(Ateneo de Maracay)
Francisco Rojas Pozo
No necesitamos develar el sentido de la imagen de un elefante sobre un tintero para inferir lo que nos desarrolla Gennys Pérez desde su acertada y oportuna pieza Yo Soy Carlos Marx. Hay una historia explícita que se despliega en un mundillo que resuena debajo de una alcantarilla: un submundo que desacraliza al otro: el oficial, el cual es recreado desde la perspectiva de un «contrapunteo» entre la vida y la muerte, y entre la veracidad o falsedad de una utopía. Ese eje contradictorio lo sostiene Gustavo Rodríguez al prestar su talento para que Carlos Márquez, el personaje real, mantenga un diálogo implícito con su alter ego, Carlos Marx, el personaje utópico.
La actriz Nattalie Cortez, mantiene el equilibrio del «ahora», del ya, de la urgencia… con un doble rol: el de la mujer del Carlos real y el de la histórica entelequia teatral. Ella pone los pies sobre la tierra, el subsuelo mejor dicho, y obliga a su compañero de pocilga a hacerlo también. Es un dúo que se complementa entre la peripecia dramática y los ecos de una realidad que se cuela en el foro teatral. El pretexto: un manuscrito que nadie leerá (aquí leer es sinónimo de entender o descifrar). Una cosa es el texto marxista y otra el fracaso de su interpretación en la sociedad revolucionaria. Es como negar la posibilidad de concreción de una utopía socialista por las desviaciones de la fauna política que la asume, la cual es aludida intermitentemente.
La pieza no nos permite compartir emociones, dado el contexto de situación donde se ubica, por eso, su textualidad tiene el peso revelador de una sociedad que mira el devenir actual venezolano desde el asombro, desde el rechazo afectivo, desde la miseria o desde una iniciación, o afiliación en algunos, seudo comprometida. Un público que no se evade del drama porque los credos de los personajes son muy lapidarios y los perturba constantemente más allá del espacio escénico. Observemos estos parlamentos: «Somos una fábrica de seres sometidos«. Y esta otra perla oracional: «Nadie se imagina que detrás de la alcantarilla hay otro país«. Así que la emoción se debate entre la comprensión de una obra que da en el blanco de nuestra cotidianidad, la cual supera la ficción, y la carga semántica que nos rodea la mente, la cual se reactualiza en el presente escénico. Es como la necesidad de un encuentro urgente con un discurso que nos exprese como ciudadanos vapuleados por la avalancha política. Creo que esta pieza, y es su mayor mérito, encuentra ese discurso, por lo tanto se erige en la expresión teatral del individuo de hoy en esta comarca nacional. Sólo que aquí, el espectador, más que un público masificado, es testigo presencial de una crónica subyacente en la escritura dramática que explora un devenir conflictivo, y, por lo tanto, provoca la magia de la identificación, o tal vez, también exista la posibilidad de un tímido rechazo. En esta pieza, tanto la aceptación como el rechazo, son bienvenidos, porque ello no le resta méritos a su dramática, todo lo contrario, la enriquece.
Este teatro tiene un ágil e inteligente texto que se alimenta de sensaciones visuales que lo complementan, un área dramática que muestra emociones límites y un humor catalizador que deja entrar cierto lirismo que tritura en pequeñas dosis la evidencia de la realidad, la cual humilla a los dos seres que sostienen el drama. La presencia de signos externos recrea las páginas de sucesos y evoca la crónica social de la violencia. La dirección deja entrever certeramente estos detalles iconográficos para mostrar una desigual cultura, ya no tan oculta hoy día.
Esta pieza va de lo universal a lo local, siendo que lo local no la pervierte en su sentido global. No quiero nombrar regiones para no caer en la tentación del facilismo, de la semejanza, pero si quiero expresar mi convencimiento de que esta obra es un hito relevante en el teatro venezolano actual, claro está, porque recrea una intrahistoria e ilustra un estado en descomposición.
Bravo por esta pieza que nos lleva de nuevo a un tipo de teatro que no es portador de consignas políticas sino que le da un tratamiento espectacular a las ideas. No importa si estemos o no de acuerdo con ella, mucho menos si el personaje distorsiona a su referente histórico porque su línea de sentido es la parodia y como tal revela otras circunstancias urgentes y actuales. El teatro es fiel a sí mismo y como tal se comporta.