoria. Nos exige detenernos y pensar, rememorar y luego continuar. Nos quedaremos con algunas de esas imágenes para compartirlas. Luego, que sea el lector quien las desgrane como lo hemos hecho desde la primera lectura. La muerte como tema es constante en esta novela de Alberto Hernández, una vez más el escritor nos muestra su alfabeto para jugar con el lector. En esta ocasión todo pareciera girar en torno a la muerte y lo que ella implica: el dolor ante lo inevitable, la incredulidad ante lo divino, el desasosiego ante la incertidumbre. Es como buscar la interpretación o el dibujo-trazado de un país y su memoria. Además, sumemos a esto, la búsqueda de la teoría para armar un entramado de signos.

     Vemos en Consuelo Morillo como el personaje  indicado para hablar de todo y de todos. Una mujer que ha muerto pero que aún conserva sus pechos erectos, ombligo, costillas y su vulva que llora, así lo piensa Lorca. La confrontación de Lorca con su conciencia poética  ante una realidad grotesca. Realidad y ficción se conjugan en una idea para articular un espacio dedicado al sobresalto de las pasiones humanas. Ambas se alternan para coexistir en un mundo creado en su entendimiento con los extravíos propios del ser. Como le sucede a un personaje de la novela Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas —acéptenme la digresión— en donde pasó todo un verano con la creencia de que se había convertido en caballo. Al llegar la noche y con solo acostarse ya se agolpaban sus recuerdos de caballo. Estaba convencido que era un pura sangre. Ahora, volviendo a El ojo de Consuelo, la pregunta es, quién nos quita la idea de lo que somos o creemos que somos en el devenir de un tiempo que no sabemos a quién pertenece. Así es Consuelo, un personaje que se sabe que existe en espacios y tiempos diferentes. Consuelo juega con la muerte y la muerte con ella. Ella es la muerte, también. El personaje va y viene. Puede regresar a la última página o interrumpir las cavilaciones de Ricardo Lorca y de Arturo Díaz Grey. Con todo lo dicho, Consuelo es un personaje que no sólo existió, sino que existe,  se instala donde le viene en ganas.

         Qué proyecta el personaje o mejor dicho qué proyectan los personajes como trilogía: Consuelo-Lorca-Días Grey, algo así como tres en uno. Siento que son tres que se mueven en su dinámica orgánica sin olvidar que cada uno tiene su identidad pero los une la muerte, no como incertidumbre, sino como una resolución ante lo transcendente. Aun siendo un punto en común cada uno, insisto, mantiene su atmósfera de lo que son como individualidad en sus rasgos característicos de sus oficios y personalidad. Evidente su influjo como personajes en relación con el mundo y su islas internas —en cuanto a lo indescifrable de cada personaje—. Víctor Bravo en Los poderes de la ficción lo plantea en el capítulo de «La vida y la muerte»,  la ficción como alteridad. En la narración irrumpe la condición del hallazgo en la esfera de lo inaudito. Eso que podría estar en lo ambiguo entre lo real e irreal como una suerte de fuerza somática que se manifiesta por lo que dicen y por lo que sienten entre los tres personajes en su conjunto. Personajes portadores de un mundo subjetivo que atrapa, subyuga y conmueve al lector. Volvemos con Vilas-Matas, en este caso con Mac y su contratiempo en donde el personaje Julio se edifica en un retrato de sí mismo o se muestra en un espejo en continuo movimiento se anticipa a la muerte, solo que en este caso los personajes de Hernández no desaparecen, en todo caso, es un fulgor de absoluta continuidad en el tiempo. El tiempo de la novela El ojo de Consuelo. Importan los rasgos u oficios pero el propósito va más allá de estas cualidades. La construcción de los personajes va por otro tipo de conjetura. La otra  mirada como el director de un film. La lectura de El ojo de Consuelo nos lleva a creer que su estructuración está concebida para ser susceptible a una adaptación cinematográfica: trama, personajes —como ya lo hemos esbozado—, ambientación, flashback y otros componentes propios de un film dramático-policial. La novela contiene los ingredientes para este atrevimiento. A esa proyección me refiero: El personaje no sólo existió, sino que existe. Porque estos muertos dialogan entre ellos y con el lector.

     El ojo de Consuelo irrumpe con otro eje, el de la literatura y la política. El narrador se confabula con los personajes de la vida política para redimensionar una teoría del no-enemigo. Parte de la estética de Hernández en consonancia con una preocupación de un país que se debate entre los duendes de sus historias y los alacranes de una realidad dramática y violenta.  Es la convivencia con la metáfora de la vida en sí misma  para no olvidarnos de lo que fue unido a los sueños como Consuelo que se disputa entre la realidad y la ficción. El espejo y los sueños forman parte de esa voz que materializa lo imaginario. Hernández juega con los tiempos: presente, pasado y una proyección hacia otro ámbito que no sé si es  futuro o el no tiempo, esa franja de lo no cuantificable. Como el abismo de no saberse dónde estar por determinados momentos. Qué tanto tenemos de cada uno. Es el privilegio que asumen los personajes para que el lector se incorpore al juego del tiempo con sus variantes. No se salva nadie, todos caen en el juego de este diccionario de aventuras de palabras y vocablos para reconstruir una historia que  formula un viaje subjetivo a los lectores. Esto es El ojo de Consuelo vértigo y alucinación ficcional.

