Nadie está enamorado de nadie

Juan Martins

Carlos Flores en su novela «Unisex» editado por Aguilar en la colección «Llámalo amor si quieres», bajo la coordinación de Leonardo Padrón nos encontramos con una forma de traducir el pensamiento mediante el lenguaje de lo urbano, de lo cotidiano, incluso, lo escatológico adquiere su presencia sobre el discurso: el desamor como instancia de reflexión, de postura y, sin más, una manera de que el lector conduzcaa su propio dolor, el sentimiento o el intento de hacer introspección de ese dolor. Donde lo subjetivo de la emoción se racionaliza en la capacidad de este lector de receptar las imágenes que se construyen: la ciudad, lo urbano es un hecho estético, puesto que la narración -como construcción literaria- se compone en la interpretación de ese lector. De alguna manera también hemos registrado una desilusión. Esa desilusión es la estructura de la narración. Así que el dolor (el no-amor) se hace formalidad en la recepción del lector. En algún momento crónica, en otro, relato. Con ello se racionaliza en éste aquel dolor o desilusión cuando asociamos las experiencias vividas del personaje (la extensión algunas veces del propio autor) con la subjetividad del lector. Se establece una relación de complicidad con el autor mediante la estructura de los relatos. Se van exhibiendo como un paisaje urbano las condiciones de vida de cualquier gran ciudad. Lo importante es que esta ciudad se (des)construye en la imagen del lector. La música (¿«Pop»?), el divertimento de los sitios nocturnos, las citas, el acompañamiento son todo una forma de hacer de esa realidad una reflexión, pero si lo es, es una interpretación del lenguaje. Es decir, aquel uso escatológico se va desplazando sobre el(los) relato(s) hasta conseguir su formalidad literaria: una veces con técnicas del reportaje y otras con dominio de la descripción narrativa. Sin mayor pretensión que no sea la de contarnos una historia que es, a fin de cuentas, un hecho literario, una metáfora de la ciudad. Y esa metáfora es también discurso literario. De modo que este discurso nos lleva sobre un movimiento interno en lo narrado: simplemente el desamor como forma de vida.
Los personajes que allí se suscitan aparecen sin ambiciones de trascendencia literaria. Cortos, sencillos. Sólo eso, pero que adquieren dimensión en la estructura del relato (prefiero llamarlo así) como una parte integra de la subjetividad del narrador que es al mismo es una interpretación de la vida o, lo que es mejor, el desamor, la derrota por sentir al otro. Así que esa subjetividad se da en ese orden psicológico del individuo, pero se ajusta más a la realidad del relato, a la hilaridad de una historia que se caracteriza por describir las condiciones del amor y de la violencia personal que puede significar en nosotros el dolor.
Si se me permite entonces, tenemos que entender que el dolor aquí es una categoría estética, una improvisación en el pensamiento, puesto que, mediante la expresión de ese dolor, queda expuesta tal interpretación del (des)amor. El pensamiento se introduce desde esa noción del lenguaje y la técnica literaria que realiza: el reportaje, la descripción y el ritmo de un lenguaje «coloquial» que se hace auténtico y definitorio con su modo de relatar. Por tanto, es una forma de construirnos la novela a los lectores:

… ni da nota decir la verdad mucho menos aquella que tiene que ver con el amor..

La noción del amor como desdicha, reflexión de la ciudad, en (des)construcción del relato. Y digo desconstrucción por la visión mordaz y directa del lenguaje, como si el uso del reportaje se introdujera en el lector a modo de discurso literario. Por eso decía más arriba, que parecía más bien una interpretación de la ciudad. Sólo que el ritmo de esa estructura literaria nos enclava a un modo de vida urbano. Del hecho de vivir en la ciudad como una negación del amor.

Esa negación (que se introduce en todo el discurso) es lo que hace reconocer en la novela su postura literaria. Un modo de encontrar una expresión en la escritura. Es como si este modo de escribir fuese el único mecanismo que encuentra el desamor para decirse en el sentimiento del lector:

No quiero cambiar el mundo que otros se ocupen de semejante consigna. Estoy besado a la Leona y hasta aquí llegan mis convicciones.

El encuentro con el «dolor» queda manifiesta en la recepción del lector. A través de cierta realidad lo cotidiano se nos acerca a aquella subjetividad del narrador que es partícipe, ya que hace de ese lugar narrativo una crónica de la vida sexual en la ciudad. Y también de quienes inexorablemente somos parte de esa ciudad: nosotros los lectores. Nombres comunes se hacen una constante: «nightclubes», cigarrillos, bebidas y finalmente de canciones o hasta lo conversacional nos quiere recordar que el autor no tiene otra ambición que hacer uso de su técnica literaria, de la crónica, pero el ritmo de su lenguaje, insisto, se impone con humor. Es posible que ello encuentre rechazo en algunos gustos académicos y, muy por el contrario, adeptos en esta forma de desarrollar la crónica.

El pensamiento se da a lugar en esa formalidad de la crónica lo cual no es otra cosa que un intento de innovar en aquella receptividad del lector. No pretende nada literario, en cambio, alcanza a atrapar a la intuición del lector. La vivencia del sujeto narrador va a la par con el lector en la medida en que este lector se identifica con ese nivel de lo narrado: es, si se quiere, una puesta en escena de la ciudad. Y ella funciona con su propio ritmo de habla y calidez humana. Además que también posee su propia crueldad, con la misma crueldad que le resultan al autor sus personajes. Queda la sentencia al final: Nadie está enamorado de nadie. No hay tregua. Este sentido del dolor se racionaliza en la forma literaria. De allí que le da este lugar de reflexión al último momento de la novela. Si es que el término de «novela» se ajusta a una definición. Hay un acto de irreverencia ante el hecho escritural. Sin lugar a dudas, pero queda, como una opinión de aquel lector, saber cómo va a introducir su pensamiento con las nuevas formas de vida de la ciudad. Después de todo -a veces sin darnos cuenta-, es una crónica del (des)amor. Lo que puede hacerlo curioso es que no busca adeptos ante esta postura. Sólo nos relata y nos describe esa condición que ha sido para el relator el amor, la vida sexual en las ciudades.

Esta ciudad definida toma el carácter individual, en el pequeño lugar de los sentimientos de dos personajes cualesquiera sean sus necesidades tan particulares como las del lector. Es un estado psicológico individual y de ruptura con lo cotidiano.

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