‘Nenúfares malogrados y otras pesadillas’ de Miriam Mireles

Por José Ygnacio Ochoa

El poemario Nenúfares malogrados y otras pesadillas (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada. 2020) de Miriam Mireles nos remite a una mirada de correspondencia con un encuentro resplandeciente en los sueños. Sí, así como se lee. Los sueños para la voz poética de Mireles son luminosos por cuanto los vocablos se juntan en la continuidad de la vida. Es decir, no existe ni comienzo ni final. Es una circularidad constante. Es una suerte de rueda que contiene palabras que van hacia una estructura transparente al encuentro de una voz. Voz que se concilia con la lluvia, besos, noches, imágenes, torpezas, laberintos, ranuras y recuerdos para que se unan con una ascensión contemplada. Este encuentro de imágenes se conjuga con la voz en primera persona: [1] Remonto un muroMe acerco [2] espero las flores[3] les digo que deseo [4] No he dormido[5] No puedo dormir y cuidad las palomas… Estas imágenes de los primeros cinco poemas manifiestan  un susurro que se deja oír muy cerca de los sentidos para explorar en las representaciones de la polisemia: 

    [2]                  

     En el preludio de la búsqueda de los sueños con besos
    inigualables, espero las flores. Las flores que inclinan su fiel
    para abrir pétalos. Para ganar una ofrenda sin espinas. (p. 8)

    Palabras contenidas para un destinatario: Los sentidos: piel, olores, sabores, cuchicheos, y lo visual —fundamentalmente lo afín con lo contemplativo que no tiene nada que ver con la observación, pues no se trata de objetivar, no, todo lo contrario, es el acto puro de éxtasis con lo que no se mide— se agolpan para apelar a una realidad instintiva e intuitiva. Insisto, es un asunto de sensaciones: [5] Siluetas cortadas/Estampadas sobre papel sin cuerpos…Dedico horas de las madrugadas a/borrar en mi piel manuscrito, frases que no terminan.(p. 11) Una voz poética que va decantando su existencia a cada momento. Cuenta y canta pero no se detiene, se hilvana una historia que sólo la voz descubre en lo imaginario. Es una existencia en constante reinvención con los sueños. ¿Es un viaje nocturno? ¿Quién patenta su noche? La comprensión de la noche y los sueños están sujetos al encuentro de historias.

      [24]

      Esas pesadillas. Sombrías. De lugares opacos. De sueño
    continuado. Sueño donde mi cuerpo reaparece. Rutas.
    Esteros. Pantanos. Lo escarpado. Lo intrincado. Cuevas que
     nadie ha visto. Ni han visitado. No hay cielo. El sol  sale
    desde las aguas… (p. 30)                         

     Se afloran secretos en el silencio que abriga su lejanía. Se le aclara aquello que puede estar turbio. Su cuerpo puede que no esté completo lo declara en su humanidad, aun así su alma ilumina en un sueño de tres días el  sentido volátil de la existencia. Suspendida en un cuerpo árbol, eso es ella, árbol con raíces profundas que llegan a las perplejidades de su inconsciencia.

    La voz que canta sus deseos: «noctámbula», «ígnea», «ninfa», «imago», «cabalga», «nenúfar», «vulnerable», «alucina», «descalza» en otro universo. El del encanto  con la palabra. Ella es un sueño que aparece en los 26 cantos. Sueño constante en donde aparecen personajes o duendes que motivan al lector a buscar el esplendor de la palabra.  El sueño es como el espejo en la voz de la poeta. Ese reflejo no caduca, en todo caso se multiplica en su andar por la noche o el día para desembocar en un despliegue de imágenes sin demoras. Sus pensamientos y  sus sensaciones vuelven una y otra vez en su habitar poético. Lo habitual en la voz es cantarle a los sueños. Ellos, los sueños, se descubren ante la posibilidad de un destino enmarcado por la palabra. Palabras que se rencuentran en una cercanía sugerente. Palabras que cantan y se decantan en la lectura que retoma la inconsciencia de los días. La voz despierta su mirada en los caminos en  ese reflejo incandescente del espejo.

Miriam Mireles

(Maracay, Venezuela, 1954) Poeta. Profesora de matemática, egresada de la Universidad Pedagógica  Experimental Libertador de Maracay (UPEL). Magíster en Ciencias, mención Matemática en la Universidad de Carabobo (UC). Especialista en Informática Educativa-Universidad Simón Bolívar (USB). Doctora en Investigación y estudios avanzados en educación a distancia en entornos virtuales (Universidad  de Granada, España). Sus Poemas en Antologías: ¡Metapoesía de mí!, Antología poética (2003), Voces metapoéticas (2004), Pasajeras, Antología del cautiverio (2020). Autora-colaboradora de libros: Petrarca en Venezuela (2004), Leonardo Da Vinci en Venezuela (2006), compilador Valeriano Garbín. Publicaciones de poemas: Apenas el cielo se abre (a tres tempos) (2010), Nenúfares malogrados y otras pesadillas. «El Taller Blanco Ediciones». (2020).       

