‘La puerta condenada’ -después de leer a ‘Montevideo’ de Enrique Vila-Matas-

por Juan Martins1

Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana. […]

Julio Cortázar (La puerta condenada, 1992: 58)

El sendero por descubrirse. Y lo que puede estar detrás de esta puerta será lo insospechado por lo vedado como inidentificable. Dentro de la imperfección del sentido. Lo que se halla (encubierto) es además el rumor de la duda. Si logro abrir el vértice de alguna de sus puertas sería la sombra de mi forma (mi ser sobre el abismo) por pertenecer a otro mundo que nos engaña para liberarse de su entorno. La puerta es la misma sensación emocional que nos produce: A Petrone le sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto. (1992: 55). Se oculta allí la ausencia de lo desconocido cuando se nos hace claro la figura de un paisaje narrativo que se asienta en la tensión de lo furtivo, mediante lo cual se nos ofrece un lado fantástico para interpretarlo. La figura de la realidad cambia nuestro estado emocional y el ánimo de la voluntad del protagonista cambiará de acuerdo con ese encuentro de lo que está dentro de la puerta como reflejo de la pérdida. Petrone lo resuelve con más facilidad al final. Acepta el carácter de esa realidad. Pero esta no es extraña del todo: la mujer que se oculta con su bebé detrás de la puerta en la habitación del hotel Cervantes de la ciudad de Montevideo siente la necesidad de «rescatarnos» tras el hallazgo de lo que está dentro, más allá de su habitación, detrás de lo desconocido, detrás de los temores y de lo incierto como lo sabremos al final. Iremos tras el asombro.

    Desde esta demanda se muestra la sensualidad de aquella «forma» de lo oculto tras el hallazgo de aquel asombro y, por qué no, el respiro del rumor, la tensión y la incertidumbre que vive Petrone por saber qué está a la zaga de la puerta, saber de aquel niño el cual

[…] lloraba tan débilmente que por momentos no se lo escuchaba, aunque Petrone sentía que el llanto estaba ahí, continuo, y que no tardaría en crecer otra vez. Pasaban diez o veinte lentísimos segundos; entonces llegaba un hipo breve, un quejido apenas perceptible que se prolongaba dulcemente hasta quebrarse en el verdadero llanto. […] (p.58).

    El asombro aparece transformado en seducción y curiosidad, otras veces, tras la irritación de Petrone por terminar de saber quién es el niño que llora detrás de la puerta. Saber que al abrir la puerta se descubre también otro vértice de la vida. Nuevas formas de la vida incipiente sobre la búsqueda de otro significado. Ni siquiera la duda resuelve el asunto para Petrone, porque para él la realidad no es sino el llanto del niño quien interrumpe su descanso desde su lado de la puerta. Al otro, el niño que llora en horas de la madrugada y todos lo niegan. Dicha puerta condenada requiere entender lo fantástico como muestra del escenario insólito. No importa qué está allí de ese lado, como sí la disformidad de esa apariencia. Quiere decir que la vida por lo extraño nos desvela. La confusión reitera la tensión narrativa para el lector de no ser por lo fantástico. Lo curioso e indiscreto conformando el relato. En tal caso lo vedado se sostiene cuando de pronto aparece revelado este temor que nos produce el niño llorando al lado de la puerta como tergiversación de la realidad. Mirar «qué hay detrás» del costado alimentando la curiosidad del lector.  El temor asomando su alternativa. Y mirar es librarse del desasosiego tras la búsqueda de transparentar los hechos hasta aclarar lo que le sucede a Petrone: la angustia, esta tensión narrativa. Por ejemplo lo desconocido adquiere prioridad, todo lo demás se arregla en función de «mirar» como si la puerta fuera el portal eterno de lo insólito.
    Querer descubrir qué hay al abrir la puerta será la esperanza para nuestro protagonista y el enganche del lector. El narrador desea mantenernos en la duda. Es el punto álgido del narrador cuando se sostiene la ambigüedad de lo inverosímil. Quiere reconocerse el carácter de esa soledad de estar vacío en la habitación porque nadie del hotel reconoce el niño que llora. También es una resonancia del temor por no saber, en cambio, qué está allí detrás del vértice o de cómo los hechos nos colocan en ese vacío. La nada de otro mundo no menos real, pero sí de otro significado. Otra variante de la vida. Lo desconocido nos modela otra condición de la vida, tanto real como extraña. No digamos más, detrás de la puerta, otra habitación, el vacío y la otra ciudad que nos descubre. Y si por diferencia queremos regresar donde estábamos. Será pues muy tarde cuando habitamos el atasco como ruina de la realidad. La ciudad aún tiene su rostro.

    No haremos más que ocultarnos otra vez: se abrirá otra puerta y detrás de esta otra en donde nace un pasillo hacia nueva puerta y desde ésta otro cruce hacia el mismo recorrido, en cuyo sendero no termina el laberinto. Todo lo contrario, hay otros portales sobre el recorrido. La nada que se parece aquí al vacío. La nada similar a la duda en el recinto del hotel Cervantes. Como veremos Petrone teme a ello por no encontrarse con lo normal. Lo incauto, aquel abismo de la duda. De modo que la habitación no cambia. La puerta condenada, el niño que «llora» y su madre del otro lado de la puerta. Nada se parece más a su propio laberinto cuyos extremos se bifurcan para otro recorrido afín, pero diferente por los hallazgos. Ninguna ruta se parece a la otra. Hay que recorrer el camino con la duda. Petrone insiste de lo que hay en el otro lado. Todos lo niegan. Él insiste a modo de descubrir cómo el niño llora valorando lo infrecuente […] Petrone se preguntó qué iba a hacer […] todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. […] (p. 59). Y la sorpresa es que, en pos de la puerta, pensó Petrone, hay un niño imaginario que llora y acentúa su desasosiego. Tal connotación es implícita para Cortázar. Esto sucede como un hecho regular en la vida del narrador, mostrando la gramática de ese mundo detrás de este diálogo con la otredad. El mediador, insisto, quiere posesionar al lector, lograr de éste su movimiento activo mientras sea un lector comprometido con esa noción de alteridad. Lo que está dentro y fuera se mueve a nuestra voluntad en tanto somos ese tipo de lectores de lo fantástico.

    La puerta condenada será su realidad. Detrás de la puerta otra vida. De manera tal que lo real cambia ante lo extraño. Al revés de la puerta otra naturaleza. Sin embargo la subjetividad del protagonista acepta esas condiciones de esta puerta. ¿Condenada a qué? A nuestra perplejidad por lo otro. El lector decide cuál marco de la puerta selecciona para su alteridad de lo cotidiano. Esa incomodidad es uno de los atractivos del autor. Estar dentro o fuera o en la ilógica de los hechos. Allí estaría la bifurcación de ese sendero: nuestro temor. Desde luego que la maestría de Cortázar vuelve lo insólito normal. Lo extraño como ordinario y lo sorpresivo cotidiano como para introducirnos a la función de lo fantástico. A ver si me hago entender, lo que es aparentemente normal surge de ese mismo giro de lo extraño. Por ejemplo el bebé del otro lado ya es tan natural que se conforma en el lector como un estado natural de las cosas. Es decir, que él encuentre su propia realidad del relato. Verosímil lo inverosímil, lógico, lo absurdo y real lo irreal. El narrador nos ofrece esa opción. A fin de cuentas lo «extraño» se ambienta en las sensaciones de sus lectores.

    Hay un recorrido en una frontera muy débil entre lo de adentro y lo de afuera. Vida y muerte, lo maravilloso y lo cotidiano, la sobriedad y el desasosiego en ese límite. La puerta no está condenada como sí abierta, como dije, es asidero de puertas interconectadas. La duda es la conexión con lo extraño. Como se sabe lo descubrimos al final del relato. Y por lo expuesto esa ruta es también desconocida para su lector. Hay un recorrido sin destino, pero que reside en el cambio emocional de Petrone para seducirnos cuando

[…] Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil, pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse. (P. 61).

    Lo extraño tergiversa la realidad. Poco importa que sea real. El niño llora y se alude no sólo al imaginario, como también a lo fantástico. El niño, en su noción para el lector, dobla el sentido, la alteridad no es sorpresa, ya que funciona como algo que debe suceder. El territorio de lo fantástico funcionado como un hecho natural. Es cuando cierra aquí el relato.

    Dudar de la realidad como así sucede en la narrativa de Enrique Vila-Matas, es decir, que la novela puede serlo todo y que su forma evoluciona. Escribir novelas como cambiar el mundo, pero sin tocarlo, agitarlo en la sensación, en ese fragmento de la emoción como hasta lo estamos indicando en la formación de la narrativa, tanto en Cortázar como en este último por su puesto desde sus diferencias discursivas. Leer a los autores por lo novedoso o por otras ideas de entender a la narración en este contexto de lo contemporáneo.

    Regresando a La puerta condenada, vida y muerte separados por un límite muy breve, casi transparente a lo que está más cercano o lejano de la vida. El lector no decide, sino que recorre esta voluntad con el relato. La puerta no está condenada como sí abierta a la incógnita, como dije, existe esta puerta donde los secretos residen en la memoria, ahora sí, tanto para el narrador como para el lector lo extraño es permeable ante el encuentro de un relato sorprendente en su estilo. Se siente la tensión narrativa. Hay un recuerdo, un viaje sin destino que no fuera sino aquella duda, lo extraño, el vacío y lo inverosímil porque estaremos detrás de la puerta buscando otros significados. La suerte será otra habitación con otra puerta condenada. Con esto Cortázar consolida la vida en tanto es aquella visión fantástica de lo narrado: no es que la realidad sea diferente, sino que esta diferencia es propia de la realidad. Y la vida se tergiversa y se complementa en la narración. Todo es posible y natural. Lo extraño formará parte de esta naturaleza. No hay sorpresas para descubrirnos en otros significados de la vida. El instante fluye en nuestras sensaciones. Revelar que lo inverosímil es todavía parte de lo real.

