por juan martins
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Rómulo Bustos Aguirre nos reúne en su libro Monólogo de Jonás* el pleno de una antología vibrante en lo contenido de esa pasión por la poesía, su cadencia en el tiempo de una vida que ahora me seduce por medio de sus libros: Casa en el aire (2017), La pupila incesante (2013), Muerte y levitación de la ballena (2010), Sacrificiales (2004), La estación de la sed (1998), En el traspatio del cielo (1993), Lunación del amor (1990) y El oscuro sello de Dios (1988). Bitácora de su propia poiesis, reunidos en la fuerza de la imagen, unidad hecha en la sustancia del alma, visto así, instancia de una relación sonora y corporal cuya forma varía conforme al desarrollo de la voz. Voz que me devuelve al estado irreal de las cosas o de cómo están hechas cuando el poema asciende hacia una aprehensión de aquello que es irreal, pero se vierte en el símbolo, sobre aquel cuerpo verbal el cual se coloca en el nivel del pensamiento del lector. Estoy allí, dentro y fuera de esa conjetura del alma, puesto que la identificación con lo real lo será en la medida que la imagen del poema se constituya: decir, desdecir, ceder y cerrar el ámbito del dolor, la sensación, el desamor y el deseo. Siempre Dios, siempre en esa abstracción que le permite la escritura. De acuerdo, pero sólo en la mirada de aquel lector, en vista de que el sujeto interpreta, siente e inhabilita lo inaccesible: el deseo del cuerpo que a un tiempo se derrota, se abisma ante la duda de amar o desamar. Y si como decía las «cosas» tienen otra naturaleza se comenzará hallar el sentido de la experiencia: […] y los comensales pasen a ocupar el centro de la mesa/el privilegiado lugar de los comidos / He aquí la justa furia del cordero […] (Rómulo Bustos, 2019: 8), es decir, anunciar el paso a lo inmaterial con el propósito de sitiarnos en el orden de otra naturaleza. La otredad, lo otro y de cómo mi goce dentro del poema se encuentra con este valor ontológico hasta el límite de mi entendimiento. Ahora dispuesto en el diálogo mediante la voz del poeta, quien se afirma en el vértice de su propio yo. Será vértice porque se articula en el temple de ánimo del poema (léase, en todo recorrido del libro, las diferentes tensiones de los poemas), incluso, en la tensión dramática cuya verbalidad se arregla en el verso bien elaborado cuando anhela el entusiasmo de este lector a partir de un lenguaje cotidiano hasta conquistar el paisaje interior dentro de su cadencia. Cuando esto sucede alcanza también dialogar con este yo el cual todavía se desvanece en el sentido. Claro, soy quien le otorga a esta relación el apremio de ese monólogo interno cuyo ritmo se extiende hasta los sentimientos. La emoción entonces logra abrumarme. Lo diré de una vez: el cuerpo es lo real y el espíritu se resiste. Así pues la existencia de Dios en el lugar de lo innombrable: […] Nalgas erectas, pechos alzados/como hechos para el vuelo /ergo /Dios existe (2019: 9). Por medio de la ironía se sustenta ese candor del sentimiento al que me refería, si consideramos que la ironía deviene de la reciprocidad entre lo impersonal y lo subjetivo, dando a lugar al retrato de aquel mundo interior definido por la forma con la que se nos representa el verso o la estrofa del poema. Dios dentro del verso y fuera al mismo tiempo, no tanto para expresar la maldad como sí para anunciar lo que está en la puntual orilla de lo extraño.
Por otra parte, la paradoja conforma otro de sus usos literarios: ante el predominio de lo real, será necesario suprimirle su autoridad: ¿Qué impulso hace al colibrí / detenerse en el aire —la cuerda / floja del aire— / trazar con el pico una flor en el aire / y en esa flor de aire/sostener su vuelo? [Subrayado nuestro] (21).
