En un mundo de sueños todos somos dioses.
Vicente Lira.
Hace poco vimos la regresión del perseverante José Domínguez quien acaba de estrenar Los Dioses del Sur de Vicente Lira; enmarcada dentro de la Primera Muestra de Dramaturgia Nacional en homenaje a Gilberto Pinto. Los rumbos de la historia nacional del teatro están dando giros determinantes con las escrituras de Carmen García Vilar, Héctor Castro, Roberto Aguaje y del propio Lira. Este hecho será también determinante para el Rajatabla, pues este grupo pone los ojos en desconocidos dramaturgos, lo cual considero un gran aporte para la promoción de los inexplorados escritores, que enfatizan todas las proclamas renovadoras, que tanto necesita nuestro estéril Teatro Nacional.
Los Dioses del Sur, es una obra de humor oscuro, con ráfagas de ocurrencia en el que Domínguez nos hace cómplices de su mirada feroz e irónica. Además tiene como intérpretes a unos insólitos individuos del cementerio del Sur. Es un melodrama antisolemne, desaforado y gozoso que termina con una excesiva coreografía a loThriller y con un inadecuado falso final feliz. Manejada con tono tragicómico en las secuencias más perturbadoras, donde los objetos cotidianos tienen otra connotación y el misterio aflora: Rodolfo Contreras, un joven que desea enterrar a su tía, una famosa actriz de telenovelas. Este modelo narrativo de dramatización en apoyo del cariz claramente humorístico es un recurso inseparable de la obra de Lira. Para conseguir mayor dinamismo y transmitir con facilidad el mensaje, su autor inventa una historia con personajes que vehiculan todo nuestro descubrimiento de este submundo, uno de los menos comunes y aceptables del altiplano. A través de estos odiosos interlocutores se nos muestra rivalidades y diferencias marcadas entre distintos grupos sociales del país. Domínguez hace evidente que la ingenuidad y necesidad llevan a Rodolfo a la enajenación están ligados a represión causada por su beatería, así como por sus aspiraciones de ser un burgués, perfecto y recto.
Por otra parte, Domínguez crea una atmósfera claustrofóbica, alucinante y enfermiza ayudado por la estupenda escenografía de Héctor Becerra; los precisos claroscuros de la iluminación de David Blanco y el eficaz vestuario de Rufino Dorta. Escenario ideal para que Rafael Marrero resplandeciera; aunque la concepción de su personaje convendría estar en otro plano actoral para diferenciarse de los demás y así la historia tendría una unidad de continente y contenido, que ahora no posee.
El único problema que presenta la puesta de Domínguez, es la infame musicalización y la coreografía que interpreta las escenas; ridiculiza el ritmo de los personajes, la cual resulta reiterativa y sobrante a la iconografía, el número de la salsa, quizás sea el más cargante de toda la pieza; un defecto que también se instaura como costumbre en el modelo de dirección teatral venezolano.
Sea como fuere, y a pesar de las restricciones creativas y las escasas oportunidades de crear un teatro más personal, estableciéndose a través de algunos de sus mejores colaboradores, como el elenco solvente y correcto de actores con los que suele trabajar; donde sobresalen espléndidamente Simona Chirinos y Pedro Pineda, que le dan una cierta continuidad a las creaciones del Rajatabla. Celebremos; pues, sus 37 años.
Especial para el Diario Vea