    Decía que el viaje es parte de ese registro porque Petrone nos conduce a través de un viaje de lo extraño donde descubrimos, por paradójico que parezca, el giro fantástico del relato. Debo decir de nuevo que todo se conforma dentro de su aparente cotidianidad porque para nuestro autor así es la realidad como para el narrador de Montevideo cuando desvela cómo las ciudades París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá son parte de puertas para el héroe, puertas que se «abren» con historias en espera del autor por la perspectiva de narrar bajo la novedad. El escritor que no escribe, el héroe en Montevideo, ahora tiene historias reservadas de esas ciudades. Cada ciudad la historia por contarse. A la vez que el narrador nos recorre sobre un sendero también abierto a pesar de que este protagonista haya abandonado la escritura. Este escritor que no tenía historias para hacerlo ahora lo sorprenden esas historias veladas en estas ciudades. Las puertas que se abren en un autor-personaje que se asocian en el atrevimiento de Vila-Matas con esta novela.

    Petrone, por su parte en La puerta…, se extiende en la otra voz narradora de Montevideo y esta regresa a una teoría literaria para el barcelonés Vila-Matas. Cortázar aventurado en el relato, intertextualidad de Cortázar a Vila-Matas y de éste a la narrativa del viaje, del traslado de la literatura latinoamericana a Vila-Matas. Y luego regresemos a Cortázar por supuesto como herencia de aquel. Allá en Montevideo son notas de vida que se articulan al propósito de la novela, por eso, «viaje» a la memoria. En la habitación 205 del Hotel Cervantes de Montevideo que existe y ahora es la motivación de narrar lo inconmensurable lo cual se construye en ese relato de la Nada y del Vacío. Honor a un estilo que también lo es para el barcelonés, puesto que […] la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo» […]. (Vladimir Nabokov, citado por Vila-Matas, 2022: 56). El estilo de otra aventura, de la novedad de escribir con el propósito de tener un narrador tan poderoso que sea capaz de negar la escritura, negar al lector y colocarlo a este frente a otra ciudad desde la puerta insondable. En la Novela el itinerario de su narración se bifurca con otra ciudad y de esta a otra sobre la búsqueda un mundo tal vez maravilloso para esa escritura de la nada. Ya que lo irreal y lo cotidiano se cruzan con la firmeza de lo fantástico. En este caso de Vila-Matas es la sorpresa, lo ilógico y las bromas de la intuición. Por su puesto los autores son diferentes, pero se reúnen aquí. Sucede en Montevideo como en La puerta… . Novela y relato separados hasta unirse en su intención con el estilo. Como lector me es inevitable compararlos. La vida y lo literario captando su propia tarjeta de presentación, aprender de las historias su animación literaria en cada autor.

    Habrá que decir que lo sorprendente funciona en la estructura del relato como en la vida. No se separa. Lo real e irreal en el mismo lugar y el discurso sostenido se nos hace relato, como divertimento. Más bien lo sorprendente se vierte a la vida. Por último lo fantástico estaría de ambos lados, en la vida como en la narración. Las puertas contiguas tienen algo que contarnos, siempre detrás de lo otro, nada aflora mientras cerremos esas puertas. Este impulso orgánico con la escritura es necesario para entender a Cortázar, su estilo como su herencia. Y nosotros los lectores ambiciosos de tener estas voces de la narrativa para lo cual nos aventuramos detrás de lo cotidiano. La aventura del riesgo siendo parte de nosotros. Véase como al cabo del relato La puerta… todo se cubre de otro semblante porque Petrone […] lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido […] (1992: 61). Éste quiere aceptar ese lugar de lo ajeno. El niño estuvo allí llorando cuando ya la mujer no estaba en la habitación próxima del 205 del Hotel. Sin embargo el niño se oía. Dos realidades, primera, que el niño siempre estuvo allí y la otra que el suceso es parte de su propia imaginación y es fantástica todavía en ese orden de lo real. Esto quiere decir que lo imposible sostiene al lector quien no se extravía en la tensión narrativa, tal como lo aceptará al final del relato. El lector se posesiona del lugar de Petrone, acepta para envolverse de esta otra realidad. Ritmo y estructura hasta conseguir la irreverencia del relato. Seremos entonces parte de lo irreal donde lo último de la historia queda abierto a interpretaciones.

    Por lo mencionado habrá que recordar que lo extraño no es sobrenatural en el giro de lo que llamamos fantástico cuando los límites entre lo real e irreal no están dados. Ya decía que lo ambiguo los ocupa. La alteridad es parte misma de la realidad. Una habitación, un bebé que llora que nadie ve y nadie oye, pero es parte de la realidad. Lo vemos a partir de nuestras sensaciones.

    Detrás de la puerta el inconsciente de nuestros sueños.

    En Montevideo las puertas se abren al escritor que quiere escribir de lo «que no puede escribir». El personaje-escritor deja de ser escritor hasta introducirse en otras realidades: —¿Y no será que usted escribe sobre aquello que le impide escribir? ¿Y no será que si yo toco piezas de jazz es porque éstas hablan de lo que me impide tocar? (Vila-Matas, 2022: 30). Mallarmé aquí responde a Davis Miles en este juego literario que nos ofrece el narrador para provocar la duda, el abandono del escritor por sí mismo cuando está detrás de lo que no puede escribir. Revela cómo aquellas ciudades París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá son las puertas que se abren a lo contiguo en donde aparece lo que debe escribir «sin escribir». Acaso el sueño de lo desconocido. Es cuando el personaje se arrepiente de abandonar la escritura cuando de pronto encuentra, en el medio de ese viaje, otras posibilidades de hacerlo. Continúa su aventura detrás de cada ciudad para el recorrido. No tan sólo por vivir la experiencia (del héroe) como sí el pensamiento que deviene de la nada a la escritura o del vacío a la plenitud. Entendamos, sugiero, que en esta novela de Montevideo lo singular se da en la aparente esfera de lo normal. Lo normal no funcionará sino en el pensamiento del protagonista. Claro, las cosas cambiarán al ritmo de la experiencia intelectual. Deja de ser intelectual cuando dichos sucesos lo sorprenden en tanto es el escritor de lo que no puede escribir. Y el ejercicio de la escritura se reduce a lo ilógico de su propia idea de escribir. Lo sabrá al descubrir cada ciudad. Aquí la trama no es más importante que el acontecimiento, el tejido narrativo o esa estructura de la sorpresa.

   Y ahora, regresando a La puerta condenada, el personaje queda descubierto por lo extraño. Lo extraño funciona como natural frente a los hechos, mientras que en esta novela la sorpresa del pensamiento está sublevada el héroe, a una segunda intención de lo que descubre, es decir, de cómo la escritura se elabora en el narrador que pretende doblarse en su héroe. Redactar pues lo imposible de sí mismo en primera persona (el yo literario de Vila-Matas, descubierto en la ficción). Una vez más la ilógica fraguada en el estilo de narrar. Y desde estilo a la estructura de su obra.

    Aunque los narradores de Cortázar y Vila-Matas diferentes dentro de cada estilo por temporada y formalidad aún estarían unidos por la autenticidad de lo sorprendente. Lo contiguo a las puertas serán parte de la misma ambigüedad. La puerta condenada en uno y las ciudades en el otro. Desde luego sabremos que detrás de lo contiguo abrimos nuestras duda ante lo inesperado de los protagonistas. Si revisamos bien queremos estar en el interior de esas puertas y de lo nuevo que será incertidumbre porque no sabemos qué surge de allí. Como si la literatura fuera la vida por sus hechos ilógicos. El Juego de lo irreal siendo en su turno parte de lo real. Tal es la fortuna de los relatos, ya que la vida es la representación de lo imaginado, lo curioso y lo surreal. La sorpresa, como sabemos, estará en este narrador de Montevideo y lo surreal en lo lúdico de Cortázar, más allá de cualquier hecho teórico por lo literario. Todavía Cortázar en Vila-Matas.

    Salir de los límites de la novela conocida, desarrollar el modelo que su visión le exige. Este narrador de Vila-Matas incluso es disuelto no tanto en lo experimental como sí en la búsqueda de esos límites cuando la novela puede serlo todo. Dije más arriba que la historia de esa novela (lo narrado) evoluciona detrás de la trama que poco importa ante esa tendencia de lo sorprendente y de cómo coinciden en nuestros dos autores ese gusto por lo literario. Incluso sin importar si se fracasa. Reitero cómo el héroe del escritor barcelonés (véase en el vídeo: Cortázar, 2023) descubre mucho que contar, puesto que le ocurren los hechos tras su asombro de conocerse en estas ciudades como escritor. La ambigüedad en el ejercicio de la escritura. Tal vez una compresión de lo fantástico para su novela sin comprometer su modo (estilo) de escribir. De allí el carácter ensayístico de esta novela. Descubrir la sorpresa por un lado y ese potencial de la novela hasta perdurar en su obra. En ser historia de otra historia. El relato dentro de otro. El narrador metido en su laberinto cercano en esas coincidencias de Vila-Matas, tal como lo muestra con claridad en su capítulo Montevideo. Y del pensamiento literario de su novelística.

    Los dos autores para el lector. La puerta condenada sigue al narrador de Montevideo. El personaje-escritor viaja para el recorrido de la otredad por el hallazgo de otros umbrales.

    El narrador los atraviesa y se descubre a sí mismo quizás para desdoblarse en aquel. El autor unifica el ensayo y la narración hasta consolidar su estilo. La novela del viaje. El tratamiento del doble, del otro que le permita esta osadía de narrar, dejarse inducir por esa influencia de Cortázar con todo el riesgo de la derrota. Vila-Matas lo disfruta como también nosotros. Ricardo Baixeras nos afirma

[…] la búsqueda de una narrativa utópica, la preeminencia de un estilo ganando la partida a la trama y la voluntad inquebrantable de construir un paisaje literario después de la batalla moral que ya se sabe perdida de antemano […] (Ricardo Baixeras, 2022).