Diario de aguas

por juan martins

Al leer Diario de aguas * de José Ygnacio Ochoa pienso en cómo se substancia el paisaje cuando éste se define mediante la necesidad de retratarse siempre sobre las fronteras de lo real, hincharnos de su elocuencia al instante del adjetivo que nos restituye el tono y la gravedad de aquella realidad: la ciudad envestida por la memoria la cual trata de asir el frescor de las grutas, el trazado de lo natural, las figuras del campo, la soledad del árbol y sus hojas sobre la senda de polvo que se respira en el descanso del lector (en tanto este paisaje se representa por lo abstracto). Una metáfora, su símbolo hasta serlo posible en el lenguaje y, en esa construcción verbal, el acento de ese tono nos devuelve su seducción porque pertenecemos a esta voz poética o apenas le alcanzamos por los límites de la alegoría para asentir su propio temple de ánimo: el descenso de un paisaje [perdido] en procura de la otredad. Así pues el tono busca la veracidad del verso, la estrofa y al cabo el poema con cuya sobriedad hilvana la voz desde la oposición semántica (paisaje/ciudad). No se detiene, insistirá en esa oposición aun en su resonancia simbólica. Por tal motivo participa en … un final que se deja/escurrir con el requiebro/solapado entre la esperanza/el árbol con su rama/anclada en el cauce/del agua tibia… [subrayado nuestro] (2011:10), hacia el apego sensible de esta voz: atrapar el recuerdo en medio de la aliteración con lo natural, la estampa, el reflejo de las aguas desvanecidas, el clamor de las cigarras y otra vez el bosque. Consideremos no obstante que, además de ser un asunto de lenguaje, es también ontológico cuando aquel yo poético trata, ahora sí, de describir aquello para la cual existe. Ya no es ciudad, acaso el paisaje es la bruma de la naturaleza, sí, pero existe y es real en el verso con el fin de que el poema no se arruine por su fragilidad. Por ejemplo, el poema breve se sustenta en la corriente de cada uno de los poemas (menos o más extensos) y así lo urdido se unifica sobre la dialéctica de gravedad y verdad, sombra y luz, deseo y abstención, aprehensión y liberación hasta reducir las intenciones de ese tono en la búsqueda de lo auténtico. Allí el libro no se ve forzado, al contrario, se libera y artificia la frase lacónica, recreándose en el tema del amor y el paisaje: Este camino de piedras/polvo/soledades incrustadas/los ojos de los lugareños/retan el cristal indeleble/de la noche [subrayado nuestro]. (2011: 12). Con certeza la noche se transparenta en el verso o se articula en ese artificio verbal a modo de hacerlo sentir en el poema. El artificio es una sensación, un modo con el cual se admite el tono al límite de la emoción del lector. La voz asciende y desciende, enmudece y alterna el sentido. Con todo, el poeta nos engaña (en el ardid de la palabra) y lo verbal nos produce el lugar racional de ese ritmo: pensamos sobre el distanciamiento desde aquella zona tórrida e imaginada: no es lírico en el sentido métrico, pero su sonoridad recoge ese lugar de la emoción: la memoria logra encantarme por la imagen: deseo para mí aquel paisaje perdido y el ritmo se consolida. De allí que la estrofa breve reduce ese instante a la respiración y la gravedad se afianza en la tensión del poema porque el silencio, creado entre estrofas y frases, me impulsan por el camino de ese sentido: el deseo todavía por lo inasible de este paisaje, pero que a la postre se forma en esa relación con el lector. Una vez más lo endeble de la esta memoria es susceptible a la existencia. Todo se anuda en su desdoblamiento, es decir, el sujeto (su voz poética) deviene del recuerdo siempre que sea accesible al verso, al lenguaje. El poema será el bastimento de la memoria en tanto es imagen de un paisaje natural, Sin embargo duda en lo simbólico del yo que se representa: la disonancia de diferentes realidades: lo imaginado oprimiendo al sujeto que vigila su recuerdo. Reflejado entonces en la diversidad de esa imagen, no sólo de modo abstracto sino que también por lo visual: Una descarga de aire/Recoge la intensidad de la memoria/Con polifónicas semillas multicolores (2011: 13). Así que de alguna manera recupera el poeta sus orígenes por medio del verso, lo que lo hace consciente de su poética: racionaliza lo que escribe cuando lo expresa. Y deviene en las diferentes formas dispuestas en el recorrido del poemario.

Hemos tratado de exhibir las formas de estos poemas donde aquella dinámica entre lo abstracto y la noción de lo real se difumina en  una voz que también busca lo racional de esta contingencia del verso. Y lo consigue. Al mirar atrás el poeta conquista la otredad. Eso debe suceder, la diferencia aquí es la honestidad de esta voz: repite su forma, sin pretensión, para anidar el temple de esa emoción. Disfruto con ello el lugar de la memoria, del silencio, de lo escampado de esa imagen, decía, de su frescor. Una y otra vez en la labor del libro. Lo real se divide en esa condición de la mirada, puesto que ésta corresponde a un estadio de lo racional en el descenso de la esperanza, allí recoge su temple ante la conciencia de esas diferencias entre ambas realidades: los árboles son las sombras de esa realidad, su linaje hecho de senderos: En el camino nos encontramos/con un túnel de árboles que une/a las dos vías/norte/sur/aquí/allá/sobre el ocaso de un diario de aguas (p. 49). Y el amor desde esa humildad accede al lector.

Maracay, 10 de marzo de 2021

(*) Ochoa, Y. (2011). Diario de aguas. Maracay: Ediciones Estival. Colección El Divino Narciso nº 4.

‘Memorias del asedio’

juan martins

Al leer Memorias del asedio de José Gregorio Correa1 me convenzo de que la realidad es frágil. Tendremos en cambio que descifrar la intención del poeta, la cual sólo puede significar en los límites de la palabra: lo real, así como la vida, adquiere otro sentido, busca al otro a quien se representa por medio del goce verbal del poema: la vida de los otros se asienta en la voz como condición del autor con el propósito de entender esta vida a partir de su cualidad literaria. Por lo cual será una intención verbal vista a través del asedio: la escritura logra asirme por la voluntad de la lectura hasta introducirme en la atmósfera del poema: el yo del autor me compromete, tanto en lo poético como en lo emocional: no cuenten conmigo/al minuto de desaparecer a la esperanza/de la tierra y cortarle las manos al cantor/no cuenten conmigo… (p. 7). Y entonces el poema expresa la alteridad de aquella realidad. Si entendemos que Correa se hace «cuerpo» en él. El libro en sí es la unidad del poema, sólo que articula lo (no)real para el verso, la estrofa, seguido del poema hacia una estructura mayor: la escritura es diálogo, puesto que trasciende lo confesional, lo cotidiano (real) hasta alcanzar la sonoridad de la palabra y, cuando advertimos la metáfora, hallamos esta formalidad poética: el ritmo, la cadencia y, al cabo, su atmósfera estarán concurriendo al rigor lírico. Esto lo sabemos. La diferencia radica en cómo el enunciado de lo testimonial asciende hacia una relación más simbólica, si se quiere más conceptual: pero, llamadme si estoy dormido,/llamadme junto al chino Valera … (Loc. Cit). De tal manera que el sentido de lo real descansa en las ideas y el pensamiento nos anuncia esta cualidad de la vida, tal como la define por ser del autor y más adelante, una vez decodificada por el oficio, exhibida en la voz del poema. El cual se estructura en ese territorio de lo vivencial: En mi pueblo como alguien/tiró al olvido las normas de familia/y tampoco un río dulce/con remansos de cantos rodados/ofrece oasis ante lo artificial… (ibid., p. 8). Y, digámoslo de una vez, lo vivencial por sí mismo no sería suficiente como lo manifiesta su autor. Algo necesito del poema, de su candor, de su verso y del ritmo que al final articule mis sentidos y con ello abrigue el mismo lugar de la memoria, siempre que se alcance por la escritura. La escritura se introduce en mis sensaciones por las imágenes derivadas. Y allí el poema cierra su intención. Por ejemplo este poema termina con la estrofa: Sólo la muerte limpia/el abandono.- …(Loc. Cit). Es justo allí donde el lugar de la abstracción y lo simbólico recupera terreno y éste asciende sobre aquella relación simbólica: la muerte como sentido de la belleza, porque da a lugar el presente y redime la memoria. Todo ante el nacimiento de lo humano y lo sensible. Es por eso que la abstracción del verso, lejos de alejarnos de la «realidad», nos encuentra con su sentido, con la vida y el amor. El mismo amor con el cual Correa siente, ve, respira, inhala y exhala el frescor de esa realidad hecha verso. Y la necesitamos en tanto se dice en el poema, considerando que deviene de la su propia alteridad. Es decir, en qué medida nuestro autor se compromete con la vida, sí, pero en la firmeza de su escritura. La cadencia es a un tiempo ritmo y signo verbal. Es signo verbal porque tiene que funcionar en el lenguaje con el que se construye la metáfora, el adjetivo o el adverbio mediante el decir del verso, evitando el lugar común. Correa lo evita por ser un poeta auténtico y comprometido con la palabra. En su lugar, la exigencia del verso rehace el canto, devolviéndole a lo cotidiano su dimensión:

En cualquier parte del mundo

se va haciendo silencio,

pero es un silencio que despierta

y suena como árboles quebrándose

y soltando el fuerte olor de sus troncos

invadiendo el aire

para que respire

su golpe vegetal [Subrayado nuestro]. (ibid, p. 9)

     El paisaje tolera la variedad de esa escritura, ya que, no sólo es telúrico, sino también urbano y éste a su vez se incorpora al entorno del poeta. Así que la memoria asedia su identidad, la fragmenta y, como dije, le otorga su propiedad ontológica: la vida se conceptualiza en la interpretación del poema. Y es cuando, sólo así, me pertenece. Será la constante en el poemario. Va y viene desde esa intención poética. Canta, dialoga y ofrece la naturaleza de su entorno en la misma medida que nos entrega, y esto es más importante, su paisaje emocional el cual podría describirse de lo urbano como de ese rincón telúrico que se nos ofrece. Los árboles de mi interior logran quebrarse de igual forma, puesto que leo desde la pérdida de la ciudad, desde el desarraigo, el desasosiego y, por qué no, desde otro ánimo de la otredad. La voz del poema me diversifica. Soy el otro en proporción a esa nueva sensación que estoy sintiendo del poema: He aquí, entonces,/el relato de las, grandes/ausencias, contadas/por la distancia y la oquedad… (ibid, p. 13). Me ausento y  me acerco en la distancia de ese paisaje como si el desasosiego sólo me perteneciera. Y el distanciamiento me crea ese sitial de la emoción. Si acaso la nostalgia se acentúa en el otro será en ese momento cuando el dolor también se instaura, recreándose esta poética del dolor. Por tanto la construcción, por ser poética, es racional en la interpretación del poema. Nos deja en claro su dominio, una voz que se consolida en la frase transparente, decía, testimonial, pero en los límites de esa escritura. El poema dice y se desdice al ritmo del lector. A pesar del cual se satisface en esa convención de lo cotidiano, se hallará, por oposición, con una exigencia mayor: clarificar la densidad de la metáfora con la que ha sido escrita:

Existe una ciudad, donde ser poeta es un dolor

y al mismo tiempo un zarpazo de felicidad

que rasga tu rostro y las lágrimas

se confunden con la sangre, y todavía así,

puedes respirar mirando de frente,

el hálito del vital entusiasmo. [Subrayados nuestros]. (ibid, p 27).

     Veamos: la adjetivación  bien elaborada produce el ritmo sonoro. Agrada, seduce. Correa no quiere someternos al mismo dolor de la voz, apenas interpretar su posible otredad: la toma de conciencia en el poeta y cómo las ideas de éste abarcan el aspecto epistemológico del discurso en el lector: la noción del poeta en el mundo y cómo éste lo interpreta racionalmente. En ese instante, observamos que no sólo es emocional, sino que detrás de esa emoción se cubre su estadio racional. A partir de allí, su ars poética se hará presente en el transcurso del libro. También. ritmos, cambios, aliteraciones, nombres de autores y citas las cuales dialogan, sin interrumpirse, en la forma del libro: () al instante de colgar en instagram/el sueño más hermoso y quitarle música/a las fiestas, (), chino valera, Miguel Ramón Utrera, Elí Galindo, (), calcuta,/las de un tal ezequiel zamora,/las de una vida cegada en la moneda,/ y por último, aún no, pero es posible,/la de walt Disney… , () que lleva al sur/y se argentina, bolivia y uruguaya/y mapuche baila y masca coca/y se amistrala junto a benedetti. (). Con esa frecuencia el tono logra envolver su mixtura verbal. Tonos, ritmos y enunciados como para hacerse entender con esa cotidianidad. Sin embargo se asienta su relación lúdica con el lector. Por eso decía del diálogo entre lo urbano y el paisaje naturalista (por nombrarlo de alguna manera). Aclaremos algo: este paisaje es heterodoxo y se signa con esa voluntad en el lector. Correa muestra su talento en la distancia del silencio. Un escritor del silencio y su soledad que se afirma todavía por medio de la ironía. Así que la alteridad del verbo es el instrumento de esa ironía, siendo ésta la sustitución de lo real: es con ella, la ironía, que lo real deja figurar el pensamiento: las ideas del autor (la voz del poema) se organizan sobre esta relación entre lo objetivo y lo subjetivo y, del complemento de esa relación, quedará la imagen del poema. En esa zona la ironía se muestra a través del humor. Lo real y no real, el amor y el desamor, lo abstracto y lo emocional o  las sombras y la luz. Por ejemplo, lo que es real para el lector adquiere ahora en el poema el tratamiento lúdico: las palabras son un juego ante la naturaleza, ya que se espeja y, por tal efecto, lo que aun aclaramos de ésta es apenas un fragmento. A decir verdad la sombra del espejo nos oculta el soporte que hay entre lo objetivo y lo subjetivo. De aquí en más la postura lúdica del poema también tiene la función de desmascarar. Con todo, las ideas no son lo que mejor funciona, sino la belleza de su poesía, el canto, la alteridad y lo lúdico en la misma celebración del poema. De allí las resonancias con la cultura mediática y los nombres de poetas en medio del verso. El yo(lector) se representa en el otro, en la voz del poeta y éste a su vez en sus lectores.