* Editorial Ítaca, Colección Perséfone, 2021.



‘El ojo de la mosca y más retratos familiares’

por juan martins

El relato, el aforismo y el texto breve que se fusiona con la prosa poética se montan en esta «figura discursiva» que Alberto Hernández ha denominado El ojo de la mosca y más retratos familiares, editado por «El Taller Blanco Ediciones» (Bogotá, septiembre de 2019). Narración que deviene en fragmento del discurso que a un tiempo se introduce en la emoción del lector por lo extraño y lo fantástico: muerte, vida y lo insólito se instauran en el mismo orden de ese enunciado. Al lector se le quiere integrar creándole la sensación de que todo aquello que es inverosímil será creíble al tiempo que la historia narrada nos pertenece y nos integra con el mismo furor a partir de un hecho muy sencillo: tal noción de lo narrado se nos hace vida, sensación, sentido y, por su referencia, real: desde lo irracional a lo racional, de lo extraño a lo convencional y de lo sobrio a lo ilógico de la historia: lo extraño es enunciado, girando sobre el lector su pasión por lo ficcional. Es decir, este lector se compromete con el acento de lo fantástico a modo de identificar la historia como propia, en la misma medida que aquella figura discursiva logra armarse en la comprensión de este lector, estrechando la relación entre narrador e interlocutor: lo familiar en cada historia no es más que el acercamiento a lo real de acuerdo con la perspectiva de esa diversidad. En tanto que ésta rompe con el lugar estándar de los hechos: vida y muerte sobre el mismo escenario: el miedo, el temor, lo oscuro, incluso, la ironía logran transgredir lo racional y la realidad se muestra tal como es en la representación de lo inverosímil, siempre que sea creíble y sustentable en lo literario. Por tanto los personajes creados no presionan esa relación del discurso, por ejemplo, lo fantástico es inherente al propio ritmo de la escritura: lo extraño, diría, es la norma en la vida de aquéllos. Así que nos vemos reflejados en el espejo de cada relato. Y la realidad es sustituida por los valores de esa representación: las ideas no son rígidas como tampoco la realidad.

    La secuencia de las historias nos van seduciendo con el estilo fantástico de los relatos: cada texto, un escenario de lo sobrenatural. Sin embargo, en la interioridad de ese discurso, lo textual es un componente para el interlocutor: esto que se representa no es más que la descripción de un estado innatural de la realidad o de aquello que le es familiar al narrador, de aquello que es del otro, del yo que se fractura, del desasosiego, del deseo inmanente de fragmentarse en ese espejo de lo excepcional, del placer y el amor por la vida, justo por lo diversa que es: … Y cuando él desapareció por completo ella mantuvo la misma actitud con el librito en las manos porque al saber que su hijo se lo había comido una mosca toda intención de venganza fue en vano… [subrayado nuestro] (p. 8). Y así lograr relatar lo imposible. Cabe decir que la muerte y la vida es la dicotomía de esa representación. Sobre la vida nacen las condiciones de lo desconocido hasta que se instaura el miedo como expresión de esto que llamamos fantástico. Y decimos «fantástico» por hallar un instrumento conceptual el cual nos clarifique la instancia racional a la que también pertenecen estas historias. Claro, al cambiar el sentido de conceptos como la muerte, lo extraño, lo veraz y el miedo adquieren en consecuencia otra relación y la palabra «miedo», vale decirlo, se edifica en otro sentido. En ese momento la muerte no es la muerte, tanto como sí es la vida. Ambas complementan el sentido, pero esta vez Hernández recurre a lo lúdico: al humor. Entonces hay dos recursos bien usados: el humor y lo extraño colocándose ante el lector hasta tergiversar lo real a modo de disponer de la otredad y, más adelante, de la alteridad porque el significado de los hechos cambian. Me debo esforzar por reconocer estos mundos creados y de éstos hacia el placer de la lectura.

    Y, como trataba de decirlo más arriba, también esto deviene en un proceso racional: el sujeto actante (esto que no percibimos en el relato, pero nos produce la ansiedad necesaria) nos mueve hacia la otra orilla con la cual el autor forma su poética, aun así el lector interpreta las historias con divertimento:

El llanero solitario a las 8 pm

[…] A las 8 pm entró a la cantina y pidió una cerveza. Toro lo miraba fijamente. La cara del indio comenzó a caerse de repente, desprendiendo los ojos el viento que era muy fuerte esos días del año. Los dientes quedaron sin encías.

El llanero solitario le hizo una seña a su compañero de aventuras y ambos esqueletos salieron a perseguir bandidos y a tomar un poco de aire. (p.16).