    Y es trazada su búsqueda en Montevideo. Donde el mundo hecho de fisuras abiertas a la noción del lector que quiere conciliar con el Vila-Matas que conoce. Novela para los lectores vila-matasianos, si se me permite el término. De alguna manera el autor y el lector se reconocen en esa escritura a propósito de su estilo, su atmósfera, el ritmo y la prosa que nos permite huir con el autor desde aquel recorrido donde los paisajes nos descubren. No quiere el autor repetirse ni defenderse en la novela. La novela insisto puede permitírselo, por lo menos esta novela de la ambigüedad y en la que todo es posible hasta desdoblarse en el narrador. Quiere decir que está presente un yo quien es nosotros, somos los otros que también buscamos, por fortuna sin el éxito que esperamos. En ese momento esta novela se acerca a esa puerta incógnita de La puerta condenada. El lector conoce ese riesgo y es lo que disfruta de este estilo del narrador o de sus narradores de toda su obra como lo demuestra en su ensayo Perder Teorías (Vila-Matas, 2012). El autor doblado en el narrador para asignar su noción de la novela. Vila-Matas ofrece este placer de la metáfora en el hecho de la construcción del texto para la narración. El narrador busca. Busca y se detiene en la duda de cómo escribir esta experiencia. Recuerden, vida y novela en el mismo lugar. Por eso es vida su gramática. Tan pronto como la escritura trascienda a este lector. De hallazgo y pérdida al punto de la lectura. La vida de los otros, la vida otra vez de un viaje. No tolerar lo monótono de las ciudades por descubrirse. El riesgo es necesario ante lo nuevo. En ese caso estarían bajo la construcción del personaje y a la mirada del narrador que pronuncia en tercera persona los rodeos de las ciudades, del paisaje literario al pensar en términos de la escritura. Abrir las puertas de estas ciudades y entrar en sus ambigüedades para vivir lo que el héroe no esperaba, porque aparece el recóndito espacio de su vida que le aguarda por los hechos descubiertos. Le son literarios en esa medida de lo insólito al que hacemos referencia. Descubre con retardo y el narrador lo quiere mostrar así como para exhibir su teoría literaria de la novela: cada ciudad la puerta por abrir y su secreto oculto. Y el autor enfatiza esta herencia cortazariana hasta admitir la habilidad de lo que se escribe «sin poder escribir», la nada detrás del personaje. No es en ese caso un héroe ortodoxo porque fracasa. Sin embargo disfruta de su caída tanto como duda de lo real. Y hacerse en lo literario al descubrir la duda dentro del mismo viaje. Vila-Matas nos coloca en ese lugar en el capítulo Montevideo. Habitamos la habitación por igual donde el tiempo será simultáneo.

    Para Cortázar sus imágenes devienen de los recuerdos de la infancia y se colocan en ese mundo de lo extraño, de los retratos lejanos y los paisajes que se ocultan en el recuerdo y se vuelven en este juego literario cuando tiene claro su origen de lo fantástico. Sólo que se unen vida y literatura. Por eso siempre ha querido que el lector participe. La puerta condenada, Casa tomada y La autopista del sur, entre otros relatos, son ejemplos de esa cercanía. En todo caso, Vila-Matas lo aproxima en Montevideo por estar próximo a ese estilo. Después de todo de cómo entenderse con lo auténtico de dicha búsqueda.

Bibliografía

Baixeras, R. (2022). ‹Montevideo›, de Enrique Vila-Matas: la llave maestra de la puerta condenada. Recuperado de: https://n9.cl/xvocg (01 Septiembre de 2022. 6:50).
Cortázar, J. (1992). Los relatos. Juegos. Madrid: El libro de bolsillo. Alianza Editorial. S. A. Nº 2.
Vila-Matas, E. (2012). Perder Teorías. Barcelona: Editorial Seix Barral, S. A. Primera edición en libro   electrónico (epub): septiembre 2012 Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.
 _____________. (2022). Montevideo. Barcelona: Seix Barral. Biblioteca Breve, un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.. Edición en libro electrónico noviembre. 2022 (ePub base r2.1).

  1. Del libro El exilio de los nombres/ {Be Bop para Cortázar}/Juan Martins/1ª edición: © Ediciones Estival 2023/Colección: El vitral de Duchamp N.º 8. Edición digital. ↩︎

‘Cabrujerías’. Un estudio sobre la dramática de José Ignacio Cabrujas de Francisco Rojas Pozo

Por José Ygnacio Ochoa

Fuente: ivenezuela

Cuando se nos induce a creer en esta verdad,entonces el teatro y la vida son uno. Se trata de un objetivo, que parece requerir duro trabajo. Interpretar requiere esfuerzo. Pero en cuanto lo consideramos como juego, deja de ser trabajo. Una obra de teatro es juego.
 
Peter Brook

Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo* es un estudio-ensayo, como él lo denomina.  Ciertamente es eso. Pero antes de esbozar algunas consideraciones en torno al libro debo comentarles que a Rojas Pozo, «Franco» —como le llamábamos—, lo conocimos en los pasillos del Departamento de Castellano y Literatura del Pedagógico de Maracay, iba yo con un buen amigo de estudios de pre-gado queriendo entrar a un Seminario de Teatro dictado por el propio Franco. En ese momento, él hablando de teatro y pasados muchos años después en sus últimas conversaciones fueron en torno al teatro, con esto quiero expresar que no había ocasión ni excusas para dejar de conversar sobre y para el teatro. Fue su pasión. Así lo recordamos, no puede ser de otra manera. Vivió para las artes escénicas, la literatura y un aula de clases: su eterno juego. Veamos, Cabrujerías es una amplia indagación sobre el teatro venezolano. Fundamentalmente el escrito por José Ignacio Cabrujas que en definitiva es igual porque decir teatro en Venezuela es mencionar a Cabrujas.

I
El prólogo de Verdial

     El Prólogo del libro titulado «Confesiones de un actor» de Fausto Verdial demarca el sentido de un eco que contiene la dramaturgia de Cabrujas. Verdial afirma que estar en el elenco de las piezas del dramaturgo implica una responsabilidad ante ese texto, no solo por su fidelidad al guion —letra— sino la exigencia que implica asumir cada personaje por el rigor de preparación para cada puesta en escena y por consiguiente que aflore la verdad del drama, luego el espectador disfruta de una actuación creíble. Cada palabra, cada oración tendrá la contundencia de «su sintaxis» ordenada en el texto con una significación adecuada al contenido-tema del montaje. Hagamos un paréntesis, pues lo amerita, por cuanto la experiencia actoral de Verdial tiene su sello muy característico. Un actor que le daba un ritmo, casi que musical con las cadencias precisas, cada intervención era una clase magistral de cómo debe el actor dejarse arropar por el templo de las emociones. Es la interpretación el acto genuino de corporeizar al personaje, como bien lo sugiere el término interpretar, hacer suyo el personaje, emociones, gesto, movimiento, silencios y hasta el hecho de no movilizar su cuerpo, en el teatro, eso es vivir al personaje. Como también es importante aclarar que no solo la emoción es lo valorado, esa emoción está trabajada, controlada y ajustada a un tempo que solo el actor podrá dosificar. Volvemos con Verdial, el actor, la forma de decir —su elocución— del texto no era común, insisto el ritmo era avasallante. Evidente que la preparación contaba con su arsenal de técnicas. Disfrutaba cada texto. Entonces, Verdial, un actor inteligente, se muestra con la pluma de Cabrujas, un creador de historias y luego cómo las transformaba en  la escena. Verdial entendía a Cabrujas, mejor dicho, él aprehendía las historias y su atmósfera para hacerlas suyas, luego llegarle al espectador. Por eso afirma que Cabrujas tenía toda la libertad, no solo de crear/inventar un mundo sino de crear la manera de sentirlo. Este prólogo es certero. Funciona para el que se está formando como actor y para aquel que se inicia en la escritura dramatúrgica.

                                                                   II
                                              Desacralización de las posturas

Cabrujas fue un provocador. Iba en contra de los dogmas y lo establecido o en todo caso sentía la necesidad de contar de otra manera. Conjuntamente con Román Chalbaud e Isaac Chocrón fueron, en su momento, —a partir de 1967 con la creación de «El Nuevo Grupo»— los artífices de una nueva forma de decir en el teatro venezolano. Cada uno con su estilo, pero el dramaturgo en cuestión se arraigó en los escenarios por la manera de contarlo, por el sentir un espacio en su conjunto. Pues, Rojas Pozo desglosa en Cabrujerías un primer capítulo «Caminos expresivos y escritura escénica» en donde se plantea cómo el autor estructura a sus personajes al punto que cada uno se convierte en la estampa que identifica su obra. Decir de sus personajes, es decir «los personajes cabrujianos». Personajes con sus contradicciones sociales, políticas y hasta religiosas. Leer una obra teatral del dramaturgo Cabrujas es abordar a un personaje diferente a lo que se venía escribiendo en el teatro venezolano. Se da un giro a un tratamiento casi que pictórico. No es negar lo que se hacía hasta el momento pero se encauza en otra dirección con personajes más dialécticos en su pensamiento y por consiguiente en sus accionar en la escena. Verlos en escena es otra cosa. Desglosa Rojas Pozo que desde sus inicios Cabrujas marca cuatro momentos (o etapas como las denomina Rojas Pozo) creativos en su escritura y comienza con Los insurgentes (1956) con un teatro histórico-social con mucha influencia de Bertolt Brecht (1889-1956) y su teatro épico, allí se agrupan tres piezas más —sugiero revisen el libro en cuestión—. Luego se viene una transición que la inicia con Fiésole (1967) para llegar a un tercer momento con Profundo (1971) al que Rojas Pozo en su estudio contenido en este libro, lo denomina teatro de identificación o idiosincrático, allí también se unen dos de sus piezas emblemáticas, hablamos de Acto Cultural (1976) y El Día que Me Quieras (1979) y cuarto y último momento escritural, al que Rojas Pozo llama un nuevo camino con la pieza  Autorretrato de Artista con Barba y Pumpá (1990).