     Celebramos la vida.

Maracay, 20 de feb. de 21

1 José Gregorio Correa. Memorias del asedio. Tarasca Ediciones Digitales. Serie: Al Mal Tiempo Buena Cara. San Sebastián de los Reyes. Estado Aragua. Venezuela. Julio 2018.       

ESPERAS Y LA AUSENCIA

Crónicas del Olvido
Erasmo Fernández
-Alberto Hernández-
1.-
Bajo la lluvia de la fuente deambula la mirada del poeta. Lo atajo en el momento de conversar con el pájaro instalado en el follaje tupido del gran árbol. En el instante de adentro, cuando interroga en silencio el humo violento de las calles, el reino infernal de la ciudad que lo acosa e intenta borrar de las avenidas.
Erasmo Fernández tiene el oteaje quieto, sentado en los caminos a la espera/ con los ojos en blanco, y se aproxima a la voz que no lo oye y lo torna de nuevo a la desmemoria, porque cada palabra es un eco incomprensible.
Lleva bajo el brazo todos los papeles que el mundo le ha legado, luego de escrituras cerca de la sombra donde el duende vegetal pronuncia su irreverencia. Lleva el libro tejido en la piel, entre bohemias y silencios ocultos en el alero de los edificios.
2.-
Esperas y la ausencia (Editorial La Liebre Libre, Maracay) es un largo poema recogido a saltos de infancia, de la mirada actual y de la perdida, de la que no tiene remedio y de la que, definitivamente, no tiene escape. Porque el poeta tampoco tiene salvación.
Libro que Erasmo hizo a golpes de pesadillas, sueños entrecortados, lluvias y soles vertiginosos. Libro que Erasmo Fernández amasó con “este traje”, con la fórmula de la inocencia. O de culpas lavadas por el tiempo.
Poeta de la intemperie, siempre en la calle, indaga nombres y aberraciones: “Hay un lugar sombrío donde cada quien se cuida/ de quién, no lo sé/ La verdad es el silencio/ otras son las estridencias repetidas por miedo/ y el grito/ ese anegar fatídico en derrumbe”.
Para hacerse libro, el poeta desenvainó los cuchillos que guardaba en un lado secreto de la camisa. Se desgarró la ropa y metió las manos en las aguas verdes e infectas de la fuente. Allí clamó por los viejos y caducos dioses, y los vehículos y menesterosos lo tomaron en serio y por el cuello, y lo expulsaron de la urbe.
3.-
Siempre a la espera, en ausencia de las voces perdidas, Erasmo Fernández ajusta cuentas con la condición de los días: “Si pudiera recobrar la espera/ dejada en las paredes si frisar/ esas a las que no se les cae la pintura/ en un sueño/ ni las grandes flores y niños juguetones…”
La noche se asienta en las palabras del hombre que se esconde en el libro, que lo dice en el libro, “por eso aquí me dan la espalda/ me soplan/ me miran de soslayo”. Escoge el vocablo más ácido, amarga la boca, escupe el rostro de la estatua imaginaria, la que le falta a la plaza, e irrumpe violentamente en la sala donde el silencio es el único espectador.
“Una vez trazado el pacto y el olvido/ la intemperie/ lame los rostros con delicadeza”, los elementos en la piel ajada, trajinada. Cuerpo víctima de las navajas de la madrugada. Un mensaje se aquieta en la próxima esquina.
Hay sueños improvisados, como arrancar de sus labios este texto que Erasmo Fernández llenó de asombros verbales, desgarramientos. Libro hígado, calle en la que el poeta se extravía. Ausente, no espera nada.
La poesía de Erasmo Fernández no usa estilete. Escrita con desenfado, tejida en cuadernos ajados, el poeta escribe sin reclamo a nada ni a nadie. Sus versos, cortos o largos, de aliento entrecortado, suscita una lectura en la que dialoga el dolor con el silencio.
Nada le quita tiempo a las palabras de Erasmo Fernández: escribe sin mirar atrás, escribe.
Algunos poemas:
TAJOS DE VIVIR
Este encuentro no es casual
no me asombra
A mí a quien aflige una palabra
Este recogimiento no es un acto primario
Lo voy a reforzar
cambiar
Lo entrego hecho poema.
**
Este traje lo entregaré encogido
harto en sopor
con hambre
Tanto uso lo ha cansado y veo
con dolor su deterioro
A veces cuando son frías las madrugadas o un astro
se desdobla
Se queda dormido en el perchero y lo contemplo
niño
sumamente inocente.

Dípticos

juan martins

DípticosNéstor Mendoza nos muestra un espacio (en la apariencia del díptico) de las sensaciones; la sensación trasvierte el mito con el propósito de atraer el significado, pero su referente deviene de la memoria o del apego intelectual que tenemos de esa sensación, es decir, las variantes del mito nos permiten recrear su definición por separado, el cual se hace a su vez icónico en el lector. Éste entonces se regodea de aquella supuesta sensación la cual se representa en la imagen de lo leído: nos hacemos en el poema por la definición que tenemos de las emociones. Estoy en el poema por aquel referente del mito: sé que existe sobre el diámetro (el lugar donde se representa) y de cómo me reconozco en él: Yocasta, Edipo, Pasífae, Narciso, Minotauro, Teseo, Medusa, Perseo, Edipo, Polinices, Etéocles, Penélope y en más a modo de agregar diferentes relatos que el poema ficciona. No quiero la realidad de los dioses, sino de cómo «ellos» sugieren, en el lector, descubrir la interioridad de aquella memoria transparente. No quiero todavía «entender», sino mover mis sensaciones en mi mundo interior, porque la ficción construye otra realidad que de algún modo reposa en nosotros. Por ejemplo, qué lugar ocupa el incesto (Edipo) en este espacio de lo subjetivo. Y eso es aceptable desde mi percepción del mundo (real o no): la imagen de lo que no tiene imagen, una idea de lo abstracto para construir una alegoría del amor, el pecado, el odio y, al cabo, del poder. Una visión política de lo que también es real en el poema, siempre que ese ánimo alegórico quiera representar a la vida, a mis emociones, incluso, mis deseos (o el ardid de estas emociones) hasta anunciar un escenario el cual le pertenece al poeta. Y ahora, mediante el yo poético del autor, me corresponde. No por la relevancia histórica, sino por lo que logre asir. Mi cuerpo entonces trasciende en el símbolo, con el cual, construyo el relato que de allí deviene:

… ¿Saben que no soy hombre sino un retrato de carne? Ha llegado la contemplación y el engaño de la fuente. Lo que busco no existe. Amo una ansiedad sin cuerpo, una nariz líquida, empozada, cabellos que se pierden con cada manotazo que doy. Lo que deseo está en mí. …

 Y lo proferido se hace real. Quizás me contradiga dentro de mis emociones. Sustituya el poema por la duda, sustituya el deseo por lo racional, sustituya la lectura por el rechazo, suprima el placer. No importa, el ardid, como decía, ha logrado atraparme y anidar la contemplación del otro. Lo que se esconde aquí es el deseo, la necesidad de arrimarme a lo ajeno. Así, lo otro se anuncia desde la sonoridad del poema. Y por ser sonoro es sensual. En ese caso las sensaciones buscan, además de lo alegórico, la corporeidad del deseo. La memoria se activa y el referente conquista su alteridad: los personajes de estos relatos existen en la vida y en el contexto social de este lector. Desde esta perspectiva, el poema nos prende a cambio de la duda. Dudamos porque estos personajes viven en nuestro contorno por menor y prosaico que él sea. Los temores quedan fundados y, con ello, el miedo a las experiencias de lo voluptuoso. El cuerpo lo negamos, puesto que lo asociamos con el poder o la pérdida de la identidad. Siempre el miedo: […] Mucho me temo haber proferido sobre mí mismo y sin saberlo horribles maldiciones. He fecundado el seno del cual nací. Es necesario nombrarme en el poema. Soy yo el de la presencia en Edipo, pero un yo travestido, considerando al sujeto como participante de ese relato. Y si es mito, por definición etimológica, será relato. Así que todo aquello que puede ser nombra­do existe. Todas nues­tras experiencias (objetivas o subjetivas) son sus­ceptibles a la emisión ver­bal. Por tanto nada está determinado, todo lo contrario, está por nombrarse. El verbo anuncia y construye la imagen en palabras como primera instancia de la realidad. Esta búsqueda del mito de lo perdido, si no, a cual­quier origen del hombre como para restablecer la unidad del espíritu: esa torre de Babel que se nos cae a pedazos. Por consiguiente, el sonido de esta prosa poética es indivi­sible del sentido: el poema es la forma de las ideas-sensaciones expuestas. Sin embargo, como sabemos, tales ideas ficcionan nuestras nociones de la vida. Cuando lo racional llega es porque el poema ya no es sensación, sino el producto racional del poeta. Esto, en parte, me recuerda a Pessoa cuando nos dice que el poema es una emoción intelectualizada. Lo es cuando la emoción ha sido transferida en la palabra. Y lo emocional adquiere su racionalidad en el verso. Claro, aquí el verso se ostenta en la prosa poética de Mendoza: prosa poética y, al final del poemario, una sorpresa: el diálogo, el coqueteo con lo dramático. Por lo que afirma al poema dramático como máxima expresión de esas emociones racionalizadas. Aun así el relato se sugestiona, ya que lo simbólico de esa realidad sostiene el discurso de aquella alteridad a la que hacemos referencia. Ahora, quiero entender que la sensa­ción es simul­tánea­mente idea, memoria.

El espacio se hace memo­ria. La casa natal —dice Gastón Bache­lard— está físicamente inscrita en nosotros. La casa natal (léase mito) es experiencia, pero llena de sensa­ciones e ideas que son insepa­rables de la palabra escrita, de ese descenso de la palabra sobre la página en blanco. La emoción se intelectualiza y cobra cuer­po. Son, en conjunto,  estas sensa­ciones-emociones la nostalgia por el mito. Siento las emociones de Yocasta como propias: […] Edipo, mi hijo y pareja, el que recibe condenas, camina sin poder ver nada. La voluntad de no mirar lo ilumina. Su ceguera lleva mi carne.  Y la catarsis viene a lugar. Me convierto en espectador de una escena que se repite en mi corazón. Mis sentimientos ahora son el estadio de esa racionalidad. Me es inevitable, me dejo seducir por la palabra de nuestro autor. Me pertenecen en un arqueo inevitable de su poética.

 El poema —como dice Vicente Huidobro— hace real lo que no existe, es decir, se hace realidad a sí mismo.

Dípticos/© Seshat editorial/Primera edición, 2020/Taller de Edición Seshat/Seshat Editorial

Livro da dança, la escritura del cuerpo.

Imagen

juan martins

Gonçalo M. Tavares
Gonçalo M. Tavares. Foto: Bel Pedrosa — LUSTER

Si regresamos al Livro da Dança destacaremos que el ritmo, la cadencia y la fragmentación estarán confi­gurando esa relación del poema, por tanto, auténtica con el ejercicio literario. Aquí, como en la mayoría de lo que escribe, importa es el «hombre» definido mediante una hermenéutica del cuerpo, el espacio, la danza o la sonoridad. Tales acabados ocupan el espacio interior del sujeto, tanto del narrador como del espectador-lector a quien se representa al mismo tiempo. Sin embargo, ese espacio también es el es­pacio que le irrumpe como unidad creadora de las imágenes que se producen en el poemario, siempre que este espacio todavía se erija desde la pasión del cuerpo: la palabra se hace cuerpo. El signo, otra vez la palabra, se adjetiva en quien lee porque el signo es cuerpo1. La voz del poema muestra esa capacidad como entidad del alma, como si fuera insustancial y etéreo, puesto que el hombre es transparentado por lo inmaterial o termina definido en una sustancia de tenor diferente. Queda entonces en manos del lector descifrar su sentido después de muchas interpreta­ciones del signo: cuerpo/escritura=verso. Literatura hecha en la diversidad como el aire del poema col­gado en la intención de aquel espectador por ver el tejido de su cuerpo. El cuerpo, insisto, no es material por sí solo. Lo será, en cambio, tan liviano como para no poseerlo, como quería Fernando Pessoa: tomar y amar al cuerpo hasta diluirlo en el nuestro, ya que no tenemos del otro su cuerpo, sino la sensación de él. Y hacia esa sensación se accede a través de la palabra escrita: el poema. Dos lenguajes: el de la escritura verbal y el otro articulado por los signos no/verbales (¿connotativos?)2 de la escenificación de la danza que incluso es, desde otra expectativa, escritura del movimiento que se expande hasta alcanzar sus ex­presiones simbólicas. Siempre en la fragmentación del verso, la línea de la escritura de un alfabeto que aún se «mueve» sobre aquel furor del poeta. Para que Tavares alcance su propósito, ha considerado el carácter rítmico de su lengua y la alternativa que le ofrece su sonoridad con la que se regresa al «canto» y a la unidad rítmica de representación en el poema. A pesar de esto, el poema diseña su propio movimiento:

O Segredo
a poesia dos terrestres e o Sagrado uso da verticalidade
(herberto).
[…]
O Corpo deve produzir conferências verticais cada vez
mais altas e terminar no Projector que ilumina o Sol. (Tavares, 2008: 14).

[…]

Nos «movemos» en él: el sujeto queda atrapado en su sistema, se mueve hacia el límite del poema: el desplazamiento y el ritmo deviene en la configura­ción de aquel cuerpo. Sin embargo, como anunciaba, se define en el movimiento de la palabra: sensación que se convierte en estrofa. Ricardo Reis (heterónimo del portugués Fernando Pessoa) atrayendo al lector y reencarnándose sobre el goce de la lectura en cuyo movimiento el «yo» poético se desplaza hasta conse­guir su vértice. A partir del cual, al mismo tiempo, solo requiere del lector quien se acomoda en la corpo­reidad de lo intangible. Quiero decir: la sustancia se hará sonoridad de aquel canto. Tanto es su sonoridad que el poema se recrea en esa abstracción del cuerpo, afirmando su propia musicalidad. Livro da Dança es un libro en el que se reitera el movimiento y el despla­zamiento en su propio reinado del signo: signo/des­plazamiento y poema en su unidad y, en esa medida, instala la imagen del cuerpo en una realidad diferente: la luz vertical del poema. Sigamos con esta idea del cuerpo. A fin de cuentas, esta concepción del cuerpo cambiará a petición de la voz del poema, recreándose el sentido del espacio, el cuerpo y su movimiento al atravesar la palabra y su poder de significación. Así que la realidad se transfiere hacia otra esfera de lo subjetivo: Mesmo deus tem dentro dele um deus profundo (Tavares, 2008: 23). Y esta subjetividad se extrema al colocar a Dios en esa misma fuerza. Y claro, accede a su fuerza conceptual: Dios se nos acerca mediante la palabra. Hasta aquí el lector se compromete con ese significado del cuerpo. Luego, estaremos más afines a otros significados. Como podrá advertirse, el cuer­po es un argumento que se devuelve al hombre y su estado emocional ante la realidad. Siempre, como me­diador, el pensamiento, la ironía o la duda: qué sucede cuando (des)estructuramos nuestro pensamiento del cuerpo y de esta manera acercarnos al mudo interior de esa nueva realidad (¿la misma?) para el lector. Asociados en la razón y al espíritu mediante la voz del poema, pero afirmada en la sensación: una emoción que se racionaliza en la escritura.

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’21 Caballos’ de Yolanda Pantin

Crónicas del Olvido
**Alberto Hernández**
**Ilustración: Kazimir Malevich**

1.-
84026151_2362580330699785_5487258506656481280_oPodría ser un lejano paisaje. O muchos paisajes lejanos. Una línea por la que trotan unos potros. Un horizonte rojo, amarillo, de colores indescifrables en la velocidad que las bestias mueven en el cuadro de Malevich. Podría ser también una imagen desdibujada por el blanco, por la ceguera que promueve la mirada desde un ángulo inconcluso, difícil de proponer como entrada o ingreso a la motivación de quien hace tiempo trazó con mano firme sobre un lienzo o papel lo que habría de ser después un poemario, un poema en el que los caballos son transparentes, alusiones o metáforas, ecos, vibraciones del verso mientras se pronuncia.

En “21 Caballos”, de Yolanda Pantin, publicado por La Cámara Escrita, Colección 5 en 5, Serie 1, con el apoyo de Banesco, Caracas, 2011, cada poema precisa de una referencia íntima, de años idos, caseros y públicos en el sentido de abastecerse de la memoria que se encuentra indagando en los sueños, en “las pesadillas recurrentes” de un niño o de una muchacha que descubrió la magia desde el sudor, la mirada o la presencia de los otros, los que nunca se van, los que son siempre presente en el pasado.

“Ellos eran la poesía
que había dejado
en la tormenta”

2.-
Mientras leo me pregunto por los caballos de Malevich. Mientras leo, cuando leo, en el instante de saberme leído por el poema, no veo los caballos. No obstante, cada texto está compuesto por versos cortos que me hacen pensar en eso, en el Instante, en el paso rápido del tiempo en los cascos de un animal que cruza una pradera. O en el color que no veo, el que suscita, por su ausencia, una lumínica impresión en el ojo. El poema se escribe desde la iluminación de ese tiempo que pasa mientras los caballos –muy a lo lejos- son una intención plástica.
Me aferro a los epígrafes para poder deshacerme del golpe de la luz.