    Con todo, hay una motivación: la diversidad de lo extraño, lo inverosímil, lo raro y extraordinario si bien representan lo fantástico no son más que la visión del narrador. Es así cuando la «muerte», por dar un ejemplo, adquiere otro semblante: «lo que está más allá» o lo «que está aquí», la muerte/la vida, lo real/irreal y de lo cierto a lo incierto se unen en una pequeña línea de esa frontera: Decisión / Así lo narró: / El muerto levantó la tapa de la urna: / El muerto salió de la caja y miró a la gente que lo velaba: / El muerto caminó por toda la sala y bostezó: / Ahora permanece de pie contando las moscas / que juegan con los cuerpos sentados alrededor de la caja. (p. 31).

    A partir de esa alteridad del sentido, la otredad se transparenta. El otro es necesario para articular las historias en un todo compuesto sobre esa brevedad de los textos: se concentra toda la densidad del discurso en relatos cortos hacia un compromiso mayor: pocas palabras para contener buenas historias. Además, nos divierten. Doble logro.

    Volviendo al tema: lo que está expuesto al otro lado de la vida y la muerte se hilvanan hasta lograr el éxtasis de esa diferencia. Esto es, el goce por alcanzar la alteridad. La otredad por su parte se construye sobre ese discurso hasta definir las instancias de esta racionalidad que surgen de la invención del narrador con vestigios, por qué no, del mismo autor. Desde luego, este yo que lee se instala en el otro que narra, sin que la figura del humor se pierda por hacer uso de ese mecanismo. Todo lo contario, es por medio del humor que nos emplaza: Ella / El cura le puso los santos óleos, después se murió. /Abrió los ojos y pidió que no la molestaran más. / Era la quinta vez que se moría. (p. 22). En cierta medida nuestro autor no se toma el asunto con tanta seriedad y nos devuelve lo mejor de ese humor: se cruzan las escenas de lo real con lo irreal, el temor con el sosiego, el «más allá» con el «más acá» por encima de lo verosímil y otras formas de lo fantástico, en tanto es representación de lo extraño y lo lúdico.

    El deseo asciende en otro perfil de esa alteridad: lo erótico debe y se logra alinear a esta condición de lo narrado: la sensualidad no tanto protagoniza como sí afirma aquel sentido de lo contrario. Dicho en otras palabras, cómo el cuerpo del personaje es inexorable a la memoria también del lector: cada quien ha vivido esa relación con lo extraño y mítico expuesto en el relato, porque dicha relación está cumpliendo otra función: trasgredir lo real, instaurar la otredad, desvanecer el yo, derrotar los límites y buscar otros sentidos. Y es con la escritura con la que Hernández explora la posibilidad del signo:. el cuerpo en el lugar del relato. Lo siento, es una contradicción, pero necesito decirla para saber de qué hablamos cuando hablamos de cuerpo y signo:

Ella / «a mí me gusta que un hombre me apriete fuerte contra su / cuerpo me gusta que me muerda los labios y me encuentre / sabores que me llenen de luna los ojos / Lo único que no me gusta de algunos hombres es su premura / por pagar en eso se acaba la magia  (p. 12).

    Quiere aquí Hernández que su lector no sea pasivo, cuando sí ir hacia la aventura de hallar las formas de ese encanto. Nos encanta porque se produce la sensación del hallazgo: seguimos la secuencia de lo fantástico ya como un hecho real en los relatos, donde lo erótico y lo lúdico se traman.

    Por lo expuesto, Hernández se divierte y un tanto igual con nosotros. ¿Será entonces el mecanismo del humor lo que lo activa? A mi modo de entenderlo, sí. Se produce entonces la figura del doble dentro de la narración: el lector edifica su propia zona de lo imaginado o su postura subjetiva, puesto que se reúne con la objetividad que se produce del aquel otro sentido de lo real: lo que sucede en el relato no es ajeno al lector, se recrea lo cotidiano a través del leguaje. Es cuando lo sobrenatural, insisto, logra sincronizarse desde lo real, con el fin de que aquel desdoblamiento sea parte de la realidad del relato: Vine personalmente a matarte, / Porque de lo contrario no me muero […]  / por cuanto has logrado desarmarme, / hazlo tú ahora, / para que no me quede ningún remordimiento. (p. 35). Y con ello los hechos cotidianos se integran en este otro sentido de lo fantástico. Muy a nuestro pesar la relación ficción-lector se ha conformado desde una explicación irracional de los hechos, pero hay que destacar, por paradójico que parezca, que en el interior de esa irracionalidad reside la forma inexorable del relato: el relato fantástico. En cierta medida su método es heterodoxo cuando, aquello que se establece desde lo lúdico, se organiza en el discurso: el autor revela para nosotros otra forma de lo real. Es mediante la ironía que nos regresa la jugada: Sabor a mosca / Quien lea este libro sentirá que una mosca se mueve en su lengua. También podrá escupirla, pero el sabor será para siempre. (p. 35).  El sinsentido te invade y ahora es parte de ti.