Rojas Pozo profundiza en su estudio-ensayo hacia una tipología cabrujiana que está concentrada en la «multiplicidad actancial» del personaje. Éste cobra fuerza con la vigorización de: conducta, hechos y particularidades en la acción. Debemos acotar que Cabrujas escribía y generalmente montaba sus propias piezas lo que lo convierte en una fortaleza a la hora de desarrollar un espacio escénico, expresa Rojas Pozo lo siguiente: Estas elaboraciones dramáticas poseen correspondencias con la manera cómo Cabrujas sitúa su visión del personaje: como un índice de actitudes psicológicas, sociales, políticas y culturales. No puede confundirse esta concepción con la idea de una caracterización porque los personajes son ideados para contradecirse y degradarse por razones humanas. (p. 25). Es descubrir a los personajes con sus virtudes y sus debilidades. Es mostrar lo que se es en la esencia de una personalidad. Sin artificios que cubran los apetitos de los personajes, en otras palabras personajes hechos personas, seres capaces de vislumbrarse en carne y hueso pero en las tablas entre dispositivos escenográficos, música, luces y silencios actorales. De hecho Rojas Pozo menciona una expresión que creemos es significativa, habla de una dimensión fónica de los parlamentos. Y, es que, las piezas de Cabrujas contienen ese especial ingrediente que lo hacen único en su estructura. Es un componente que se une a otros, propios de una obra teatral pero sucede que le confiere a la escritura escénica (como totalidad) una combinación estrecha con los parlamentos, es la forma de decir de los personajes.

III
Antecedentes y configuración de su signo

Lo anteriormente expuesto en relación con los personajes y el parlamento permite ahondar en el signo preponderante en las obras de Cabrujas y tiene que ver con la tonalidad de los personajes en la escena: la voz como recurso, el sonido de lo profundamente humano. Es lo único. Lo que queda: la palabra sonora, la dicha, la que transmite un sentir —dolor o alegría— en un momento determinado. Por eso podríamos comprender  a los directores de actores. Rojas Pozo prosigue en su estudio-ensayo con el análisis del «Teatro, historia e ideología (a la sombra de Bertolt Brecht)» (pp. 45-65) un largo recorrido por los antecedentes del teatro venezolano desde César Rengifo, Alberto de Paz y Mateos, Juana Sujo, la creación de agrupaciones profesionales como «Rajatabla», «Grupo Theja», «Sociedad Dramática de Maracaibo»,  entre otros. Rojas Pozo da cuenta de una profunda investigación producto de una pasión, en principio, que se traduce posteriormente, en una respuesta y en un conocimiento por las artes escénicas de su país, Latinoamérica y el mundo que le motivan a viajar a otras latitudes para ampliar su bagaje intelectual.

La conformación de un signo característico de la obra de Cabrujas se dibuja en este estudio-ensayo. Así lo demuestra Rojas Pozo: Los signos dramáticos en Cabrujas […] tienen la virtud de reactualizarse en el tiempo de la representación… (p. 47). Creemos que más claro no puede ser. Allí se concentra la importancia de la escritura de José Ignacio Cabrujas. Luego, más adelante Rojas Pozo perfila y resalta la presencia de personajes como Pío Miranda —Fausto Verdial— de «El Día Que Me Quieras» donde Cabrujas la dirige y en ocasiones actúa sustituyendo al propio Verdial. Personaje que se mantiene en el tiempo. Personaje  utópico por su tratamiento. Cabrujas logra ese salto en la historia, pues le confiere su carácter de contemporaneidad. Así sucede con los personajes y las historias de las obras teatrales del dramaturgo. Cada una va en ascenso con la visión del contexto histórico que adquiere su mixtura con el carácter de los personajes.

Rojas Pozo avanza en su estudio-ensayo y plantea en el capítulo «Cambio, transición y camino» (pp. 69-78) el análisis de «Fiésole»,  pieza que se descubre como: El drama de la incomunicación se coloca en el lugar del discurso político. La situación carcelaria es el motivo para organizar el caos de la existencia. Es otra visión, otro giro en el tratamiento de la temática abordada por Cabrujas. La influencia de Samuel Beckett con «Esperando a Godot» es determinante. Un capítulo dedicado totalmente a «Fiésole» que amerita su lectura detenida por  cuanto Rojas Pozo detalla su estructura significativa: parlamentos en tanto palabra, frase u oración como sonoridad en la escena. Es una nueva posición estética como lo plantea Rojas Pozo: un nuevo signo. Con el lenguaje como prioridad, siempre el lenguaje puesto en boca y transparentarlo en alma del personaje. En el capítulo denominado «Teatro idiosincrásico» (pp. 79-116) vuelve la mirada a un núcleo temático y reúne las obras: Profundo, Acto Cultural, El Día Que me quieras, Una Noche Oriental y El Americano Ilustrado, alude Rojas Pozo al componente expresivo y el carácter significativo de las piezas. No es menester detallar cada obra porque abortaríamos las Cabrujerías de Franco. Allí están los signos, abordémoslos. Boguemos en ellos. La última parada o capítulo «El camino de Reverón» (pp. 117-126). Lo visual y lo espectacular está contenido en esta puesta Autorretrato de Artista con Barba y Pumpá  ejecutada por el «Grupos Theja» bajo la dirección de José Simón Escalona y protagonizada por Fernando Gómez (Armando Reverón) y Juan Carlos Gardié (Psiquiatra). Aquí no concluye el camino, apenas comienza.

  IV
Una suerte de epílogo

Todo lo dicho es producto de la lectura del libro Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo, lo que nos motiva a invitarlos a que lean este estudio-ensayo. Manifiesto con esto que: da para indagar, da para investigar, da para pasearse por el teatro venezolano y proyectarse en otras ideas. Da para reflexionar sobre el teatro venezolano, insisto en ello,  y por consiguiente da para pensar sobre la literatura en general, pues creemos que teatro y literatura confluyen en algún espacio de las letras y la obra de José Ignacio Cabrujas —actor, escritor y director— es producto de interminables lecturas como de preocupaciones por lo social, por lo cultural e intelectual (hablamos de la inteligencia de un ser común). Lo comentado se traduce en la preocupación por su país. Son 137 páginas de Cabrujerías, todo un documento para disfrutarlo porque contiene el tono ensayístico que permite la conciliación entre un país y su literatura creativa: el sello cabrujiano es el lenguaje.    

*Cabrujerías. Un estudio sobre la dramática de José Ignacio Cabrujas de Francisco Rojas Pozo. Universidad Pedagógica Experimental Libertador/Maracay, Centro de Investigaciones Lingüística y Literarias «Hugo Obregón Muñoz», 1995.

‘La mujer de rojo’

por juan martins

 *Osbaldo, J. (2020). La mujer de rojo. Cali: El Taller Blanco Ediciones.

Me he encontrado con esta pieza breve La mujer de rojo* de Jorge Osbaldo, editado por El Taller Blanco Ediciones, donde se afirma el arreglo de una comedia inteligente: cómo una estructura «simple» deviene al mismo tiempo en una pieza compuesta. Por ejemplo, el tiempo y el espacio de la escritura están sostenidos por los principios de unidad: planteamiento, nudo y desenlace, es decir, sostenidos en el marco de una «obra cerrada», en la que el tiempo narrado corresponde con el representado (aquello que será escenificado). De igual manera acontece con el uso del espacio. Se ordena el discurso en esa relación convencional y sobre la cadencia del drama, en tanto al ritmo que le confiere su teatralidad, para que se logre el efecto en torno al espectador: sobreponerse de la ficción a modo de desenmascarar la realidad. De allí que el valor del drama estaría en esta sintaxis del relato teatral. Dentro de esa formalidad, cada escena recoge esa línea de la fábula: escenas cortas, pero rígidas en esa fidelidad del discurso dramático. Cada escena se cierra considerando aquellos principios de unidad. Una escena, un desenlace hasta el clímax con el que se representa la tensión dramática. De allí a la escena siguiente, siempre cerrada en ese propósito del conflicto, por medio del cual se consolida la obra. Digo esto para argumentar cómo de lo simple tenemos lo complejo: un sepelio en cuyo velorio sucede el enredo: el contexto social del país es su propio escenario en una doble representación de la realidad. Nos reímos, pero con una leve sonrisa en nuestra comisura por la reflexión que de allí alcanzamos como espectadores: el amor y el odio colocados en su paradoja social. Contrastes en un país violento.  Lo lúdico aparece en su propia contradicción como enlace predominante con la audiencia. Así que la sucesión de texto, tiempo, espacio y público se articula en su ritmo escénico. Esta pieza no experimenta, al contrario, estará cerrada en su convención, la cual es ineludible dada las condiciones de la historia: desarrollo simple hacia un contexto mayor de complejidad: la teatralidad, pese al poco uso de didascalias (necesarias) con las que se estructura el drama. Aunque, no por casualidad, hay que considerar la descripción de escenas medianamente extendidas como parte integral del discurso de la pieza y hacia la intención de su montaje. Aquí otro valor interpretativo de la misma.

    Síntesis y claridad en la propuesta. No sobra ni falta nada.