“Esperaba salvarme en el bosque de los abedules incurvados por la borrasca”, dice Ramos Sucre en su poema “El ciego”.
Por su parte, Shakespeare nos acerca: “En tiempos oscuros el loco sigue al ciego”, un verso de “El rey Lear”.
Y luego acota la poeta: “Los doce caballos de Malevich son veintiuno”.
El misterio de la poesía enriquece la “revelación”, nos sacude para despertarnos:
“Llegaron esa noche/ con sus huesos/ ya marcados, y tenaz/ tartamudeo. Jovencitos/ (a uno de ellos no/ se le entendía la mirada)…”

En uno de los textos la visita de Paul Celan, como una “confirmación”, como queriéndonos aproximar a esta confesión: “Dejo pasar versos que se pierden/ en un nudo de voces…”. Y entonces entiendo que los caballos son los versos, al trote, con ancas y belfos en una elíptica precisión que redondea en la polvareda del cuadro estas líneas:

“que se vayan por donde vinieron/ de mi cabeza al aire hasta que se pierden/ entre tantas historias”.
La lectura especula. Desvirtúa la imagen, la cambia. En eso anda la poesía, rezongando, cantando, en un gerundio vivo, y como es libre, como tiene un paisaje abierto, reclama, critica, se duele:

“Entre escombros y
ladrillos, mercadillos,
mensajes incendiarios
en los muros,
y el rugir de la avenida
con su trama de
urgencias,
hay una entrada invisible
que guardan
cuerpos fronterizos
con celo”. Sigue leyendo

Abriendo el telón*

WhatsApp Image 2019-12-06 at 1.54.40 PM*A própósito de la recién edición Abriendo el telón de Johnny Gavlovski. Editado por la Universidad Metropolitana, Juan Martins nos presenta estudios preliminares, les invitamos entonces a la adquisición de este libro, pronto anunciaremos  su sitios de venta.

La asesina ilustrada

juan martins*

Hay libros que inspiran miedo. Miedo de verdad. […] leía entonces una novela breve en una de cuyas páginas se advertía al lector que a partir de ese momento podía morirse. Es decir que se podía morir literalmente, caerse al suelo y no levantarse. La novela era La asesina ilustrada, de Enrique Vila-Matas, y que yo sepa ninguno de sus lectores se murió aunque muchos salimos transformados después de su lectura, con la certeza de que algo había cambiado para siempre en nuestra relación con la lectura…

Roberto Bolaño

En La asesina ilustrada de Enrique Vila-Matas (2011) la posibilidad de dar con la muerte de su lector es en sí una figura lúdica donde lo narrativo se dispone a establecer una dinámica entre este lector y la composición del texto. La intriga entonces se da en la medida en que las «voces» se van comprometiendo con el sujeto (en tanto es la voz del narrador que representa al pensamiento) del relato: la relación estrecha entre personajes y lector. La alteridad tiene lugar cuando el lector se enreda con la historia de esta breve novela: concretar aquella posibilidad como una realidad misma del acto de la escritura. Haciéndonos pensar en los poderes de lo escritural. Todo va aconteciendo desde la pasión del lector: qué habrá en esa historia de intriga al punto que la subjetividad del lector se compone en el mismo relato, como si aquel ejercicio de la sintaxis materializara su vivencia: el hecho real de convertirse en una nueva víctima del libro (la novela como un objeto físico capaz, por fuerzas creativas, de tergiversar la realidad). Nada hay de real en eso. Lo sabemos, pero tal intriga queda sellada en los límites del lector. En cualquier momento puede soltar la lectura, abandonar la realidad de la novela y excluir de su vida el libro. Y no sucede, por el contrario, la narración le seduce hasta el final. El pensamiento del lector queda reducido a esa necesidad del relato. Enrique Vila-Matas lo consigue aun sobre ese hecho inverosímil de matar a su lector: autor-lector-escritura en el instante de la lectura: identidad mágica y creadora. Y se sostiene sobre la duda: dudar de que al final de la historia pueda ser el lector una víctima más. Esa duda se impone en la sintaxis, hacia una idea final que tenga de la realidad cuando se somete a dicha alteridad. Vila-Matas sostiene el discurso representando las voces de los personajes en escritores todos: literatura dentro de literatura.

La escritura del relato es una representación del discurso y, por consecuencia, sustituye un género en otro (la prosa poética, el relato breve y el poema interceden sobre la alocución) como si quisiera crear ruptura con el pensamiento lineal del lector: el desánimo de éste por su realidad cuando a su vez está convencido de aquella ficcionalidad de la muerte. Se da desde lo ficcional porque la realidad es tergiversada por otra: el relato La asesina ilustrada dispone, en el transcurso de lo narrado, aquella posibilidad de que se produzca la muerte a quien lo lea. Primero a Ana Cañizal quien tendrá la responsabilidad de escribir el prólogo que le solicitara Elena Villena. Y para hacerlo, Ana Cañizal, deja redactadas notas de cómo llevar a cabo esa escritura (constituyéndose en la novela que tenemos entre manos) y sucesivamente, ésta, Elena Villena, relata a un tiempo lo que ha escrito aquella, disponiéndose todo en la narración de Vila-Matas. A partir de esa figura lúdica, la tensión, la muerte y la pasión de los personajes por la escritura sustituyen la lógica de los acontecimientos, instaurándose como decía el discurso de lo fantástico (en tanto el miedo se funda para tergiversar la realidad). Pero en este autor será un recurso literario para acentuar una poética escritural sobre lo narrado y su arreglo al género de novela breve. Es decir, la escritura como material literario aun en las anécdotas menores de estos escritores quienes crean esta dialéctica en el narrador a modo de sujetar al lector a la vida de éstos: Vidal Escabia un poeta menor y responsable de plagio, la mencionada Ana Cañizal —una joven que escribe prólogos para una editorial— y Juan Herrera quien escribe de sí

…Ahora, la reedición de su obra, unida a la divulgación de los artículos que publicara en El Sol, así como la publicación de Burla del destino, hace previsible la definitiva incorporación de su nombre al panorama de las letras de su país. No obstante, no vamos a engañar al lector: su desaparición no deja un hueco importante en la historia de la literatura española…

dejando a posteriori la certeza de su futura muerte. Presagio que insinúa el lugar que ocupa el lector. Entonces, Elena Villena autora de aquel cuaderno del relato La asesina ilustrada (escrito en prosa poética) será quien solicite el prólogo para Burla del destino de Juan Herrera en un homenaje póstumo a éste, su esposo. Y aquí donde aparentemente debe terminar todo, muy por el contrario, empezará hasta enredarnos en la reflexión de lo escritural que pueda surgir de esta lectura (insisto: de esta novela que tenemos entre manos). Y como si no bastara con tanto enredo, es a Vidal Escabia a quien le tocará escribir este prólogo una vez que, por razones extrañas y sin haber cometido su propósito, se suicidara Ana Cañizal. Tarea frustrada, éste también morirá no sin menor tinglado.

