Othelo: El Clown tras la Tragedia.
Gloria Pérez
¿Qué podemos decir de esta historia que no se haya dicho ya? Sin embargo, arriesguémonos.
Cuando recordamos la pieza literaria «Othelo» del afamadísimo escritor y dramaturgo británico William Shakespeare podemos reconocer o resaltar su aspecto más importante: el drama de un hombre enamorado que es lentamente conducido por los celos y la locura desencadenando una serie de eventos desafortunados al punto de cometer asesinato, llevando esto a un trágico final. No es nuevo decir que las obras de Shakespeare —en su gran mayoría— llevan implícitas la fatalidad, pero partiendo de este hecho ya bien conocido, hoy se me presentó la oportunidad de presenciar una puesta en escena que tuerce un poco ese paradigma. Me refiero específicamente a la adaptación teatral conducida por el director argentino Gabriel Chame Buendía. Una pieza, en una sola palabra, extraña, que literalmente le da una bofetada a ese criterio al que estamos acostumbrados cuando nos referimos al autor británico. Sin duda nos permite apreciar desde otra perspectiva esa historia trágica, compleja y llena de drama para hacerla más ligera, como un relato, en apariencia, agradable, divertido, fácil de digerir y sobre todo puntal y conciso, sin tantas abstracciones que nos retiren de la teatralidad en cuanto al ritmo de su drama, pero aun así conservando mucho de esa sublimidad que las caracteriza.
La puesta en escena consta sencillamente de cuatro actores —ni más, ni menos— y una escenografía que, además de ingeniosa, es divertidamente simple; lo que en verdad le da vida al escenario es el uso de estos instrumentos (cajones; tres mesas; una tela; una carpa) para representar los diferentes tipos de situaciones donde se desarrolla la historia. Si bien hablamos de la utilería como elementos claves para la producción, nada de esto tendría sentido si acaso no nos refiriéramos al magnífico trabajo que hicieron los artistas. Tanto en el desempeño en equipo como individual, todos tuvieron un dominio total en cada una de las escenas.
Analizaremos, a fondo y sin temor a equivocarnos a cada uno de éstos.
Comenzando, claro está, con el actor principal, protagonista, Mathias Bassi, quien representó el papel como «Othelo», desplegándose de manera magistral en el escenario, cargado de energía y disciplina con espléndido manejo corporal, haciendo que el personaje verdaderamente cobrase vida propia, sin dejar a un lado ese toque conmovedor que debía caracterizar la obra, diferente al resto del elenco, pero sin restarles méritos.
Seguimos con la representante femenina —la única mujer del equipo— quien no por este hecho dejó de destacar a pesar de aquella diferencia con sus compañeros. Julieta Carrera, que interpretó los personajes de Desdémona, Bravancio, Bianca y Montano, permitiendo que cada uno tuviera un matiz distinto, sin dejar a un lado su irreverente e hilarante actitud. Bien conocemos que en las piezas del escritor las mujeres —con algunas excepciones— son representadas como seres puros, delicados y elegantes, sin embargo, esta explosión de espontaneidad y desborde de energía atrevida hace que pongamos desde otro punto de vista este criterio. La actriz se desdobla de tal forma en las personalidades de las mujeres de la pieza, haciendo, por su parte, que los roles sean mucho más carismáticos y alegres de lo pautados por el autor. Es decir los recrea su director.
Un trabajo que merece ser reconocido es del destacado y expresivo actor Martin López «Carzolio», quien interpretó con especial tenacidad los personajes de Rodrigo, Casio, Emilia y Ludovico respectivamente. A la par con su colega «Julieta», este actor supo cómo darle una fuerza característica a cada una de sus interpretaciones, logrando que se acentuaran por igual. Debo decir que representar cuatro personajes —incluso diálogos entre dos o más de ellos— es una tarea titánica, que no muchos son capaces de llevar a cabo. No todos podrían presumir de una habilidad parecida. Tengo que admitir que personalmente fue mi favorito del elenco — todos hicieron un trabajo excelente— el dominio de escena, también los hilarantes momentos al intervenir con el público en el clímax de la obra. Su manejo corporal estructura, en pocas palabras, el desenvolvimiento en general es un trabajo bien desarrollado y con un final satisfactorio.
Y por último —pero no menos importante— el trabajo escénico de Hernán Franco como «Yago». Un tipo diferente de antagonista. Con esto me estoy refiriendo a que normalmente cuando hablamos del villano en la puesta de escena, nos imaginamos a un personaje ruin, desagradable y completamente antipático, sin embargo, a pesar de sus acciones reprobables, el «Yago» representado en la obra se nos hace una personalidad con tanta gracia y carisma característico que incluso nos atrevemos a olvidar de momentos que él es el malo y que sus actos no son precisamente los mejores. Su interpretación lúdica y burlesca del rufián detrás de la puesta, agregando en esto su interacción con el público, fue lo que logró esa dinámica distintiva que define al teatro «Clown», a través de sus gestos y juegos, con comentarios sarcásticos y representando una faceta diferente de lo que podría esperarse de un villano en el mundo del teatro.
Podría extenderme párrafos enteros hablando de los personajes y los actores, pero es importante el no quitar importancia al resto de elementos que hicieron posible la puesta en escena. Como había dicho anteriormente, las representaciones escénicas fueron tan sobrias y simples que subrayaron lo lúdico. ¿Quién iba a imaginarse una carpa de camping agregada a una historia de Shakespeare?, pero la versatilidad de estos instrumentos haciendo la definición de los elementos simbólicos fueron lo que de verdad les dio una caracterización «Clown» a la obra —«torciendo» (la versión del director) el concepto del uso innecesario de extravagantes interpretativos y utilería elaborada para una pieza teatral— y dando a entender que de objetos cotidianos se pueden lograr cosas que nunca se nos hubieran pasado por la cabeza, procurando al poder de significación de los signos: cajones como trajes de baño; una tela como capa, océano, alfombra y hasta la evocación del pensamiento; una red como remo, entre otros elementos.
¡Todo este manejo ingenioso de elementos escenográficos, combinados con el espléndido desempeño de los actores, nos hace deducir que el director es un verdadero conocedor del oficio de la dirección! No se le puede quitar los méritos que se ha ganado como director y mente maestra de esta obra. En conclusión, un trabajo digno de ser visto nuevamente.