La imagen se apodera en el ritmo del poema: de lo posible, a lo imposible, de lo sutil a lo denso y de lo sublime a lo ordinario. En este caso el ser asciende como mecanismo de libertad. Busca las condiciones que redefinan la realidad, acaso volver a enunciarla con el giro sorpresivo del verso al hallar otras resonancias para su nueva significación: cualquier apariencia de lo real es susceptible a cambiar su condición «natural». Es cuando el espíritu permite que el ser se consolide. Visto así, el poema adquiere su religiosidad, siempre que entendamos que lo religioso se da por la transferencia de ese ser ante el mundo. Una vez allí leeremos el estado emocional que nos ofrece, una lectura apacible, sensible frente al rostro que ocupa esta religiosidad. Otras veces esa tensión es más dramática. Es canto, sí, pero en el rigor de una escritura libre. El sentir ese estado de ánimo es, por lo expuesto, un modo de alcanzar su intención mística a la vez que amoral:
LO ETERNO
Lo eterno está siempre ocurriendo
ante tus ojos
Vivo y opaco como una piedra
Y tú debes pulir esa piedra
hasta hacerla un espejo en que poderte mirar
mirándola
Pero entonces el espejo ya será agua y escapará
entre tus dedos
Lo eterno está siempre en fuga ante tus ojos [Subrayado nuestro] (25)
Como ven el espejo es su contradicción: se ablanda para acceder al reflejo, uno sobre el otro hasta extender el significado, porque lo reflejado se perderá y, a cambio, nace otra condición de lo real. Limitar lo real de mi apariencia. ¿De cuál ser? ¿Dónde se rompe lo ontológico? ¿Cuándo nos sustituye? ¿Quién lo hace? Todo tendrá su respuesta en el momento que sintamos al poema. Hay una sensación bien definida porque es allí donde reside el dominio de lo lírico, en la medida que es expresado desde la libertad del verso. Quién es pues la piedra en este poema: el sujeto que se prepara con el fin de redimirse antes de que lo eterno se le escape de las manos. En ese instante el gesto es liberador sobre el acto religioso de la entrega. Otra vez la paradoja: la derrota del cuerpo cuando lo eterno está siempre en fuga ante tus ojos. De modo que el sujeto está comulgando con la voz a través de su libre albedrío: dentro de la piedra el mundo que se nos explica.
La inmaterialidad de las cosas. El animal, por ejemplo, no es el animal, sino su contingencia. El ser que se modela a nuestro reflejo de lo inútil, de aquello que no podemos definir. En consecuencia lo que nos alimenta es la rutina del imbécil: […] La vaca / con sus grandes ojos de vaca / con sus doscientos kilos alimenticios / de imbecilidad o inocencia / Viejo filósofo el cuchillo. (27). A este furor de la imagen es al que me refiero: el ritmo, la atmósfera y el temple de ánimo sobrellevan la cadencia hasta deponer de lo superfluo, donde se debe hallar el ascenso necesario del alma cuando ésta también es verbal en la realidad del poema.
A pesar de todo, el otro, aquel sujeto, me es indivisible. En el momento menos esperado de la inmovilidad todo adquiere su vida, una dentro de la otra hasta jugar con la eternidad. Considerando ese caso, el sujeto nunca se desvanece como si se sorprendiera del instante que a su vez es inmaterial al estar separado de su propia realidad. La realidad se forjará en el mismo acto de leer: en algún lugar oscuro de nuestro ser se preserva la memoria. Por más que desee dividir al ser, aparece en cambio la vida y su diversidad me es inexorable: vibro por causa del amor reservado. Quizás para sorprenderme o, queriendo separarme del alma, decido, por lo contrario, caminar alrededor de las sombras. Todo lo que trata de desvanecerse al mismo tiempo, por su paradoja, renace en la emoción del lector: apenas éste ha logrado darle sentido al poema, como si observara alguna oscura memoria de su vuelo (28), regresará tras esa búsqueda. Siempre en la verticalidad, dado que explora el ascenso del espíritu para hallar a Dios entre la fuerza del verbo, del adjetivo bien usado, el giro sintáctico, la perífrasis (al mover el sentido del signo verbal) y, entre otras figuras literarias, la alegoría. No será suficiente con registrarlas, tendré que volver a leerlo para hallar acaso algo que me está diciendo la voz cuando aún no he sido capaz de clarificarlo. Lo hago, respiro, ya que, es un hecho apremiante en toda la antología. La voz del poeta ha madurado en la búsqueda de ese silencio. Por lo que este sujeto-lector se compromete con ese ritmo de la escritura.