    Técnica y poética logran transparentarse hasta que, por más subjetivo que sea, nos emocionamos con lo leído. Lo digo así puesto que es menester asociar las sensaciones que se originan al leerlo. Como decía, se produce el encantamiento entre autor y lector. Creo que es un libro necesario. Lo disfruté.

Maracay, octubre de 2021

‘Nenúfares malogrados y otras pesadillas’ de Miriam Mireles

Por José Ygnacio Ochoa

El poemario Nenúfares malogrados y otras pesadillas (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada. 2020) de Miriam Mireles nos remite a una mirada de correspondencia con un encuentro resplandeciente en los sueños. Sí, así como se lee. Los sueños para la voz poética de Mireles son luminosos por cuanto los vocablos se juntan en la continuidad de la vida. Es decir, no existe ni comienzo ni final. Es una circularidad constante. Es una suerte de rueda que contiene palabras que van hacia una estructura transparente al encuentro de una voz. Voz que se concilia con la lluvia, besos, noches, imágenes, torpezas, laberintos, ranuras y recuerdos para que se unan con una ascensión contemplada. Este encuentro de imágenes se conjuga con la voz en primera persona: [1] Remonto un muroMe acerco [2] espero las flores[3] les digo que deseo [4] No he dormido[5] No puedo dormir y cuidad las palomas… Estas imágenes de los primeros cinco poemas manifiestan  un susurro que se deja oír muy cerca de los sentidos para explorar en las representaciones de la polisemia: 

    [2]                  

     En el preludio de la búsqueda de los sueños con besos
    inigualables, espero las flores. Las flores que inclinan su fiel
    para abrir pétalos. Para ganar una ofrenda sin espinas. (p. 8)

    Palabras contenidas para un destinatario: Los sentidos: piel, olores, sabores, cuchicheos, y lo visual —fundamentalmente lo afín con lo contemplativo que no tiene nada que ver con la observación, pues no se trata de objetivar, no, todo lo contrario, es el acto puro de éxtasis con lo que no se mide— se agolpan para apelar a una realidad instintiva e intuitiva. Insisto, es un asunto de sensaciones: [5] Siluetas cortadas/Estampadas sobre papel sin cuerpos…Dedico horas de las madrugadas a/borrar en mi piel manuscrito, frases que no terminan.(p. 11) Una voz poética que va decantando su existencia a cada momento. Cuenta y canta pero no se detiene, se hilvana una historia que sólo la voz descubre en lo imaginario. Es una existencia en constante reinvención con los sueños. ¿Es un viaje nocturno? ¿Quién patenta su noche? La comprensión de la noche y los sueños están sujetos al encuentro de historias.

      [24]

      Esas pesadillas. Sombrías. De lugares opacos. De sueño
    continuado. Sueño donde mi cuerpo reaparece. Rutas.
    Esteros. Pantanos. Lo escarpado. Lo intrincado. Cuevas que
     nadie ha visto. Ni han visitado. No hay cielo. El sol  sale
    desde las aguas… (p. 30)                         

     Se afloran secretos en el silencio que abriga su lejanía. Se le aclara aquello que puede estar turbio. Su cuerpo puede que no esté completo lo declara en su humanidad, aun así su alma ilumina en un sueño de tres días el  sentido volátil de la existencia. Suspendida en un cuerpo árbol, eso es ella, árbol con raíces profundas que llegan a las perplejidades de su inconsciencia.

    La voz que canta sus deseos: «noctámbula», «ígnea», «ninfa», «imago», «cabalga», «nenúfar», «vulnerable», «alucina», «descalza» en otro universo. El del encanto  con la palabra. Ella es un sueño que aparece en los 26 cantos. Sueño constante en donde aparecen personajes o duendes que motivan al lector a buscar el esplendor de la palabra.  El sueño es como el espejo en la voz de la poeta. Ese reflejo no caduca, en todo caso se multiplica en su andar por la noche o el día para desembocar en un despliegue de imágenes sin demoras. Sus pensamientos y  sus sensaciones vuelven una y otra vez en su habitar poético. Lo habitual en la voz es cantarle a los sueños. Ellos, los sueños, se descubren ante la posibilidad de un destino enmarcado por la palabra. Palabras que se rencuentran en una cercanía sugerente. Palabras que cantan y se decantan en la lectura que retoma la inconsciencia de los días. La voz despierta su mirada en los caminos en  ese reflejo incandescente del espejo.