    Por lo expuesto, la brevedad no le quita mérito, en cambio, le confiere ritmo, cadencia y acción siempre que logre comprometer su propósito como comedia, a la vez que no niega su posible connotación simbólica expresada mediante las imágenes del drama:

Mujer de rojo (Mirándolo de arriba abajo).— No te preocupes. (Mirándolo al rostro) ¡Qué ojos tan lindos! Y también los mechones. Qué bien, vas a ritmo con la moda. ¡Qué ojos! ¡Qué ojos! ¡Me encantas, me encantas! Así era mi primer novio: ojos azules que se apagaron una mañana, ojos azules que nunca olvido. (Suspira).
Joven (Mirando hacia el ataúd).— ¿Pero no es éste, verdad?
Mujer de rojo.— No.
Joven.— ¿Y entonces, quién es el muerto?
Mujer de rojo.— Espera y te cuento de mi primer novio. ¡Estaba loca de amor! (Acerca el rostro como si fuera a besar al joven). […]
Joven (Sonrojado).— Gracias. Pero no me ha respondido: ¿quién es el muerto?
Mujer de rojo.— ¿Te gusta la decoración?
Joven.— ¿Cuál? […]
Mujer de rojo.—  […] Me gustan estos colores.
Joven.— Bonitos colores.
Mujer de rojo.— ¿Bonitos? ¡Hermosos! Hacen vibrar la vida.
Joven (Intimidado porque la mujer de rojo lo sigue mirando de arriba a abajo).— ¿Y no me va a decir quién es el muerto? […] (Jorge Osbaldo*, 2020: 13). [Subrayados nuestros].

    La interpretación de los personajes se rodeará de esa tensión dramática: el humor como mecanismo de sucesión y encubrimiento de la realidad social que se está representando. No obstante, si algo sorprende será por esa misma secuencia de las escenas. Evidencia un ritmo que se impone por la escritura bien definida para el texto dramático. De allí la dificultad de escribir teatro breve. Es dos veces más difícil. Si tal curso del ritmo logra esa tensión dramática, entonces, el espacio escénico se consolida en la forma del texto: el espacio está implícito y explícito. Lo que se necesitará serán actores y actrices que comprendan la síntesis de su poética. El director (en su prospectiva) no requiere de muchos elementos escénicos, decía, sólo los necesarios. La anécdota: en medio de un velorio una mujer, «Adriana», regresa para cobrar venganza por el fallecido. Todo se enreda, una muerte detrás de la otra que tiene como protagonista la violencia en el mismo lugar. No sin menos humor y con cierto arrebato por lo erótico, permitiendo que la acción se mueva por otros linderos de la sátira, lo lúdico y el divertimento. Por otra parte, estos aspectos del humor unifican al espectador en el criterio de la comedia: el público disfrutará porque le será revelado sus propias tensiones emocionales. Un buen director registrará esta capacidad de síntesis de la pieza y le devolverá el ritmo inevitable, por medio del cual este espectador se identificará con el sarcasmo a un tiempo que, como decía más arriba, se desenmascara la realidad:

Adriana.— No y no y no. Ya es tarde. Además, todo sería una farsa: yo no tengo ojos azules. ¡¡Ay, mi gran putísima, cómo me duele tener que dispararte!! Muchas veces soñé contigo. Soñé lamiéndote los orgasmos. Y también, como mi tía la monja, te vi por el ojo mágico. ¡Qué envidia y qué tortura cuando te revolcaste con esa prepago extranjera de ojos azules! De sólo verlas desnudas quedaban mis calzones para escurrirlos. ¡¡Qué falla!! ¡¡Debiste valorar el significado de mis regalos!! [Subrayados nuestros]. (p.28).

    Esto quiere decir que nuestro dramaturgo descorre los valores de una sociedad corrupta y alienada por la violencia, la muerte, el desamor y el engaño hasta que quedan expuestos (los personajes) dentro de la maqueta de esa realidad. Vuelvo a decirlo: el sarcasmo dibuja una sociedad en decadencia. Con ello, la construcción de una metáfora: la muerte en pleno velorio como muestra en perspectiva de un país en decadencia. Muerte sobre muerte y desgracia sobre desgracia por medio de cuyas pasiones, como el sexo, se degrada la condición humana. Visto así, insisto, es una alusión en la que se quiere exhibir la capitulación de una sociedad cada vez más hundida en la violencia.

    Las emociones de los personajes se dejan revelar en ese único objetivo: desenmascarar la realidad y desatar los factores de enajenación del sujeto: principio actante de la obra: algo se mueve en la conciencia del espectador.

    El tiempo en el que suceden las escenas es referido por un tiempo real: siete escenas en un acto, no hallamos digresión que distraiga. Un fotograma social y político. Le corresponde al espectador saber qué existe detrás del sarcasmo: el país. Como se trata de una comedia esto debe decirse sin excesos de fábula y escenificación. Nótese el rigor de esa interpretación cuando los signos no/verbales del drama apenas aparecen más por una relación connotativa que denotativa e implícita que explícita.

    Cualquier espacio dispuesto denotaría su significación en virtud de su puesta en escena: el texto estipula esa posibilidad, puesto que no exige mayores dispositivos escénicos. Cualquier lugar funcionaría para su representación, acaso su director lo «visualiza» desde esta noción de la representación. De alguna manera traducirá el espacio vacío (recordemos a Peter Brook**, 2000: 5): Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral… para contenerlo, aquel espacio vacío, de esta historia, que, con actrices y actores preparados, acentuarían aquel relato, cuando el autor por su parte nos está diciendo que no quiere ir más allá de aquella formalidad teatral en el momento que tiene sus ojos puestos en aquel ritmo de la comedia. Es así cuando cada parlamento no pretende extenderse en demasía. Tiempo y espacio definidos mediante un relato simple por medio del cual se hará énfasis en su narrativa. Lo quiero entender así cuando las acotaciones de las escenas se integran, ya lo decía, al principio de unidad de la pieza:

Adriana se arrodilla, y antes de cerrarle los ojos, le aprieta un seno y le da un prolongado beso en los labios rojos. Gira hacia el Joven y también le cierra los ojos. Sonríe subiéndole la cremallera. Se pone de pie. Suspira. Luego recoge los anteojos, el bastón y el rosario. Dispara tres veces a las lámparas del techo y, entre los últimos destellos, se alcanza a ver que baja la pistola sin retirar el dedo del gatillo. El Joven abre los ojos. Afuera: rumores, voces sueltas. [Subrayados nuestros]. (p.30).

    El relato teatral dispuesto como único mecanismo de extensión. Quiero decir que lo que se «mueve» estará en determinación para lo que está construido. Sólo existen los personajes, como sabemos, en función de esa acción dramática: viven y mueren en esa necesidad de la representación: la vida es una representación teatral. En esos límites, la existencia: los personajes están enajenados a sus roles mediocres, si consideramos el carácter realista de la misma entenderemos que tal es el contexto al que pertenecen. A la vez que la ficción tergiversa ese sentido de lo real. Es el caso del tratamiento lúdico que contiene a la misma: el humor tergiversa la realidad. La ficción permite su representación. En consecuencia habrá que sostener este discurso con una impecable dirección. De lo contrario no estaríamos vertiendo lo mejor de esta pieza en su representación: relato-actuación-interpretación dispuestas en una misma cadena de acción teatral. Por eso algunas acotaciones se valen de la narración para expresar la atmósfera psicológica de aquella violencia y conferirle a la emoción su real apariencia racional.

Maracay, 29 de dic. de 21

 *Osbaldo, J. (2020). La mujer de rojo. Cali: El Taller Blanco Ediciones.
** Brook, P. (2000). El espacio vacío. Barcelona: Editorial Nexos/Península.

‘Simulacro’ de Néstor Mendoza

Por José Ygnacio Ochoa

Simulacro* —Antología personal 2007-2020— de Néstor Mendoza, quien se declara ante el lector, es un recorrido por un paisaje configurado por territorios íntimos sin tragedias, ni comedias y, además, sin imitaciones. Es una manifestación de colores, figuras y ritmos para alcanzar una armonía en el decir subjetivo de una memoria poética, «su» poética. Explico: Frío/sol, cuerpo/dolor-crisis, clima-ropa/tristeza-esperanza, así comienza Simulacro con «T40 (Del sur al norte de Bogotá)» (p.15). Vocablos enunciados. Quizás cambia el escenario que está ante sus ojos, quizás se anticipan otras voces (las de afuera) con cadencias diferentes a lo acostumbrado, pero el sentido de la palabra persiste en su resonancia de sentimientos en la otra voz (la de adentro), «su» voz. Cuerpo/alma —en su sentido orgánico, unido a su respiración y sujeción— se manifiestan en la quietud de los cruces de su calado íntimo. «En ombligo para esta noche» (pp. 16-18) reconstruye su mirada hacia la niñez de lo fue y es: tierra-barro-arena/árbol-madera-tronco-raíces-naranja. Enumeración de fondos amorosos. Principio y continuidad de un propósito con las imágenes que están en la voz poética. Rupturas de espacios geográficos pero se mantiene el otro espacio, lo poético en su cubierta de mapas incrustados en la piel en consonancia con la escritura. Su memoria. Continúa la maniobra hacia «Primitivo» (p. 19) la cueva que abre la boca con espacios perdurables e invenciones de colores para llegar a una concreción de lo filial, amoroso y sutil. Se exalta la soledad y se mantiene el eterno desorden de sudores.

    La mirada de la voz poética prolonga el recorrido por espacios definidos con los títulos de sus libros: Ombligo para esta noche (2007), Andamios (2012), Pasajero (2015), Ojiva (2019) y Dípticos (2020). Al comienzo afirmamos que la voz poética va sin tragedia, ni comedia y sin imitaciones, pues, consumada, la lectura nos apegamos a su trasmutación con las imágenes dispuestas en la totalidad de la antología. La presencia de la fragilidad convertida en cuerpo, órganos, mujer y sueños:

 […]

Qué fácil se le hace al cuerpo
trabajar en silencio, sostener
todos los órganos.

