Carlos Rojas
No encontramos ningún aporte en la nueva producción del Rajatabla, «Plenilunio en la Casa del Dolor» escrita y dirigida por Pepe Domínguez. Inspirada en la novela «El Maestro y Margarita» del escritor Ucraniano Mijail Bulgákov, cuya historia se ubica en el Moscú de Stalin. Al comienzo el espectador, al igual que los personajes, se ve rodeado por el happening o una experiencia libre y excesiva, sin habilidad subrayado por la adaptación. Sin embargo los personajes se pueden permitir ambigüedad que lo podrían hacer más atractivos en su humildad. El argumento posee un rigor infrecuente para el teatro de ahora. La historia, que no se permite el menor respiro, es asfixiante en su pesimismo. La adaptación, como resabio de un eterno defecto del teatro venezolano, acuden diálogos seudo poéticos, provenientes de su distinguida fuente literaria, pero difícil de explicar entre aquellos seres. Sin embargo, pese a los excesos literarios, la obra no mantiene intacta la fuerza de su mensaje humanista y una narración débil y sonsa en su naturalismo dramático. La puesta adolece de teatralidad excesiva y resulta visualmente fatigosa.
«Plenilunio en la Casa del Dolor» es una pieza aburrida y sin ninguna propuesta teatral. Toda vez que para el director la historia no es sino un pretexto por la más arrebatada experimentación visual. Sin embargo, y al margen de sus evidentes méritos, tal experiencia se revela excesivamente deudora del texto original, por lo que cabe muy mal reconocer en la puesta de Domínguez un auténtico ladrillo incrustado en el teatro venezolano contemporáneo. No es de extrañar, por tanto, que las carencias plásticas de la obra estén a la misma altura de su deficiente montaje. Hasta los más mínimos detalles me parecen un desacierto en esta producción, no nos gusta como se encara con poca seriedad y mucho convencionalismo lo convencional. Momentos larguísimos, detalles imperecederos, imágenes aborrecibles.
Domínguez construye una puesta en clave deliberamente abstracta, sirviéndose de sus rebuscadas imágenes para transmitir al espectador una extraña sensación de desasosiego y pesimismo no exento, sin embargo, de una inquietante dimensión física y aún ambigua, pero innecesaria; actuaciones caprichosas y siempre planas por parte de una tropa de actores, música excesiva e inquirida, ajena a cualquier exigencia naturalista, un irrefutable regusto por las analogías visuales y una cadencia lenta, sombría y estereotipada, pero prolijamente imprecisa, hacen de «Plenilunio en la Casa del Dolor», un genuino somnífero para dormir dinosaurios en celos, que halla su culminación en una parafernalia teatral.
Es plausible ver a jóvenes actores crecer en las tablas como a Mayo Higuera, Yuri Pita, Tatiana Mabo e Iris Lucena. Gabriel Agüero, joven actor es el núcleo y razón de ser de la obra, y pocas veces estuvo mejor. Todavía dueño de una imagen afeminada y escasamente sofisticada, pero, sorprendentemente seguro de sí mismo, acepta todos los retos que le impone la obra. Ojala el tiempo y la crítica haga finalmente justicia a «Plenilunio en la Casa del Dolor».