Miriam Mireles

(Maracay, Venezuela, 1954) Poeta. Profesora de matemática, egresada de la Universidad Pedagógica  Experimental Libertador de Maracay (UPEL). Magíster en Ciencias, mención Matemática en la Universidad de Carabobo (UC). Especialista en Informática Educativa-Universidad Simón Bolívar (USB). Doctora en Investigación y estudios avanzados en educación a distancia en entornos virtuales (Universidad  de Granada, España). Sus Poemas en Antologías: ¡Metapoesía de mí!, Antología poética (2003), Voces metapoéticas (2004), Pasajeras, Antología del cautiverio (2020). Autora-colaboradora de libros: Petrarca en Venezuela (2004), Leonardo Da Vinci en Venezuela (2006), compilador Valeriano Garbín. Publicaciones de poemas: Apenas el cielo se abre (a tres tempos) (2010), Nenúfares malogrados y otras pesadillas. «El Taller Blanco Ediciones». (2020).       

‘Suele vestir de sombra’

Crónicas del Olvido. Suele vestir de sombra*, de Juan Martins

**Alberto Hernández**

1.-

Es lectura en y para primera y segunda personas. Y en caso de extenderse en el ámbito de quien crece en el texto, hacerse de la tercera y enriquecerlo, en la aventura de unos poemas que tienen en José Bianco dedicatoria y ensamblaje de quien habla en el poema. El poeta de este libro anda entre los personajes que Bianco creó en “Sombras suele vestir”, novela corta elogiada por muchos, entre ellos por el mismo Borges. Y lo hace como si tentara las voces de doña Carmen, Raúl, Jacinta, María Reinoso, Bernardo Stocker o la del señor Sweiter, sin nombrarlos, pero quien haya leído al narrador argentino podría darse cuenta de los guiños hacia ellos, porque en la novela de Bianco está contenida la esencia de los versos que Juan Martins ha desarrollado desde la soledad, el reclamo o la incertidumbre de ese mundo imaginado donde caben todas las preguntas y todas respuestas, aunque ninguna ella tenga espacios en la realidad.Martins habla con el poema desde el poema porque enuncia un oyente que está en segunda persona. Una mujer, un cuerpo anónimo, el que viaja por la novela del argentino, cabría imaginar desde esta crónica un tanto despeñada. Nuestro autor, quien se vale del título de la novela para titular su libro, publicado por la editorial El taller blanco (Cali/ Colombia, 2020), se expresa desde el cuerpo ajeno que hace propio, como texto y como piel que insiste en mencionar. Y desde esa tentación, dice:“Soy el puro deseo de tu desvarío”. Y desde ese ‘desvarío’ va el libro. Y viene también desde un niño que a veces aparece y se queda aturdido en la misma niñez que lo contiene. Luego avanza hasta abrirse y dejar que el poema lo diga todo como si transitara por cada una de las palabras con la intención de dejar un rastro en los personajes que arriba se mencionan.

2.-

Se queja, el texto no esconde dolores y pesares: “Alguien me lastima/ en el cuerpo del otro/ para este resto hundido que soy”. Afirma lo que siempre se ha expresado como otredad. O alteridad porque el yo ajeno es también el propio. Su yo no le pertenece, como su cuerpo. “Soy el Otro”, dijo alguien hace tiempo y esa manera de ser se ha quedado en mucha poesía, en la poesía, en la sensación de andar metido en los escondrijos ajenos, lastimados o amados. Pareciera ser una afirmación pasajera, de todos los días, por eso Martins escribe: “en un lugar común de este verso” y deja ver “las sombras de mi rostro” o “el instante de un mundo/ que me es real”, pero que se desplaza “hacia las sombras”. Un poema se ata con el otro. Es un solo poema donde resaltan las personas, los personajes, los fantasmas, los sueños, los miedos o dudas de quien no se despega de los sonidos que le atañen, venidos del otro que guarda silencio mientras el mundo se despedaza: “Esta tierra hecha/ sobre pedruscos de sangre”,y entonces quien escribe esta crónica sale con el poema a la calle donde esa tierra ha sido maltratada, como el cuerpo del otro, como la tierra misma que se es y es pisada con desdén.Para algunos, “El escándalo de quien / se mira por los espejos”, es sólo un reflejo, pero el uso de la preposición crea la duda. Mirar ‘por’ los espejos es como entrar con los ojos por una ventana, alejarse. El poema no desdeña el “extravío”. Mirarse ‘en’ el espejo es seguir allí, presente. Mirarse por los espejos es cruzar el espejo y hacerse en el ‘escándalo’, en el ruidoso mundo que se despeña.

3.-

La primera persona del autor o del que está dentro del poema afirma: “Nadie me nombrará/ al final delas vocales”. El silencio queda colgando. Y aparece un tanteo de humor, un poeta ácido que sirve para diagnosticar un instante: “Si Quevedo me leyera por separar/ la noche sería aquel desierto”. Esa primera persona cambia de tono. Varía muchas veces y se trajea con la segunda y roza la tercera. Son varios poetas los que hablan. O uno que se multiplica para encontrarse en el otro, que es la unidad.

4.-

La poesía que aparece en este libro ha sido la que Juan Martins ha dejado sentir desde el vientre de aquella mujer que lo sostiene, de la Mujer que lo menciona desde ese ella inmaculado, religioso, católico, desde la dolencia: “Y sobre la aflicción/ ningún recuerdo queda”, como si la tristeza contuviese la fuerza para borrar el miedo, la ausencia o la soledad.Por eso en su poesía están los cuerpos, el cuerpo.