El cuerpo está hecho
para no durar,
para tocar y ser tocado. (p.23)

     Los afectos de los seres amados; madre: Estoy tan a gusto nadando en este líquido prestado por mi madre, padre: […] he inventariado tus ojos, / el brillo que tiembla en ellos; hermana: […] Mi acompañante posee ojos diferentes a los míos; abuela: Me aferro a esta creencia; y su compañera de viaje íntimo: Pierdo en tu cama mi cuerpo de tela;/ es un pulso que permite doblar/ mis piernas y tus piernas sin piedad./ Tanta soltura, ofrenda y mucho vino. Afectos que están identificados entre las huellas de su palabra. Entonces, el cuerpo como materia se revela en otro instinto, es la otra figura poética. Esta experiencia adquiere resonancia desde la unidad proveniente de un universo sustancial e inventariado por la conexión atribuida al orden de las devociones unido al valor estético. Dicho de otro modo, afectos y estética se edifican en una entidad. Que no es la realidad porque ella ya lo fue, sobreviene otra extensión melódica en la lectura del poema. El alfabeto que conduce a la voz. Es una historia que deviene y camina sola en su poética. La inmanencia de los recuerdos y del sentir de una señal que va con los sentidos y el deseo de expresarse. No más que eso. Sin artificios. La imagen se consolida en la soledad contenida en la exploración amorosa. La contemplación forjada en representaciones amparadas en otros hallazgos de transpiraciones reveladores. Existe una cristalización ascendente con su respiración propia, luego el poema en su esencia. 

    Otro recorrido que distingue al poeta es el de la sextina, un mundo de indagación, composición y juego con la palabra-vocablos para alcanzar una cadencia por su repetición en el transcurso de los poemas. Los años y siglos están configurados como una suerte de conversión ante los dioses que se reflejan en el esplendor del transitar poético de Mendoza. Después de todo para llegar al diálogo entre Cérese y Primión. Un encuentro mitológico pero en este presente. La existencia revela una representación de personajes universales. Dioses terrenales compuestos por un eco requerido de réplicas. Expreso con todo esto que la tradición no desvanece, se erige en la disposición sagrada de sus encuentros. En definitiva, es el viaje del poeta con su verbo. En ese ámbito están concentrados los poemas de Néstor Mendoza, reunidos en su antología personal de Simulacro.

 *Simulacro/Néstor Mendoza—Antología personal 2007-2020—Libro n° 15. Bogotá: SESHAT Editorial, 2021 (Colección Obra Abierta 2).

‘El  ojo de Consuelo’, Novela de Alberto Hernández

Por José Ygnacio Ochoa

Todavía siento la mirada de esa mujer en mis ojos. Siento que la muerte le encargó que me viera directamente por el único ojo que le quedó visible, dijo Ricardo Lorca —nuestro interlocutor—. La novela El ojo de Consuelo* de Alberto Hernández es una suerte de torrente de informaciones, nombres, imágenes y giros poéticos que requieren de silencios recreados por la memoria. Nos exige detenernos y pensar, rememorar y luego continuar. Nos quedaremos con algunas de esas imágenes para compartirlas. Luego, que sea el lector quien las desgrane como lo hemos hecho desde la primera lectura. La muerte como tema es constante en esta novela de Alberto Hernández, una vez más el escritor nos muestra su alfabeto para jugar con el lector. En esta ocasión todo pareciera girar en torno a la muerte y lo que ella implica: el dolor ante lo inevitable, la incredulidad ante lo divino, el desasosiego ante la incertidumbre. Es como buscar la interpretación o el dibujo-trazado de un país y su memoria. Además, sumemos a esto, la búsqueda de la teoría para armar un entramado de signos.

     Vemos en Consuelo Morillo como el personaje  indicado para hablar de todo y de todos. Una mujer que ha muerto pero que aún conserva sus pechos erectos, ombligo, costillas y su vulva que llora, así lo piensa Lorca. La confrontación de Lorca con su conciencia poética  ante una realidad grotesca. Realidad y ficción se conjugan en una idea para articular un espacio dedicado al sobresalto de las pasiones humanas. Ambas se alternan para coexistir en un mundo creado en su entendimiento con los extravíos propios del ser. Como le sucede a un personaje de la novela Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas —acéptenme la digresión— en donde pasó todo un verano con la creencia de que se había convertido en caballo. Al llegar la noche y con solo acostarse ya se agolpaban sus recuerdos de caballo. Estaba convencido que era un pura sangre. Ahora, volviendo a El ojo de Consuelo, la pregunta es, quién nos quita la idea de lo que somos o creemos que somos en el devenir de un tiempo que no sabemos a quién pertenece. Así es Consuelo, un personaje que se sabe que existe en espacios y tiempos diferentes. Consuelo juega con la muerte y la muerte con ella. Ella es la muerte, también. El personaje va y viene. Puede regresar a la última página o interrumpir las cavilaciones de Ricardo Lorca y de Arturo Díaz Grey. Con todo lo dicho, Consuelo es un personaje que no sólo existió, sino que existe,  se instala donde le viene en ganas.

         Qué proyecta el personaje o mejor dicho qué proyectan los personajes como trilogía: Consuelo-Lorca-Días Grey, algo así como tres en uno. Siento que son tres que se mueven en su dinámica orgánica sin olvidar que cada uno tiene su identidad pero los une la muerte, no como incertidumbre, sino como una resolución ante lo transcendente. Aun siendo un punto en común cada uno, insisto, mantiene su atmósfera de lo que son como individualidad en sus rasgos característicos de sus oficios y personalidad. Evidente su influjo como personajes en relación con el mundo y su islas internas —en cuanto a lo indescifrable de cada personaje—. Víctor Bravo en Los poderes de la ficción lo plantea en el capítulo de «La vida y la muerte»,  la ficción como alteridad. En la narración irrumpe la condición del hallazgo en la esfera de lo inaudito. Eso que podría estar en lo ambiguo entre lo real e irreal como una suerte de fuerza somática que se manifiesta por lo que dicen y por lo que sienten entre los tres personajes en su conjunto. Personajes portadores de un mundo subjetivo que atrapa, subyuga y conmueve al lector. Volvemos con Vilas-Matas, en este caso con Mac y su contratiempo en donde el personaje Julio se edifica en un retrato de sí mismo o se muestra en un espejo en continuo movimiento se anticipa a la muerte, solo que en este caso los personajes de Hernández no desaparecen, en todo caso, es un fulgor de absoluta continuidad en el tiempo. El tiempo de la novela El ojo de Consuelo. Importan los rasgos u oficios pero el propósito va más allá de estas cualidades. La construcción de los personajes va por otro tipo de conjetura. La otra  mirada como el director de un film. La lectura de El ojo de Consuelo nos lleva a creer que su estructuración está concebida para ser susceptible a una adaptación cinematográfica: trama, personajes —como ya lo hemos esbozado—, ambientación, flashback y otros componentes propios de un film dramático-policial. La novela contiene los ingredientes para este atrevimiento. A esa proyección me refiero: El personaje no sólo existió, sino que existe. Porque estos muertos dialogan entre ellos y con el lector.

     El ojo de Consuelo irrumpe con otro eje, el de la literatura y la política. El narrador se confabula con los personajes de la vida política para redimensionar una teoría del no-enemigo. Parte de la estética de Hernández en consonancia con una preocupación de un país que se debate entre los duendes de sus historias y los alacranes de una realidad dramática y violenta.  Es la convivencia con la metáfora de la vida en sí misma  para no olvidarnos de lo que fue unido a los sueños como Consuelo que se disputa entre la realidad y la ficción. El espejo y los sueños forman parte de esa voz que materializa lo imaginario. Hernández juega con los tiempos: presente, pasado y una proyección hacia otro ámbito que no sé si es  futuro o el no tiempo, esa franja de lo no cuantificable. Como el abismo de no saberse dónde estar por determinados momentos. Qué tanto tenemos de cada uno. Es el privilegio que asumen los personajes para que el lector se incorpore al juego del tiempo con sus variantes. No se salva nadie, todos caen en el juego de este diccionario de aventuras de palabras y vocablos para reconstruir una historia que  formula un viaje subjetivo a los lectores. Esto es El ojo de Consuelo vértigo y alucinación ficcional.

* Editorial Ítaca, Colección Perséfone, 2021.



‘El ojo de la mosca y más retratos familiares’

por juan martins

El relato, el aforismo y el texto breve que se fusiona con la prosa poética se montan en esta «figura discursiva» que Alberto Hernández ha denominado El ojo de la mosca y más retratos familiares, editado por «El Taller Blanco Ediciones» (Bogotá, septiembre de 2019). Narración que deviene en fragmento del discurso que a un tiempo se introduce en la emoción del lector por lo extraño y lo fantástico: muerte, vida y lo insólito se instauran en el mismo orden de ese enunciado. Al lector se le quiere integrar creándole la sensación de que todo aquello que es inverosímil será creíble al tiempo que la historia narrada nos pertenece y nos integra con el mismo furor a partir de un hecho muy sencillo: tal noción de lo narrado se nos hace vida, sensación, sentido y, por su referencia, real: desde lo irracional a lo racional, de lo extraño a lo convencional y de lo sobrio a lo ilógico de la historia: lo extraño es enunciado, girando sobre el lector su pasión por lo ficcional. Es decir, este lector se compromete con el acento de lo fantástico a modo de identificar la historia como propia, en la misma medida que aquella figura discursiva logra armarse en la comprensión de este lector, estrechando la relación entre narrador e interlocutor: lo familiar en cada historia no es más que el acercamiento a lo real de acuerdo con la perspectiva de esa diversidad. En tanto que ésta rompe con el lugar estándar de los hechos: vida y muerte sobre el mismo escenario: el miedo, el temor, lo oscuro, incluso, la ironía logran transgredir lo racional y la realidad se muestra tal como es en la representación de lo inverosímil, siempre que sea creíble y sustentable en lo literario. Por tanto los personajes creados no presionan esa relación del discurso, por ejemplo, lo fantástico es inherente al propio ritmo de la escritura: lo extraño, diría, es la norma en la vida de aquéllos. Así que nos vemos reflejados en el espejo de cada relato. Y la realidad es sustituida por los valores de esa representación: las ideas no son rígidas como tampoco la realidad.