Como sabemos, quienes anteceden a Elena Villena morirán víctimas de aquel presagio. Por una razón muy sencilla: todos antes habían leído el relato La asesina ilustrada y como paradoja ahora es el mismo nombre que Vila-Matas le da a esta breve novela. Simbología de la lectura en manos del lector. Signo y objeto se identifican en el sentido, creando una dispersión real del signo (tomando en cuenta al libro como objeto de arte) hasta connotar en el libro esa significación de la escritura.

Enrique Vila-Matas dispone de modo heterodoxo del género: la representación no formal de lo narrado sucedido de una sintaxis mayor: una hermenéutica de la escritura. En ese contexto de la escritura, el tono ensayístico toma cobertura, otorgándole a esta breve novela un nivel de interpretación de la literatura. De modo que aquella vieja idea de Unamuno de escribir una novela que produjera la muerte de quien la leyera se pone de manifiesto dentro de esta aventura literaria: el hecho lúdico queda evidenciado en la honestidad de la escritura. La disposición de lo narrativo le confiere a la escritura un poderoso contenido creativo y la capacidad de lo ficcional en el lector: dudar, como señalaba más arriba, de la realidad que es en ese instante la aptitud, por parte del lector, de desarrollar la ilusión de la escritura. Pero ese poder creativo tendrá la participación del lector en la medida que éste dispone de la historia como si fuera ésta capaz de convertir al libro de la novela en un «libro asesino». Una puesta en escena del mejor humor al que vengo haciendo referencia. La ilusión entonces subvierte la moral del lector y por supuesto juega contra el uso natural del libro. Permitiendo que la escritura (en un fragmento de la alteridad) tenga la capacidad de transformación de lo objetual: lo «cosificado» se organiza en la subjetividad de aquel lector. La escritura sobre los límites del temor, la intriga, el miedo y la pasión. De hecho, el relato se traslada de un acontecimiento a otro: la pasión, la vida aún lo erótico como modalidad discursiva. Haciendo que este relato no se abandone sino que se lea con el mismo ánimo que lo hizo Roberto Bolaño en su momento.

* Del libro Él es Vila-Matas, no soy Bartleby por juan martins. Podrá leer el mismo en la plataforma Issuu. En caso de requerir de su versión impresa comunicarse con el autor.

Conjeturas desde una lectura de «saldré de tu piel de cuero»

José Ygnacio Ochoa*

Una lectura desde los vaivenes de la exótica naturaleza cambiante de un fin de semana venezolano…, cambiante por varias razones… Primero, porque la vida es así extraña y constantemente variopinta, por aquello del trópico,caribeño y latino y, demás esta decir, que en  cuarenta y ocho horas o menos puede suceder de todo. Y segundo, por cuanto los habitantes de esta parte de Latinoamérica nos caracterizamos por adaptarnos, hasta cierto punto,  a la complejidad que ofrece el comportamiento filosófico de la vida,  a este carácter cotidiano le agregamos el elemento ficcional y que como Aristóteles expresa que toda metáfora surge de la intuición de una analogía entre cosas disímiles. El titulo de la pieza en cuestión de juan martins, venezolano, igualmente como esta naturaleza cambiante, pero con una diferencia, Martins extrae la intimidad de dos seres que  relatan su existencia a partir de un juego aparentemente inocuo, aburrido y cuadriculado  como el ajedrez, el cual consideramos en todo caso, la excusa perfecta para atravesar en los matices de este metalenguaje del juego rasgos complejos de la humanidad y de la sociedad sobre circunstancias de extremo dolor. Soledad  en donde quizás no existe respuesta alguna a las incertidumbres del hombre en sociedad por aquello de la otredad, en tanto existe «uno», está el «otro», tal es el caso de «Pentti», igualmente existe su otro: «Rabbe», pero muy bien pudieran ser UNO en la síntesis de los personajes.

Hacia este sentido, Todorov sostiene que un signo es lo que se muestra por sí mismo al sentido y lo que es más allá de sí mismo, muestra también alguna otra cosa al espíritu. Así, en la estructura dramática, el comportamiento de estos personajes lo dictamina su manera de ver las dos realidades o en todo caso las múltiples realidades, por cuanto, cada uno de ellos tiene su mundo enmarcados desde el tablero de ajedrez que en principio es lo visible. «Rabbe» es el aquí y el ahora, lo tangible y «Pentti» es el cuestionador, el filosófico y cuando unen sus puntos de vistas  asumen otro comportamiento ante el entorno que no es nada alentador. Ahora, la manera o técnica que utiliza Martins desde el juego con variedad de posibilidades le facilita al lector-director realizar una lectura que vislumbra varias alternativas que en el fondo es lo que se busca,  desarrollar el entramado temático, el juego desde el escenario con el publico , existe un vínculo con el que contempla la ficción y el autor lo involucra, se rompe el celofán, el juego desde el tablero de ajedrez, el juego de cómo se nos presenta la historia dislocada en cuanto al orden cronológico, premeditado por el autor. Creemos entonces que lejos de ser un impedimento para entender la obra, es, en todo caso , una salida válida para el escritor, importa poco como son físicamente y como deben estar vestidos , eso se le deja al director, es otra la imagen sugerida. Son personajes complejos desde que se devela su contexto histórico-geográfico, no es sencillo llevar el peso de la carga histórica de la segunda guerra mundial, estos dos personajes son victimas de ese compleja carga histórica, sobrevivirlo es rudo. Persiste la alteridad de los personajes. cavilan entre el parentesco y la fatalidad de reconocerse en sus intimidades y en sus realidades, al punto de llegar al morbo del cuestionamiento verbal, el golpe ético-moral viene dado por la palabra, entonces se le exige al actor un comportamiento que traspasa lo real para cuestionarlo…unos odian a los otros…ellos no miran a nadie..ven sus propios enojos, solo trazan el pasado desde esta perspectiva cuestionadora, dura e inquisidora, se traslada al juego poético de la palabra hombre frente a frente queriendo decir lo OTRO, los que van por la vida con muy poca fricción o angustia. Es en definitiva el juego de la parábola  que no es otra que el juego de la imagen.

Saldré de tu piel de cuero. Fondo Editorial Ipasme, Caracas 2010 pp. 86. «XVI Premio Ipasme, mención teatro», 2008

* Publicado en «Contenido» (encartado de El Periodiquito), 4 de dic. de 2010