5.-

Se aleja un tanto de lo anterior y se vale de personajes que lo acompañan con mucha frecuencia:“¿Qué nombre de oriente tiene Comôes/ para nombrarte?”,Y también Gauguin o Van Gogh como recursos para seguir vestido entre las sombras a la vuelta de las luces que el poema podría aportarle, con la duda o la negación de su propia presencia verbal. Así,“Ahora respiro en este verso inútil”. Y respira, con mucho ahínco, y el verso, el que considera inútil, sigue sonando en el ropaje de esa sombra que sigue siendo sombra. De allí muchas veces la oscuridad del poema, tan necesaria y útil.

*Suele vestir de sombra puede descargarse gratuitamente en formato PDF: https://el-taller-blanco-ediciones0.webnode.com.co/

Suele vestir de sombra

Destacado

Hago extenso mi agradecimiento a El Taller Blanco Ediciones, Néstor Mendoza y a Geraudí González Olivares por hacer realidad mi libro «Suele vestir de sombra». Bello proyecto editorial desde Colombia. También puede descargarse gratuitamente en formato PDF: https://el-taller-blanco-ediciones0.webnode.com.co/ Gracias.
#poesía#Ediciones#literatura

‘Memorias del asedio’

juan martins

Al leer Memorias del asedio de José Gregorio Correa1 me convenzo de que la realidad es frágil. Tendremos en cambio que descifrar la intención del poeta, la cual sólo puede significar en los límites de la palabra: lo real, así como la vida, adquiere otro sentido, busca al otro a quien se representa por medio del goce verbal del poema: la vida de los otros se asienta en la voz como condición del autor con el propósito de entender esta vida a partir de su cualidad literaria. Por lo cual será una intención verbal vista a través del asedio: la escritura logra asirme por la voluntad de la lectura hasta introducirme en la atmósfera del poema: el yo del autor me compromete, tanto en lo poético como en lo emocional: no cuenten conmigo/al minuto de desaparecer a la esperanza/de la tierra y cortarle las manos al cantor/no cuenten conmigo… (p. 7). Y entonces el poema expresa la alteridad de aquella realidad. Si entendemos que Correa se hace «cuerpo» en él. El libro en sí es la unidad del poema, sólo que articula lo (no)real para el verso, la estrofa, seguido del poema hacia una estructura mayor: la escritura es diálogo, puesto que trasciende lo confesional, lo cotidiano (real) hasta alcanzar la sonoridad de la palabra y, cuando advertimos la metáfora, hallamos esta formalidad poética: el ritmo, la cadencia y, al cabo, su atmósfera estarán concurriendo al rigor lírico. Esto lo sabemos. La diferencia radica en cómo el enunciado de lo testimonial asciende hacia una relación más simbólica, si se quiere más conceptual: pero, llamadme si estoy dormido,/llamadme junto al chino Valera … (Loc. Cit). De tal manera que el sentido de lo real descansa en las ideas y el pensamiento nos anuncia esta cualidad de la vida, tal como la define por ser del autor y más adelante, una vez decodificada por el oficio, exhibida en la voz del poema. El cual se estructura en ese territorio de lo vivencial: En mi pueblo como alguien/tiró al olvido las normas de familia/y tampoco un río dulce/con remansos de cantos rodados/ofrece oasis ante lo artificial… (ibid., p. 8). Y, digámoslo de una vez, lo vivencial por sí mismo no sería suficiente como lo manifiesta su autor. Algo necesito del poema, de su candor, de su verso y del ritmo que al final articule mis sentidos y con ello abrigue el mismo lugar de la memoria, siempre que se alcance por la escritura. La escritura se introduce en mis sensaciones por las imágenes derivadas. Y allí el poema cierra su intención. Por ejemplo este poema termina con la estrofa: Sólo la muerte limpia/el abandono.- …(Loc. Cit). Es justo allí donde el lugar de la abstracción y lo simbólico recupera terreno y éste asciende sobre aquella relación simbólica: la muerte como sentido de la belleza, porque da a lugar el presente y redime la memoria. Todo ante el nacimiento de lo humano y lo sensible. Es por eso que la abstracción del verso, lejos de alejarnos de la «realidad», nos encuentra con su sentido, con la vida y el amor. El mismo amor con el cual Correa siente, ve, respira, inhala y exhala el frescor de esa realidad hecha verso. Y la necesitamos en tanto se dice en el poema, considerando que deviene de la su propia alteridad. Es decir, en qué medida nuestro autor se compromete con la vida, sí, pero en la firmeza de su escritura. La cadencia es a un tiempo ritmo y signo verbal. Es signo verbal porque tiene que funcionar en el lenguaje con el que se construye la metáfora, el adjetivo o el adverbio mediante el decir del verso, evitando el lugar común. Correa lo evita por ser un poeta auténtico y comprometido con la palabra. En su lugar, la exigencia del verso rehace el canto, devolviéndole a lo cotidiano su dimensión:

En cualquier parte del mundo

se va haciendo silencio,

pero es un silencio que despierta

y suena como árboles quebrándose

y soltando el fuerte olor de sus troncos

invadiendo el aire

para que respire

su golpe vegetal [Subrayado nuestro]. (ibid, p. 9)

     El paisaje tolera la variedad de esa escritura, ya que, no sólo es telúrico, sino también urbano y éste a su vez se incorpora al entorno del poeta. Así que la memoria asedia su identidad, la fragmenta y, como dije, le otorga su propiedad ontológica: la vida se conceptualiza en la interpretación del poema. Y es cuando, sólo así, me pertenece. Será la constante en el poemario. Va y viene desde esa intención poética. Canta, dialoga y ofrece la naturaleza de su entorno en la misma medida que nos entrega, y esto es más importante, su paisaje emocional el cual podría describirse de lo urbano como de ese rincón telúrico que se nos ofrece. Los árboles de mi interior logran quebrarse de igual forma, puesto que leo desde la pérdida de la ciudad, desde el desarraigo, el desasosiego y, por qué no, desde otro ánimo de la otredad. La voz del poema me diversifica. Soy el otro en proporción a esa nueva sensación que estoy sintiendo del poema: He aquí, entonces,/el relato de las, grandes/ausencias, contadas/por la distancia y la oquedad… (ibid, p. 13). Me ausento y  me acerco en la distancia de ese paisaje como si el desasosiego sólo me perteneciera. Y el distanciamiento me crea ese sitial de la emoción. Si acaso la nostalgia se acentúa en el otro será en ese momento cuando el dolor también se instaura, recreándose esta poética del dolor. Por tanto la construcción, por ser poética, es racional en la interpretación del poema. Nos deja en claro su dominio, una voz que se consolida en la frase transparente, decía, testimonial, pero en los límites de esa escritura. El poema dice y se desdice al ritmo del lector. A pesar del cual se satisface en esa convención de lo cotidiano, se hallará, por oposición, con una exigencia mayor: clarificar la densidad de la metáfora con la que ha sido escrita:

Existe una ciudad, donde ser poeta es un dolor

y al mismo tiempo un zarpazo de felicidad

que rasga tu rostro y las lágrimas

se confunden con la sangre, y todavía así,

puedes respirar mirando de frente,

el hálito del vital entusiasmo. [Subrayados nuestros]. (ibid, p 27).

     Veamos: la adjetivación  bien elaborada produce el ritmo sonoro. Agrada, seduce. Correa no quiere someternos al mismo dolor de la voz, apenas interpretar su posible otredad: la toma de conciencia en el poeta y cómo las ideas de éste abarcan el aspecto epistemológico del discurso en el lector: la noción del poeta en el mundo y cómo éste lo interpreta racionalmente. En ese instante, observamos que no sólo es emocional, sino que detrás de esa emoción se cubre su estadio racional. A partir de allí, su ars poética se hará presente en el transcurso del libro. También. ritmos, cambios, aliteraciones, nombres de autores y citas las cuales dialogan, sin interrumpirse, en la forma del libro: () al instante de colgar en instagram/el sueño más hermoso y quitarle música/a las fiestas, (), chino valera, Miguel Ramón Utrera, Elí Galindo, (), calcuta,/las de un tal ezequiel zamora,/las de una vida cegada en la moneda,/ y por último, aún no, pero es posible,/la de walt Disney… , () que lleva al sur/y se argentina, bolivia y uruguaya/y mapuche baila y masca coca/y se amistrala junto a benedetti. (). Con esa frecuencia el tono logra envolver su mixtura verbal. Tonos, ritmos y enunciados como para hacerse entender con esa cotidianidad. Sin embargo se asienta su relación lúdica con el lector. Por eso decía del diálogo entre lo urbano y el paisaje naturalista (por nombrarlo de alguna manera). Aclaremos algo: este paisaje es heterodoxo y se signa con esa voluntad en el lector. Correa muestra su talento en la distancia del silencio. Un escritor del silencio y su soledad que se afirma todavía por medio de la ironía. Así que la alteridad del verbo es el instrumento de esa ironía, siendo ésta la sustitución de lo real: es con ella, la ironía, que lo real deja figurar el pensamiento: las ideas del autor (la voz del poema) se organizan sobre esta relación entre lo objetivo y lo subjetivo y, del complemento de esa relación, quedará la imagen del poema. En esa zona la ironía se muestra a través del humor. Lo real y no real, el amor y el desamor, lo abstracto y lo emocional o  las sombras y la luz. Por ejemplo, lo que es real para el lector adquiere ahora en el poema el tratamiento lúdico: las palabras son un juego ante la naturaleza, ya que se espeja y, por tal efecto, lo que aun aclaramos de ésta es apenas un fragmento. A decir verdad la sombra del espejo nos oculta el soporte que hay entre lo objetivo y lo subjetivo. De aquí en más la postura lúdica del poema también tiene la función de desmascarar. Con todo, las ideas no son lo que mejor funciona, sino la belleza de su poesía, el canto, la alteridad y lo lúdico en la misma celebración del poema. De allí las resonancias con la cultura mediática y los nombres de poetas en medio del verso. El yo(lector) se representa en el otro, en la voz del poeta y éste a su vez en sus lectores.