    La secuencia de las historias nos van seduciendo con el estilo fantástico de los relatos: cada texto, un escenario de lo sobrenatural. Sin embargo, en la interioridad de ese discurso, lo textual es un componente para el interlocutor: esto que se representa no es más que la descripción de un estado innatural de la realidad o de aquello que le es familiar al narrador, de aquello que es del otro, del yo que se fractura, del desasosiego, del deseo inmanente de fragmentarse en ese espejo de lo excepcional, del placer y el amor por la vida, justo por lo diversa que es: … Y cuando él desapareció por completo ella mantuvo la misma actitud con el librito en las manos porque al saber que su hijo se lo había comido una mosca toda intención de venganza fue en vano… [subrayado nuestro] (p. 8). Y así lograr relatar lo imposible. Cabe decir que la muerte y la vida es la dicotomía de esa representación. Sobre la vida nacen las condiciones de lo desconocido hasta que se instaura el miedo como expresión de esto que llamamos fantástico. Y decimos «fantástico» por hallar un instrumento conceptual el cual nos clarifique la instancia racional a la que también pertenecen estas historias. Claro, al cambiar el sentido de conceptos como la muerte, lo extraño, lo veraz y el miedo adquieren en consecuencia otra relación y la palabra «miedo», vale decirlo, se edifica en otro sentido. En ese momento la muerte no es la muerte, tanto como sí es la vida. Ambas complementan el sentido, pero esta vez Hernández recurre a lo lúdico: al humor. Entonces hay dos recursos bien usados: el humor y lo extraño colocándose ante el lector hasta tergiversar lo real a modo de disponer de la otredad y, más adelante, de la alteridad porque el significado de los hechos cambian. Me debo esforzar por reconocer estos mundos creados y de éstos hacia el placer de la lectura.

    Y, como trataba de decirlo más arriba, también esto deviene en un proceso racional: el sujeto actante (esto que no percibimos en el relato, pero nos produce la ansiedad necesaria) nos mueve hacia la otra orilla con la cual el autor forma su poética, aun así el lector interpreta las historias con divertimento:

El llanero solitario a las 8 pm

[…] A las 8 pm entró a la cantina y pidió una cerveza. Toro lo miraba fijamente. La cara del indio comenzó a caerse de repente, desprendiendo los ojos el viento que era muy fuerte esos días del año. Los dientes quedaron sin encías.

El llanero solitario le hizo una seña a su compañero de aventuras y ambos esqueletos salieron a perseguir bandidos y a tomar un poco de aire. (p.16).

    Con todo, hay una motivación: la diversidad de lo extraño, lo inverosímil, lo raro y extraordinario si bien representan lo fantástico no son más que la visión del narrador. Es así cuando la «muerte», por dar un ejemplo, adquiere otro semblante: «lo que está más allá» o lo «que está aquí», la muerte/la vida, lo real/irreal y de lo cierto a lo incierto se unen en una pequeña línea de esa frontera: Decisión / Así lo narró: / El muerto levantó la tapa de la urna: / El muerto salió de la caja y miró a la gente que lo velaba: / El muerto caminó por toda la sala y bostezó: / Ahora permanece de pie contando las moscas / que juegan con los cuerpos sentados alrededor de la caja. (p. 31).

    A partir de esa alteridad del sentido, la otredad se transparenta. El otro es necesario para articular las historias en un todo compuesto sobre esa brevedad de los textos: se concentra toda la densidad del discurso en relatos cortos hacia un compromiso mayor: pocas palabras para contener buenas historias. Además, nos divierten. Doble logro.

    Volviendo al tema: lo que está expuesto al otro lado de la vida y la muerte se hilvanan hasta lograr el éxtasis de esa diferencia. Esto es, el goce por alcanzar la alteridad. La otredad por su parte se construye sobre ese discurso hasta definir las instancias de esta racionalidad que surgen de la invención del narrador con vestigios, por qué no, del mismo autor. Desde luego, este yo que lee se instala en el otro que narra, sin que la figura del humor se pierda por hacer uso de ese mecanismo. Todo lo contario, es por medio del humor que nos emplaza: Ella / El cura le puso los santos óleos, después se murió. /Abrió los ojos y pidió que no la molestaran más. / Era la quinta vez que se moría. (p. 22). En cierta medida nuestro autor no se toma el asunto con tanta seriedad y nos devuelve lo mejor de ese humor: se cruzan las escenas de lo real con lo irreal, el temor con el sosiego, el «más allá» con el «más acá» por encima de lo verosímil y otras formas de lo fantástico, en tanto es representación de lo extraño y lo lúdico.

    El deseo asciende en otro perfil de esa alteridad: lo erótico debe y se logra alinear a esta condición de lo narrado: la sensualidad no tanto protagoniza como sí afirma aquel sentido de lo contrario. Dicho en otras palabras, cómo el cuerpo del personaje es inexorable a la memoria también del lector: cada quien ha vivido esa relación con lo extraño y mítico expuesto en el relato, porque dicha relación está cumpliendo otra función: trasgredir lo real, instaurar la otredad, desvanecer el yo, derrotar los límites y buscar otros sentidos. Y es con la escritura con la que Hernández explora la posibilidad del signo:. el cuerpo en el lugar del relato. Lo siento, es una contradicción, pero necesito decirla para saber de qué hablamos cuando hablamos de cuerpo y signo:

Ella / «a mí me gusta que un hombre me apriete fuerte contra su / cuerpo me gusta que me muerda los labios y me encuentre / sabores que me llenen de luna los ojos / Lo único que no me gusta de algunos hombres es su premura / por pagar en eso se acaba la magia  (p. 12).

    Quiere aquí Hernández que su lector no sea pasivo, cuando sí ir hacia la aventura de hallar las formas de ese encanto. Nos encanta porque se produce la sensación del hallazgo: seguimos la secuencia de lo fantástico ya como un hecho real en los relatos, donde lo erótico y lo lúdico se traman.

    Por lo expuesto, Hernández se divierte y un tanto igual con nosotros. ¿Será entonces el mecanismo del humor lo que lo activa? A mi modo de entenderlo, sí. Se produce entonces la figura del doble dentro de la narración: el lector edifica su propia zona de lo imaginado o su postura subjetiva, puesto que se reúne con la objetividad que se produce del aquel otro sentido de lo real: lo que sucede en el relato no es ajeno al lector, se recrea lo cotidiano a través del leguaje. Es cuando lo sobrenatural, insisto, logra sincronizarse desde lo real, con el fin de que aquel desdoblamiento sea parte de la realidad del relato: Vine personalmente a matarte, / Porque de lo contrario no me muero […]  / por cuanto has logrado desarmarme, / hazlo tú ahora, / para que no me quede ningún remordimiento. (p. 35). Y con ello los hechos cotidianos se integran en este otro sentido de lo fantástico. Muy a nuestro pesar la relación ficción-lector se ha conformado desde una explicación irracional de los hechos, pero hay que destacar, por paradójico que parezca, que en el interior de esa irracionalidad reside la forma inexorable del relato: el relato fantástico. En cierta medida su método es heterodoxo cuando, aquello que se establece desde lo lúdico, se organiza en el discurso: el autor revela para nosotros otra forma de lo real. Es mediante la ironía que nos regresa la jugada: Sabor a mosca / Quien lea este libro sentirá que una mosca se mueve en su lengua. También podrá escupirla, pero el sabor será para siempre. (p. 35).  El sinsentido te invade y ahora es parte de ti.

    Técnica y poética logran transparentarse hasta que, por más subjetivo que sea, nos emocionamos con lo leído. Lo digo así puesto que es menester asociar las sensaciones que se originan al leerlo. Como decía, se produce el encantamiento entre autor y lector. Creo que es un libro necesario. Lo disfruté.

Maracay, octubre de 2021

XXVII Jornadas Nacionales / Internacionales de Teatro Comparado

Martes 30. 15.00 a 17.00 / Mesa de ponencias. Hora Argentina. Buenos Aires. […] *J u a n M a r t i n s (Estival Teatro, Venezuela): «Pessoa, un teatro de lo imposible”/ Progamación: https://n9.cl/gy8ak / Organizan: Instituto de Artes del Espectáculo “Dr. Raúl H. Castagnino” (IAE), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Área de Investigaciones en Ciencias del Arte (AICA), Departamento Artístico, Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”/ Encuentro Virtual: Todas las actividades se transmiten sincrónicamente por el Canal de Youtube del Instituto de Artes del Espectáculo: https://n9.cl/fy7i5 / Todas las actividades son de acceso libre y gratuito.

De qué hablo cuando hablo de Murakami

Me confieso —dice Juan Martins— ante el lector: podrá notarse que buena parte de la escritura contenida entre corchetes proviene de su libro «De qué hablo cuando hablo de correr», cuyo título del libro fue inspirado en una colección de cuentos cortos de Raymond Carver con el propio «De qué hablamos cuando hablamos de amor». Yo, hago un tanto, el resto, aquella hermenéutica que me permito como para compartir la voz de aquél, en un diálogo imaginario que espero el lector lo legitime al menos con una parte de su recorrido. Y, por otro lado, la necesidad de flexibilizar el discurso de este ensayo o lo que pudiera surgir de él: mi bitácora (un diario desconocido). Más adelante agrego notas de su libro «De qué hablo cuando hablo de escribir» con el mismo propósito.