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El alma es el residuo de los objetos, pero aquellos que se encuentra en el interior de la casa. De lo cotidiano como expresión del ser, sin embargo, me detengo, soy la suerte de ese residuo que en el tiempo cambia de forma con los cuerpos, con las identidades de ese mundo cotidiano el cual me embriaga de su instante. El instante, la hendidura de ese sentimiento que se percibe. Si bien es sensación, el instante será tan inasible como el pensamiento que lo reduce. El lector se vierte en él porque desea adherirse a la voz que lo acompaña: […] cada mañana sorprendes / una leve inclinación de tu adentro / Cada mañana crees corregir este desnivel / Pero entre la primera posición y la segunda / queda siempre un residuo / una brizna de polvo que se acumula / Sobre esta oscura aritmética se edifica tu alma. (31). Decía más arriba de la dificultad para encontrarse con el alma. El reto estará en la palabra, en su construcción verbal, en virtud de la cual accedemos a esta transición con el espíritu. Mi lugar con Dios. Ya que ésta, la palabra, es el resultado de transferir la sensación a la razón, el sentimiento a la palabra y el deseo a la razón. Desde un libro en otro tratar de perdurar en el alma, en este territorio ocupado por el ser.
Lo anteriormente expuesto nos lo confirma el poema Monólogo de Jonás que a su vez le da título a la antología: dentro del vacío logramos latir con la soledad del poeta (la voz que se emite en ese desdoblamiento): el lugar de aquello que es inasible ahora adquiere el contorno del animal [la ballena] que nos recibe como único espacio de ese diálogo, dicho en otras palabras, dialogamos con nuestra ansiedad, cuya figura es corpórea cuando trata de acceder hacia el afuera y éste (el tono acentual del poema) se resigna al goce de su propia respiración. Dualidad entre cuerpo y espíritu. El vacío es cuerpo de animal que hospeda la condición del ser. Un ser que por haber sido elegido reside en el acto milagroso de la vida. Ya que el alma de este animal es la instancia de ese ser que late como el corazón, pero también es el corazón de este lector que se reasigna al gesto místico de aquel encuentro amado como religioso: […] He transcurrido mucho tiempo sin otro sol / que mi propio fuego / A veces me confunde el tumulto de su respiración […] Como si fuera yo quien respirara / como si mis propios latidos lo inventaran / Acaso sea yo el corazón de la ballena. [Subrayado nuestro] (34). De modo tal que el verso es sacramento de su propia oración, invertir el valor de ese aspecto religioso del poema que consigue desde la semejanza con los objetos y los animales. El animal, por ejemplo es una metáfora de esa relación con el espíritu: Dios está en todas las cosas, principio teológico que me satisface. Así la dicotomía cuerpo/santidad se afirma: TU CUERPO DESNUDO FLUYENDO / en la caridad del alma / Así te deposité en mis ojos / Así estarás insomne en la memoria / Siempre que vuelva el canto de la alondra. (45). Pasión entendida en la condición del otro: la otredad es un gesto de cuerpo porque deviene del deseo al flujo de la pasión. Ésta, la (in)identidad del yo en el reflejo de ese deseo: el sujeto, más tarde, se clarifica, comprende su propia dinámica ontológica. El sentido se abstrae de lo real. El deseo, por no estar al mismo tiempo con el cuerpo, se desvanece al ceder ante el amado. Se concreta en alma. ¿El ascenso ante Dios? La impronta religiosa de ese gesto al ritmo de toda la muestra antológica del libro. Así como también el desdoblamiento del sujeto seguirá presente: el otro, persona verbal que se distancia de su existencia. Lo real no existe ni el tiempo que lo hospeda. Sólo el estado de ánimo que nos envuelve hacia la distancia del cuerpo con lo cotidiano. Este canto se vierte en la oración. Y, apenas creemos conseguirla, otra vez la existencia, la duda o este cuerpo que no halla su lugar por la pérdida de la búsqueda. La contradicción aparece para sorprendernos. El ritmo es avasallante: Tal vez la brisa exista / solo para despeinar a los árboles (53).
Entonces recuerdo el poema de Fernando Pessoa: Dios no tiene unidad. / ¿Cómo la tendré yo? Fernando Pessoa, (1986: 65)**. Me quedo con Bustos en ese sentimiento. En la imposibilidad de asir la realidad.
* Bustos, B. (2019). Monólogo de Jonás. Antología 2017-1988. Bogotá: El Taller Blanco Ediciones. Colección Voz Aislada.
** Pessoa, F. (1986). Poemas inéditos. Traducción, selección y notas de Teódulo López Meléndez. Caracas: Editorial Fundarte. Colección «Breves». Nº 34.