     Celebramos la vida.

Maracay, 20 de feb. de 21

1 José Gregorio Correa. Memorias del asedio. Tarasca Ediciones Digitales. Serie: Al Mal Tiempo Buena Cara. San Sebastián de los Reyes. Estado Aragua. Venezuela. Julio 2018.       

ESPERAS Y LA AUSENCIA

Crónicas del Olvido
Erasmo Fernández
-Alberto Hernández-
1.-
Bajo la lluvia de la fuente deambula la mirada del poeta. Lo atajo en el momento de conversar con el pájaro instalado en el follaje tupido del gran árbol. En el instante de adentro, cuando interroga en silencio el humo violento de las calles, el reino infernal de la ciudad que lo acosa e intenta borrar de las avenidas.
Erasmo Fernández tiene el oteaje quieto, sentado en los caminos a la espera/ con los ojos en blanco, y se aproxima a la voz que no lo oye y lo torna de nuevo a la desmemoria, porque cada palabra es un eco incomprensible.
Lleva bajo el brazo todos los papeles que el mundo le ha legado, luego de escrituras cerca de la sombra donde el duende vegetal pronuncia su irreverencia. Lleva el libro tejido en la piel, entre bohemias y silencios ocultos en el alero de los edificios.
2.-
Esperas y la ausencia (Editorial La Liebre Libre, Maracay) es un largo poema recogido a saltos de infancia, de la mirada actual y de la perdida, de la que no tiene remedio y de la que, definitivamente, no tiene escape. Porque el poeta tampoco tiene salvación.
Libro que Erasmo hizo a golpes de pesadillas, sueños entrecortados, lluvias y soles vertiginosos. Libro que Erasmo Fernández amasó con “este traje”, con la fórmula de la inocencia. O de culpas lavadas por el tiempo.
Poeta de la intemperie, siempre en la calle, indaga nombres y aberraciones: “Hay un lugar sombrío donde cada quien se cuida/ de quién, no lo sé/ La verdad es el silencio/ otras son las estridencias repetidas por miedo/ y el grito/ ese anegar fatídico en derrumbe”.
Para hacerse libro, el poeta desenvainó los cuchillos que guardaba en un lado secreto de la camisa. Se desgarró la ropa y metió las manos en las aguas verdes e infectas de la fuente. Allí clamó por los viejos y caducos dioses, y los vehículos y menesterosos lo tomaron en serio y por el cuello, y lo expulsaron de la urbe.
3.-
Siempre a la espera, en ausencia de las voces perdidas, Erasmo Fernández ajusta cuentas con la condición de los días: “Si pudiera recobrar la espera/ dejada en las paredes si frisar/ esas a las que no se les cae la pintura/ en un sueño/ ni las grandes flores y niños juguetones…”
La noche se asienta en las palabras del hombre que se esconde en el libro, que lo dice en el libro, “por eso aquí me dan la espalda/ me soplan/ me miran de soslayo”. Escoge el vocablo más ácido, amarga la boca, escupe el rostro de la estatua imaginaria, la que le falta a la plaza, e irrumpe violentamente en la sala donde el silencio es el único espectador.
“Una vez trazado el pacto y el olvido/ la intemperie/ lame los rostros con delicadeza”, los elementos en la piel ajada, trajinada. Cuerpo víctima de las navajas de la madrugada. Un mensaje se aquieta en la próxima esquina.
Hay sueños improvisados, como arrancar de sus labios este texto que Erasmo Fernández llenó de asombros verbales, desgarramientos. Libro hígado, calle en la que el poeta se extravía. Ausente, no espera nada.
La poesía de Erasmo Fernández no usa estilete. Escrita con desenfado, tejida en cuadernos ajados, el poeta escribe sin reclamo a nada ni a nadie. Sus versos, cortos o largos, de aliento entrecortado, suscita una lectura en la que dialoga el dolor con el silencio.
Nada le quita tiempo a las palabras de Erasmo Fernández: escribe sin mirar atrás, escribe.
Algunos poemas:
TAJOS DE VIVIR
Este encuentro no es casual
no me asombra
A mí a quien aflige una palabra
Este recogimiento no es un acto primario
Lo voy a reforzar
cambiar
Lo entrego hecho poema.
**
Este traje lo entregaré encogido
harto en sopor
con hambre
Tanto uso lo ha cansado y veo
con dolor su deterioro
A veces cuando son frías las madrugadas o un astro
se desdobla
Se queda dormido en el perchero y lo contemplo
niño
sumamente inocente.