‘Nenúfares malogrados y otras pesadillas’ de Miriam Mireles

Por José Ygnacio Ochoa

El poemario Nenúfares malogrados y otras pesadillas (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada. 2020) de Miriam Mireles nos remite a una mirada de correspondencia con un encuentro resplandeciente en los sueños. Sí, así como se lee. Los sueños para la voz poética de Mireles son luminosos por cuanto los vocablos se juntan en la continuidad de la vida. Es decir, no existe ni comienzo ni final. Es una circularidad constante. Es una suerte de rueda que contiene palabras que van hacia una estructura transparente al encuentro de una voz. Voz que se concilia con la lluvia, besos, noches, imágenes, torpezas, laberintos, ranuras y recuerdos para que se unan con una ascensión contemplada. Este encuentro de imágenes se conjuga con la voz en primera persona: [1] Remonto un muroMe acerco [2] espero las flores[3] les digo que deseo [4] No he dormido[5] No puedo dormir y cuidad las palomas… Estas imágenes de los primeros cinco poemas manifiestan  un susurro que se deja oír muy cerca de los sentidos para explorar en las representaciones de la polisemia: 

    [2]                  

     En el preludio de la búsqueda de los sueños con besos
    inigualables, espero las flores. Las flores que inclinan su fiel
    para abrir pétalos. Para ganar una ofrenda sin espinas. (p. 8)

    Palabras contenidas para un destinatario: Los sentidos: piel, olores, sabores, cuchicheos, y lo visual —fundamentalmente lo afín con lo contemplativo que no tiene nada que ver con la observación, pues no se trata de objetivar, no, todo lo contrario, es el acto puro de éxtasis con lo que no se mide— se agolpan para apelar a una realidad instintiva e intuitiva. Insisto, es un asunto de sensaciones: [5] Siluetas cortadas/Estampadas sobre papel sin cuerpos…Dedico horas de las madrugadas a/borrar en mi piel manuscrito, frases que no terminan.(p. 11) Una voz poética que va decantando su existencia a cada momento. Cuenta y canta pero no se detiene, se hilvana una historia que sólo la voz descubre en lo imaginario. Es una existencia en constante reinvención con los sueños. ¿Es un viaje nocturno? ¿Quién patenta su noche? La comprensión de la noche y los sueños están sujetos al encuentro de historias.

      [24]

      Esas pesadillas. Sombrías. De lugares opacos. De sueño
    continuado. Sueño donde mi cuerpo reaparece. Rutas.
    Esteros. Pantanos. Lo escarpado. Lo intrincado. Cuevas que
     nadie ha visto. Ni han visitado. No hay cielo. El sol  sale
    desde las aguas… (p. 30)                         

     Se afloran secretos en el silencio que abriga su lejanía. Se le aclara aquello que puede estar turbio. Su cuerpo puede que no esté completo lo declara en su humanidad, aun así su alma ilumina en un sueño de tres días el  sentido volátil de la existencia. Suspendida en un cuerpo árbol, eso es ella, árbol con raíces profundas que llegan a las perplejidades de su inconsciencia.

    La voz que canta sus deseos: «noctámbula», «ígnea», «ninfa», «imago», «cabalga», «nenúfar», «vulnerable», «alucina», «descalza» en otro universo. El del encanto  con la palabra. Ella es un sueño que aparece en los 26 cantos. Sueño constante en donde aparecen personajes o duendes que motivan al lector a buscar el esplendor de la palabra.  El sueño es como el espejo en la voz de la poeta. Ese reflejo no caduca, en todo caso se multiplica en su andar por la noche o el día para desembocar en un despliegue de imágenes sin demoras. Sus pensamientos y  sus sensaciones vuelven una y otra vez en su habitar poético. Lo habitual en la voz es cantarle a los sueños. Ellos, los sueños, se descubren ante la posibilidad de un destino enmarcado por la palabra. Palabras que se rencuentran en una cercanía sugerente. Palabras que cantan y se decantan en la lectura que retoma la inconsciencia de los días. La voz despierta su mirada en los caminos en  ese reflejo incandescente del espejo.

Miriam Mireles

(Maracay, Venezuela, 1954) Poeta. Profesora de matemática, egresada de la Universidad Pedagógica  Experimental Libertador de Maracay (UPEL). Magíster en Ciencias, mención Matemática en la Universidad de Carabobo (UC). Especialista en Informática Educativa-Universidad Simón Bolívar (USB). Doctora en Investigación y estudios avanzados en educación a distancia en entornos virtuales (Universidad  de Granada, España). Sus Poemas en Antologías: ¡Metapoesía de mí!, Antología poética (2003), Voces metapoéticas (2004), Pasajeras, Antología del cautiverio (2020). Autora-colaboradora de libros: Petrarca en Venezuela (2004), Leonardo Da Vinci en Venezuela (2006), compilador Valeriano Garbín. Publicaciones de poemas: Apenas el cielo se abre (a tres tempos) (2010), Nenúfares malogrados y otras pesadillas. «El Taller Blanco Ediciones». (2020).       

‘Suele vestir de sombra’

Crónicas del Olvido. Suele vestir de sombra*, de Juan Martins

**Alberto Hernández**

1.-

Es lectura en y para primera y segunda personas. Y en caso de extenderse en el ámbito de quien crece en el texto, hacerse de la tercera y enriquecerlo, en la aventura de unos poemas que tienen en José Bianco dedicatoria y ensamblaje de quien habla en el poema. El poeta de este libro anda entre los personajes que Bianco creó en “Sombras suele vestir”, novela corta elogiada por muchos, entre ellos por el mismo Borges. Y lo hace como si tentara las voces de doña Carmen, Raúl, Jacinta, María Reinoso, Bernardo Stocker o la del señor Sweiter, sin nombrarlos, pero quien haya leído al narrador argentino podría darse cuenta de los guiños hacia ellos, porque en la novela de Bianco está contenida la esencia de los versos que Juan Martins ha desarrollado desde la soledad, el reclamo o la incertidumbre de ese mundo imaginado donde caben todas las preguntas y todas respuestas, aunque ninguna ella tenga espacios en la realidad.Martins habla con el poema desde el poema porque enuncia un oyente que está en segunda persona. Una mujer, un cuerpo anónimo, el que viaja por la novela del argentino, cabría imaginar desde esta crónica un tanto despeñada. Nuestro autor, quien se vale del título de la novela para titular su libro, publicado por la editorial El taller blanco (Cali/ Colombia, 2020), se expresa desde el cuerpo ajeno que hace propio, como texto y como piel que insiste en mencionar. Y desde esa tentación, dice:“Soy el puro deseo de tu desvarío”. Y desde ese ‘desvarío’ va el libro. Y viene también desde un niño que a veces aparece y se queda aturdido en la misma niñez que lo contiene. Luego avanza hasta abrirse y dejar que el poema lo diga todo como si transitara por cada una de las palabras con la intención de dejar un rastro en los personajes que arriba se mencionan.

2.-

Se queja, el texto no esconde dolores y pesares: “Alguien me lastima/ en el cuerpo del otro/ para este resto hundido que soy”. Afirma lo que siempre se ha expresado como otredad. O alteridad porque el yo ajeno es también el propio. Su yo no le pertenece, como su cuerpo. “Soy el Otro”, dijo alguien hace tiempo y esa manera de ser se ha quedado en mucha poesía, en la poesía, en la sensación de andar metido en los escondrijos ajenos, lastimados o amados. Pareciera ser una afirmación pasajera, de todos los días, por eso Martins escribe: “en un lugar común de este verso” y deja ver “las sombras de mi rostro” o “el instante de un mundo/ que me es real”, pero que se desplaza “hacia las sombras”. Un poema se ata con el otro. Es un solo poema donde resaltan las personas, los personajes, los fantasmas, los sueños, los miedos o dudas de quien no se despega de los sonidos que le atañen, venidos del otro que guarda silencio mientras el mundo se despedaza: “Esta tierra hecha/ sobre pedruscos de sangre”,y entonces quien escribe esta crónica sale con el poema a la calle donde esa tierra ha sido maltratada, como el cuerpo del otro, como la tierra misma que se es y es pisada con desdén.Para algunos, “El escándalo de quien / se mira por los espejos”, es sólo un reflejo, pero el uso de la preposición crea la duda. Mirar ‘por’ los espejos es como entrar con los ojos por una ventana, alejarse. El poema no desdeña el “extravío”. Mirarse ‘en’ el espejo es seguir allí, presente. Mirarse por los espejos es cruzar el espejo y hacerse en el ‘escándalo’, en el ruidoso mundo que se despeña.

3.-

La primera persona del autor o del que está dentro del poema afirma: “Nadie me nombrará/ al final delas vocales”. El silencio queda colgando. Y aparece un tanteo de humor, un poeta ácido que sirve para diagnosticar un instante: “Si Quevedo me leyera por separar/ la noche sería aquel desierto”. Esa primera persona cambia de tono. Varía muchas veces y se trajea con la segunda y roza la tercera. Son varios poetas los que hablan. O uno que se multiplica para encontrarse en el otro, que es la unidad.

4.-

La poesía que aparece en este libro ha sido la que Juan Martins ha dejado sentir desde el vientre de aquella mujer que lo sostiene, de la Mujer que lo menciona desde ese ella inmaculado, religioso, católico, desde la dolencia: “Y sobre la aflicción/ ningún recuerdo queda”, como si la tristeza contuviese la fuerza para borrar el miedo, la ausencia o la soledad.Por eso en su poesía están los cuerpos, el cuerpo.

5.-

Se aleja un tanto de lo anterior y se vale de personajes que lo acompañan con mucha frecuencia:“¿Qué nombre de oriente tiene Comôes/ para nombrarte?”,Y también Gauguin o Van Gogh como recursos para seguir vestido entre las sombras a la vuelta de las luces que el poema podría aportarle, con la duda o la negación de su propia presencia verbal. Así,“Ahora respiro en este verso inútil”. Y respira, con mucho ahínco, y el verso, el que considera inútil, sigue sonando en el ropaje de esa sombra que sigue siendo sombra. De allí muchas veces la oscuridad del poema, tan necesaria y útil.

*Suele vestir de sombra puede descargarse gratuitamente en formato PDF: https://el-taller-blanco-ediciones0.webnode.com.co/